Adrian
Llegué a la escuela como cualquier otro día, con la mente todavía medio nublada por la falta de sueño y las exigencias de mis padres rondando en mi cabeza como una sombra que no se iba.
Ni siquiera esperaba nada diferente: abrir mi locker, dejar mis libros, ir a clases. Una rutina que me parecía siempre igual.
Pero al abrir el metal frío del locker, lo vi. Un sobre blanco, colocado encima de mis libros de manera tan evidente que no podía ser casualidad. Me quedé quieto por unos segundos, mirándolo como si fuera un objeto extraño.
Lo tomé en mis manos y lo giré, reconociendo de inmediato la caligrafía delicada en el frente: Olivia.
El corazón me dio un salto inesperado.
Miré a ambos lados del pasillo, asegurándome de que nadie me observara, y con una mezcla de ansiedad y curiosidad abrí el sobre. El papel se desplegó y, con cada palabra que mis ojos recorrían, algo en mí se encendía.
Ella hablaba de cómo la hacía sentir, de cómo le daba miedo y paz al mismo tiempo, de cómo yo lograba que todo tuviera sentido en lo simple. Decía que tal vez era pronto, que no sabía qué éramos, pero que necesitaba que yo supiera lo feliz que la hacía.
Cuando terminé de leerla, me quedé ahí, con la hoja temblando en mis manos. Sentí un nudo en la garganta y, por primera vez en mucho tiempo, las palabras de alguien habían atravesado todas mis inseguridades.
Olivia… ella se estaba entregando de una manera que yo nunca había esperado.
Guardé la carta en mi mochila con un cuidado exagerado, como si fuera algo sagrado. Durante toda la mañana no pude concentrarme en nada más. Cada vez que pasaba por su salón la veia en clase, escribiendo en su cuaderno o riéndose bajito con Clara, sentía que una sonrisa se me escapaba sin remedio.
En el receso, busqué a Dante. Lo encontré apoyado contra la pared del patio, con su típica postura relajada y esa mirada de “ya sé que tienes algo que contarme”.
—¿Qué te pasa? —me preguntó apenas me vio, arqueando una ceja.
—Nada… bueno, sí, algo —dije, sacando el sobre de mi mochila y mostrándoselo como si fuera una prueba irrefutable de lo que estaba sintiendo.
Dante lo miró y luego me miró a mí. —¿Eso es lo que creo que es?
Asentí, y un rubor me subió a las mejillas, algo poco común en mí. —Es de Olivia. Una carta.
—¿Y qué dice? —preguntó, obviamente intrigado.
Respiré hondo y le resumí lo esencial: cómo se sentía conmigo, cómo la hacía feliz, cómo dudaba de sí misma pero aún así quería que yo supiera lo que le pasaba. Mientras hablaba, notaba cómo la sonrisa de Dante se ampliaba más y más.
—Hermano —dijo al final, dándome una palmada en el hombro—, eso es oro puro. Esa chica está caída por ti hasta los huesos.
Yo me pasé una mano por el cabello, nervioso. —Lo sé… y eso me tiene vuelto loco. Porque yo también… yo también siento algo por ella, Dante. Algo que no había sentido con nadie. Cada vez que está cerca, todo cambia.
Dante me observó en silencio por unos segundos, como analizando cada palabra que había dicho. Luego soltó una sonrisa cómplice. —Entonces, ¿qué piensas hacer?
Tragué saliva, pero la decisión ya estaba clara en mi mente. —Voy a pedirle que sea mi novia.
Dante se rió, golpeándome el brazo. —¡Eso! Ya era hora de que dieras un paso adelante.
—Pero no quiero que sea cualquier momento —continué, mirando la carta que volvía a guardar en mi mochila—. Quiero que sea especial, que ella sepa que esto no es un juego, que de verdad quiero estar con ella.
Durante el resto del día, la idea no dejó de dar vueltas en mi cabeza. Cada vez que pensaba en Olivia, en su sonrisa tímida, en la manera en que se apoyaba en mí durante las canciones, en cómo se sonrojaba cuando la miraba demasiado, sentía que el corazón me latía con fuerza.
Ya no era una duda. No era una posibilidad. Era una certeza: Olivia no era solo una chica más en mi vida. Ella era la razón por la que todo tenía sentido últimamente.
Y pronto, muy pronto, iba a reunir el valor para decírselo.
La emoción me tenía inquieto desde la mañana. Llevaba todo el día con la carta de Olivia guardada en mi mochila, como si fuera un talismán.
Cada vez que la recordaba, una sonrisa se me escapaba sin remedio. Ya no podía seguir esperando; tenía que dar el siguiente paso.
Esa misma tarde, apenas llegué a casa, me tiré sobre la cama y abrí el celular. Mis dedos dudaron un par de segundos sobre la pantalla, pero finalmente me atreví a escribirle a Olivia.
"Livie, ¿mañana puedes salir conmigo? Quiero que sea solo tú y yo… trae tu cámara, porque te daré varios paisajes que valen la pena fotografiar."
Me quedé mirando el mensaje, con el corazón latiendo fuerte, hasta que vi aparecer los tres puntitos que anunciaban su respuesta.
"Claro, me encantaría. Ya estoy emocionada."
Sentí que el pecho se me llenaba de algo indescriptible.
Era oficial: mañana iba a ser el día.
Unos minutos después, Dante tocó la puerta de mi casa como si fuera dueño del lugar. Apenas entró, notó la sonrisa que llevaba en el rostro.
—¿Y ahora qué te pasa? —preguntó, dejándose caer en la silla de mi escritorio.
—Mañana voy a invitar a Olivia a salir —le confesé sin rodeos.
Dante abrió los ojos, sorprendido. —¿Mañana? ¿Así de rápido?
—No puedo esperar más, hermano. Le dejé claro que quiero que sea especial… y pienso pedirle que sea mi novia.
Dante se rió y me dio una palmada en la espalda. —¡Por fin! ¿Y qué vas a hacer?
Me puse de pie, caminando de un lado a otro de la habitación, ya con un plan más o menos armado en mi cabeza. —Voy a llevarla a lugares que le gusten. Primero paisajes para que saque fotos, luego algo que nos conecte… estaba pensando en comprar cuadros para que pintemos juntos. Algo que se quede como recuerdo de ese día.
—Me gusta —asintió Dante. —¿Y las flores? Las chicas siempre esperan flores.