Un Psicópata Se Enamoro de Mi

Capítulo 2: Oscuridad en el Despertar

La oscuridad era completa, densa, como una manta sofocante que cubría todos los sentidos de Marina. Cada vez que parpadeaba, esperaba ver al menos una chispa de luz, algún indicio de que el amanecer llegaría para romper la noche eterna en la que se encontraba. Pero no había amanecer para ella, solo la constante presencia del miedo que se arraigaba más profundamente en su mente con cada segundo que pasaba.

Sus ojos se acostumbraban poco a poco a la penumbra, pero no había mucho que ver en la habitación donde estaba prisionera. Las paredes, frías y grises, parecían cerrarse a su alrededor, y el silencio solo era roto por el eco de sus propios pensamientos, que resonaban en su cabeza como un tamborileo sin fin.

Marina aún sentía el roce de las cuerdas en sus muñecas, aunque su captor había aflojado los nudos antes de irse. Se las había quitado, pero solo para ponerle esposas metálicas que se anclaban a la cabecera de la cama. Intentó moverlas, pero no había mucho espacio para maniobrar. Aún así, era mejor que las cuerdas que habían cortado su piel. Sus muñecas dolían, y podía sentir la piel irritada donde las cuerdas la habían marcado. No podía moverse más de unos centímetros, y su cuerpo estaba rígido por la incomodidad y la tensión.

"¿Cuánto tiempo llevo aquí?" Marina pensó mientras intentaba mantener la calma. Los minutos parecían estirarse hasta volverse horas, o tal vez días. Estaba sola con sus pensamientos, sin saber si era de día o de noche, si alguien la estaba buscando, o si alguna vez la encontrarían.

“No puedo quedarme así,” pensó, sacudiendo las esposas en un impulso de frustración. La desesperación amenazaba con apoderarse de ella, pero sabía que tenía que controlarse. Si perdía la cabeza, no tendría ninguna oportunidad de escapar.

De repente, un sonido metálico la hizo sobresaltarse. La puerta al otro lado de la habitación se abrió lentamente, y una figura alta y oscura apareció en el umbral. La luz que entraba desde el pasillo hizo que la silueta del hombre se destacara contra la penumbra.

Marina sintió cómo su corazón se aceleraba. El hombre caminó hacia ella, y cada uno de sus pasos resonó en el suelo de cemento como un eco en su mente.

—Veo que estás despierta —dijo con su voz profunda y calmada, que parecía arrancada de la misma oscuridad.

Marina no respondió. Se limitó a observarlo, esperando cualquier señal de lo que haría a continuación. No podía mostrarle miedo, no podía dejar que supiera cuánto estaba aterrorizada.

El hombre llevó una bandeja de metal con un vaso de agua y un plato con un pequeño trozo de pan y algo que parecía sopa. Lo dejó en una pequeña mesa junto a la cama, pero no se acercó más.

—Tienes que comer algo, Marina. —Su voz era suave, casi cariñosa, pero había algo profundamente inquietante en su tono—. No quiero que te debilites.

Marina no apartó la vista de él, aún analizando cada palabra, cada gesto. ¿Por qué estaba haciendo esto? ¿Qué buscaba en ella?

—No tengo hambre —dijo finalmente, aunque su estómago traicionó sus palabras con un gruñido bajo. No había comido desde que la secuestraron y, aunque su miedo la dominaba, su cuerpo necesitaba alimento.

El hombre sonrió, pero fue una sonrisa sin alegría, como si supiera algo que ella no. Se acercó un poco más, y Marina se tensó, tratando de retroceder, pero las esposas la detuvieron.

—Deberías comer —insistió, su voz grave reverberando en el pequeño cuarto—. No te haré daño. Lo que quiero... —se detuvo, buscando las palabras—. Lo que quiero es ayudarte.

Marina lo miró, incrédula. ¿Ayudarme? La palabra sonaba absurda en ese contexto, una cruel broma.

—Ayudarme —repitió ella, sin poder ocultar la amargura en su voz—. ¿Es eso lo que llamas a esto?

El hombre la miró con una expresión inescrutable, sus ojos oscuros fijos en ella.

—Sé que ahora todo parece confuso —dijo él, inclinándose un poco más—, pero con el tiempo entenderás. No quiero que sufras, Marina. Quiero que veas el mundo como lo veo yo.

—¡Estás loco! —gritó ella, con la voz quebrada por el miedo y la frustración—. ¡Déjame ir! No entiendes lo que estás haciendo, ¡esto no es ayudar!

Él no respondió inmediatamente. Su rostro permaneció inmutable, como si estuviera procesando sus palabras, evaluando la situación. Luego, se enderezó lentamente, alejándose de ella.

—Tal vez tengas razón, Marina —dijo en un tono más bajo—. Tal vez no entiendas ahora, pero lo harás... con el tiempo.

Marina tragó saliva, su mente corriendo a mil por hora. ¿Qué significaba eso? ¿Cuánto tiempo planeaba tenerla allí?

—No tienes que hacer esto —intentó razonar con él—. Si me dejas ir, no diré nada, no iré a la policía. Solo quiero volver a mi vida, olvidarlo todo.

—¿Olvidarlo todo? —repitió él, casi con un dejo de tristeza en su voz—. Marina, lo que estamos construyendo aquí no es algo que se pueda olvidar. Este... —hizo un gesto vago con la mano— ...es solo el comienzo.

—¿El comienzo de qué? —Marina preguntó, temerosa de la respuesta.

El hombre no respondió directamente. En lugar de eso, se volvió hacia la puerta, dejando que sus palabras colgaran en el aire, llenas de implicaciones ominosas.

—Come, Marina. Necesitas fuerzas para lo que viene.

Con esa frase final, salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Marina escuchó el sonido de un cerrojo siendo asegurado desde afuera. Se quedó sola de nuevo, rodeada de sombras, su mente tratando de procesar lo que acababa de suceder.

Se obligó a mirar la bandeja a su lado. Sabía que tenía que comer, aunque la idea de aceptar cualquier cosa de ese hombre la enfermaba. Sin embargo, su cuerpo clamaba por alimento, por agua. Con manos temblorosas, alcanzó el vaso y tomó un sorbo pequeño, dejando que el agua fría corriera por su garganta.

“Debo mantenerme fuerte,” pensó mientras mordisqueaba el trozo de pan. “No sé cuánto tiempo podré aguantar esto, pero no puedo rendirme. Tengo que encontrar una manera de salir de aquí.”



#7067 en Novela romántica

En el texto hay: crimen, psicopata, romance

Editado: 01.09.2024

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