Olivia
Desde el momento en que Adrián me escribió para invitarme a salir “con mi cámara lista”, supe que algo estaba tramando. Con él nunca nada es casualidad: cada palabra, cada gesto, tiene un propósito escondido que solo revela cuando menos lo espero.
Cuando me recogió, apenas me dio alguna pista. Se limitaba a sonreír mientras conducía, con esa expresión traviesa que lo delataba, y yo solo podía morderme el labio tratando de contener mi emoción.
—Vas a ver, Liv —me dijo, sin apartar la vista de la carretera—. Hoy quiero mostrarte algo que sé que vas a amar.
El trayecto fue tranquilo, pero mis nervios no me dejaban en paz. Cuando finalmente me dijo que ya habíamos llegado, mis ojos se abrieron de par en par. Frente a mí se extendía un paisaje increíble: un campo abierto donde los tulipanes rosas se mecían suavemente con la brisa.
El sol de la tarde caía justo en el ángulo perfecto, tiñendo los pétalos de un resplandor dorado que parecía sacado de una pintura.
Me llevé una mano a la boca, incapaz de hablar.
—¿Qué…? —mi voz se quebró—. Adrián, esto es… increíble.
Él me miraba como si la escena no fueran las flores, sino yo.
—Sabía que te gustaría. Quiero que uses tu cámara, que lo hagas tuyo, que captures todo lo que sientas.
No esperé más. Me colgué la cámara al cuello y comencé a caminar entre los tulipanes, buscando ángulos, inclinándome, disparando una y otra vez. El clic de la cámara se mezclaba con el sonido del viento, y yo sentía que todo mi ser se llenaba de luz. Adrián me seguía a unos pasos, sin interrumpir, como si comprendiera que este momento era mío.
Cuando terminé, me giré para agradecerle, pero entonces él apareció con un ramo de tulipanes rosas entre sus manos..
—Estos no son para la cámara —dijo, extendiéndolos hacia mí—. Son para ti.
—No tenías que… —susurré, aunque lo que quería decir era me has hecho la chica más feliz del mundo.
Lo miré con los ojos humedecidos. Sentí que el corazón se me derretía. Tomé las flores y sonreí, incapaz de ocultar lo feliz que estaba.
—Gracias… son hermosos. —Eres hermoso, quise añadir, pero me lo guardé.
Nos sentamos en una manta que ya tenía preparada, y allí me encontré con otra sorpresa: una bolsa de gomitas de ositos, mis favoritas.
—Sabía que si no las traía, esta cita perdería puntos —bromeó.
Me reí mientras sacaba un par y las dejaba derretirse en mi boca. Entre fotos, risas y conversaciones ligeras, el tiempo pareció detenerse. Yo estaba feliz, tranquila, como pocas veces me sentía.
De pronto, Adrián sacó de su mochila algo más: dos cuadros en blanco y un par de marcadores.
—Ahora viene la parte más importante de todo —dijo con solemnidad fingida, aunque sus ojos delataban nerviosismo.
—¿Más importante que los tulipanes? —pregunté divertida.
—Mucho más. Quiero que dibujemos y escribamos algo que queremos decirnos, pero que tal vez no nos atrevemos con palabras. Sin hacer trampa.
Al escucharlo, mi corazón se aceleró. Dios… no puede estar hablando en serio. Yo sabía lo que quería escribir, lo que desde hace tiempo me quemaba en el pecho, pero ¿sería demasiado? ¿Y si él no sentía lo mismo? ¿Y si arruinaba el momento?
Lo pensé, con el marcador rojo en la mano, hasta que decidí que no podía seguir callando. Dibujé dos personitas tomadas de la mano: una con un lazo en el cabello —yo— y otra con audifonos —él—. Encima, con letras temblorosas, escribí: “Te quiero”.
Cuando terminé, me sentí tan vulnerable que casi no pude levantar la vista. Le pasé el cuadro, sintiendo cómo mis mejillas ardían.
—Esto es lo que… siento.
Adrián miró mi dibujo y sonrió, esa sonrisa que parece iluminar todo alrededor.
—Liv… es hermoso.
Entonces giró el cuadro que él había hecho. En el centro, un gran corazón pintado de rosa, y dentro, con letras firmes: “¿Puedo ser tu novio?”.
Lo leí una y otra vez, sin poder creerlo. Sentí que las lágrimas querían escaparse, que mi pecho se llenaba de algo demasiado grande.
—¿En serio…? —murmuré, apenas audible.
Él asintió, inclinándose un poco hacia mí.
—Más en serio de lo que he estado en toda mi vida. Quiero estar contigo, Olivia. Quiero que seas mi novia.
Mi respiración se volvió temblorosa, pero la respuesta salió clara, con el alma:
—Sí, Adrián… claro que sí.
En ese momento, dejó los cuadros a un lado y tomó mi rostro con sus manos. No me besó enseguida: primero me miró, como si quisiera memorizar mi reacción.
Y luego, con suavidad, sus labios tocaron los míos. Fue un beso tierno, dulce, lleno de promesas.
El mundo desapareció: no existían los tulipanes, ni el sol, ni nada más. Solo nosotros dos, y la certeza de que acabábamos de dar el primer paso de algo que siempre había estado destinado a ser.
Ese día, entre flores, gomitas y dos cuadros pintados con el corazón, supe que Adrián no solo había planeado una cita. Había planeado el comienzo de nuestra historia.
☀︎
No sé cuánto tiempo pasamos sentados frente a los cuadros, riendo y hablando como si el mundo no existiera.
Pero cuando al fin nos levantamos, Adrián me tomó la mano con total naturalidad, como si siempre hubiera sido su lugar. Yo lo miré de reojo, con el corazón desbordando felicidad: sus dedos entrelazados con los míos, cálidos, firmes, seguros.
Caminamos por el parque despacio, sin prisa alguna, como si cada paso fuera parte de algo especial. Las farolas empezaban a encenderse, iluminando el camino, y las risas de las familias y los niños jugaban como telón de fondo. Era como si todo el escenario hubiera sido diseñado solo para nosotros dos.
Lo miraba de perfil y pensaba en lo increíble que era tenerlo allí, a mi lado, ahora como mi novio. Esa palabra daba vueltas en mi cabeza, haciéndome sonreír de la nada.
Mi novio.