El aire en la habitación de Marina se volvía cada vez más denso, cargado de una tensión que parecía impregnarse en cada partícula de polvo que flotaba a la luz tenue de la única bombilla que colgaba del techo. La comida que había ingerido hacía horas parecía un peso muerto en su estómago, como si su cuerpo rechazara cualquier sustento ofrecido por su captor.
Habían pasado días, o al menos eso creía. El tiempo seguía siendo un concepto difuso, y la única constante era la creciente sensación de peligro que se cernía sobre ella. Algo en él había cambiado. Su comportamiento se volvía más errático, más oscuro con cada visita.
El mismo clic de la cerradura anunció su entrada, pero esta vez, el sonido resonó en el interior de Marina como una advertencia. La puerta se abrió lentamente, y él apareció en el umbral, su figura alta y delgada proyectando una sombra que parecía alargarse hasta envolver la habitación entera.
—Marina —dijo con un tono inusualmente calmado, pero con un brillo en sus ojos que hizo que la piel de Marina se erizara—. Hoy es un día especial.
Él no llevaba la bandeja de comida esta vez. En su lugar, sostenía algo detrás de su espalda, algo que Marina no podía ver, pero que instintivamente sabía que no traería nada bueno.
—¿Especial? —repitió ella, su voz temblorosa, mientras su mente luchaba por no sucumbir al terror que comenzaba a apoderarse de ella.
Él asintió lentamente, avanzando hacia la cama. Había una calma inquietante en sus movimientos, como un depredador que acecha a su presa, disfrutando del miedo que emana antes del ataque.
—He estado pensando en nosotros, en lo que necesitamos para... conectar de verdad —dijo, su tono como el de alguien explicando una verdad obvia, algo que debería ser evidente para cualquiera con sentido común.
Marina retrocedió instintivamente en la cama, a pesar de que no había ningún lugar al que pudiera escapar. Cada palabra que él pronunciaba era como una gélida ráfaga de viento, atravesando su piel y anidándose en su interior.
—No entiendo... —murmuró ella, aunque sabía que cualquier respuesta solo lo empujaría a revelar aquello que mantenía oculto.
Él sonrió, pero no era una sonrisa normal. Sus labios se estiraron de una manera que parecía más una mueca, dejando al descubierto dientes apretados. Lentamente, sacó lo que tenía escondido detrás de su espalda: un cuchillo de cocina, grande y afilado, que reflejaba la luz con un brillo mortal.
Marina sintió que su corazón latía con fuerza, un tamborileo frenético que resonaba en sus oídos. Intentó hablar, pero las palabras se atoraron en su garganta. Lo único que podía hacer era observarlo mientras él se acercaba, el cuchillo ahora claramente visible.
—Este cuchillo —dijo, casi con reverencia—, es más que un simple utensilio de cocina. Es una herramienta de liberación, de transformación. Y quiero que seas parte de mi transformación, Marina.
Con una lentitud meticulosa, se sentó al borde de la cama, tan cerca que Marina pudo oler el aroma metálico que parecía emanar de él. Su respiración era irregular, como si estuviera conteniendo una oleada de emociones que amenazaba con desbordarse.
—¿Sabes? —continuó, acariciando la hoja del cuchillo con sus dedos, dejando que la punta trazara líneas ligeras en su piel—. Siempre he sentido que... hay algo en mí que necesita salir. Algo que ha estado atrapado durante tanto tiempo.
Marina no pudo contener un pequeño grito ahogado cuando él deslizó la hoja por su propio brazo, apenas cortando la piel. Una línea de sangre apareció, fina pero vibrante, y él la observó con una especie de fascinación.
—La sangre... —susurró, como si estuviera revelando un secreto—. Es la esencia de la vida, ¿no crees? Pero también es la esencia de la muerte.
Él llevó el cuchillo a su boca, dejando que la hoja manchada de sangre tocara sus labios, y luego la lamió lentamente, saboreando el líquido escarlata. Marina sintió que las náuseas la invadían, pero estaba demasiado aterrorizada para apartar la vista.
—Quiero que entiendas, Marina —dijo mientras se relamía—, que lo que hago, lo hago por amor. No es fácil para ti comprenderlo ahora, pero lo harás.
Marina apenas podía respirar. Cada palabra que salía de su boca era como una gota de veneno, envenenando la atmósfera, haciéndola casi irrespirable. El cuchillo aún estaba en su mano, y Marina sabía que él tenía planes para usarlo de una manera que no podía siquiera imaginar.
Entonces, sin previo aviso, él hizo algo que Marina jamás habría esperado. Con un movimiento rápido y decidido, deslizó el cuchillo por su propio muslo, cortando un pequeño trozo de carne. Su rostro se contrajo en una mueca de dolor, pero no emitió ningún sonido. La sangre fluyó libremente, empapando su pantalón, pero él parecía más enfocado en la pequeña pieza de carne que ahora sostenía en la palma de su mano.
—Esto... —dijo, observando el trozo de carne como si fuera un trofeo—. Esto es una parte de mí, Marina. Una parte que estoy dispuesto a compartir contigo.
Marina jadeó, sus ojos llenos de horror mientras él llevaba la carne a su boca. Lentamente, mordió un trozo, su expresión al hacerlo una mezcla de dolor y placer. La masticó con cuidado, saboreando cada bocado antes de tragar.
—Deberías probarlo —dijo, acercándose a ella con la intención de obligarla a hacerlo.
Marina se revolvió, aterrorizada, tratando de alejarse de él, pero las esposas la mantenían atrapada. Estaba acorralada, sin lugar adonde ir. Y el asco, la desesperación y el miedo eran casi insoportables.
Él no hizo ningún esfuerzo por obligarla a comer. En cambio, simplemente se quedó allí, observándola mientras terminaba de masticar su propia carne.
—El amor —dijo después de un momento—, es un sacrificio, Marina. Y estoy dispuesto a sacrificar todo por ti. Incluso mi propia carne.
Marina no podía soportarlo más. Cerró los ojos, deseando que todo esto fuera solo una pesadilla de la que pudiera despertar. Pero la realidad la golpeó con una fuerza brutal cuando él tomó su mano con la suya ensangrentada, forzándola a tocar el cuchillo que aún sostenía.