Narra Alan
Quedé paralizado con el documento entre mis manos. Lo leí una y otra vez, y cada palabra era como un puñal clavándose en mi corazón. Era evidente que debía alejarme por completo de Brenda y olvidarme de todos los problemas, pero la mera idea de separarme de ella era insoportable. Pasé toda la tarde sumido en mis pensamientos, como si el simple acto de reflexionar pudiera hacer que Brenda se recuperara.
Decidí pasar la noche en la cama donde tantas veces la tuve en mis brazos, buscando consuelo en los recuerdos. Pero el sueño se resistía a llegar, mi mente estaba atormentada por la angustia y la incertidumbre.
Al despertar al día siguiente, estaba decidido, por más doloroso que fuera. Cuando Brenda estuviera bien, me alejaría de ella. Me había convertido en su fuente de sufrimiento y ya no podía permitirlo. Era un lunes gris y sombrío, y lo primero que tenía que hacer para cumplir con la petición de la familia de Brenda era renunciar a mi trabajo como profesor.
Fue una mañana cargada de nostalgia mientras recorría los pasillos y las aulas que habíamos compartido. Cada rincón estaba impregnado de recuerdos y emociones encontradas. Cada paso era como un eco de lo que una vez fuimos juntos. No era fácil, pero sabía que era lo correcto para ambos.
Entré a dar mi última clase y fue un momento difícil. Mis alumnos no entendían por qué renunciaba y yo no me sentía capaz de contarles toda la verdad.
Durante toda la clase, mi mirada se posaba constantemente en el asiento vacío donde solía sentarse Brenda. La ausencia de su presencia era como un agujero en mi corazón, un recordatorio constante de lo que había perdido.
Al salir de la clase, me dirigí al estacionamiento y me encontré cara a cara con Anabela e Ian, los amigos cercanos de Brenda. Noté cómo Anabela susurraba algo al oído de Ian, y luego ella se acercó a mí.
- Sé que tú tuviste algo que ver con el accidente de Brenda - dijo Anabela, con lágrimas en los ojos y una mezcla de tristeza y enojo en su voz. - Por si ella nunca te lo dijo, nosotros sabemos la verdad sobre ustedes.
Permanecí en silencio, sin saber qué decir. Las palabras se quedaron atascadas en mi garganta, incapaz de encontrar una respuesta adecuada.
- ¿No vas a decir nada? - intervino Ian, con agresividad en su tono.
Bajé la mirada y pregunté con voz quebrada:
- ¿Cómo está ella?
- ¿Cómo quieres que esté? ¡Aún está en coma! Tiene graves lesiones en la cabeza - respondió Ian, mientras Anabela sollozaba sin control.
Sentí un nudo en el estómago y las lágrimas amenazaron con brotar.
- Lo siento mucho. Me alejaré de ella - dije, luchando por mantener la compostura.
- Me parece perfecto... es lo mejor que puedes hacer - gritó Anabela, con rabia y dolor en su voz.
Ian abrazó a Anabela, y se alejaron dejándome paralizado en medio del estacionamiento, sintiendo el peso de mis decisiones y el arrepentimiento que me consumía.
Minutos después, llegó el momento que tanto temía. Tomé mis papeles y mi carta de renuncia, y con un nudo en la garganta, se la entregué al director.
- No entiendo esta decisión tan inesperada, ¿está todo bien? - preguntó el director, con una expresión de confusión en su rostro.
- Sí, estoy agradecido por este empleo, pero se me ha presentado una oportunidad que se alinea mejor con mis intereses - respondí, tratando de ocultar la verdadera razón.
Pero cómo podría decirle que me voy porque me exigen que me aleje de la chica que amo.
Al salir de la oficina del director, me dirigí a la universidad donde trabajan los padres de Brenda. Observé a su madre por un momento y luego me acerqué a ella. Había tantas palabras que quería decirle, pero me quedé en silencio. Nuestros ojos se encontraron y, antes de que pudiera articular una frase, le entregué el documento que el abogado había llevado. Estaba firmado, como un triste símbolo de mi acuerdo. Ella tomó el papel sin decir una palabra y se marchó.
Por último, regresé a la escuela y entré por última vez en el salón que solía ser mío. Recolecté mis pertenencias y me acerqué al lugar donde Brenda solía sentarse. Mis dedos acariciaron su pupitre, mientras mi corazón se llenaba de nostalgia. Susurré un débil "Te amo" antes de abandonar definitivamente la escuela.
Al ver a la mamá de Brenda en la universidad, supuse que sus padres no estarían en el hospital. Decidí visitarla. Mientras conducia, pasé junto a una florería y compré un ramo de sus flores favoritas: lirios blancos.
Al llegar al hospital, me encontré con la misma enfermera que me había atendido en mi primera visita. Su mirada reflejaba desaprobación, recordándome que no podía acercarme ni obtener información. Pero no me rendiría tan fácilmente. Estaba decidido a encontrar una manera de estar cerca de Brenda, sin importar los obstáculos que se interpusieran en mi camino.
- Los padres dejaron indicaciones explícitas de no darle información sobre la Señorita Brenda - dijo la enfermera, con tono firme.
- Lo sé, pero estoy desesperado, necesito verla - respondí, suplicante.
- Ella continúa en coma - declaró la enfermera, recordándome la difícil situación.
- Lo sé, pero también sé que ya permiten las visitas. Por favor, se lo ruego, entienda mi angustia. Solo quiero estar cerca de ella, aunque sea por un momento. ¿Podría hacer una excepción?
La enfermera frunció el ceño, evaluando mi petición.
- Yo solo hago mi trabajo - dijo la enfermera, manteniendo su postura profesional.
Decidí arriesgarme y apelar a su compasión.