El silencio en la habitación era insoportable. Marina permanecía sentada en la cama, sus ojos fijos en el cuchillo que él había dejado atrás. Cada vez que intentaba apartar la vista, sentía como si esa arma tuviera algún poder sobre ella, llamándola de manera inquietante.
Pasaron horas, aunque para ella parecieron días, antes de que el sonido de la cerradura se rompiera el silencio. El clic de la puerta fue el único aviso antes de que él entrara nuevamente en la habitación. Esta vez, había algo diferente en él. Su mirada era más intensa, sus movimientos más rápidos, como si una corriente de energía lo impulsara.
—Marina —dijo con una sonrisa casi radiante, pero el brillo en sus ojos era perturbador—. Hoy te mostraré algo muy especial.
Antes de que ella pudiera reaccionar, él se arrojó hacia la cama, tumbándola boca arriba con una fuerza inesperada. Marina gritó, pero el sonido se ahogó en el aire cuando él le cubrió la boca con una mano.
—No temas —murmuró, su aliento cálido contra su oído—. Todo lo que hago, lo hago por amor.
Con un movimiento ágil, él ató sus muñecas a la cabecera de la cama con unas correas de cuero que había sacado de su bolsillo. Marina se retorció, intentando liberarse, pero la presión de las correas era implacable. Su respiración se aceleró mientras él la observaba, su rostro apenas a unos centímetros del suyo.
—Tienes que aprender a confiar en mí, Marina. Sé que te cuesta, pero te prometo que estoy aquí para cuidarte, para protegerte... para amarte.
Marina intentó hablar, pero sus palabras fueron silenciadas por la cinta adhesiva que él rápidamente colocó sobre su boca. Con cada acción, su comportamiento se volvía más errático, más desconcertante.
Él sacó algo de su bolsillo: una pequeña caja negra, casi del tamaño de un libro. La abrió con delicadeza y extrajo una serie de jeringas llenas de un líquido desconocido.
—Esto —dijo, mostrándole una de las jeringas—, es un regalo para ti. Un regalo que te hará ver el mundo como yo lo veo. No es peligroso... si confías en mí.
El terror en los ojos de Marina se intensificó cuando él acercó la aguja a su brazo. Sentía su corazón latiendo desbocado en su pecho, la adrenalina corriendo por sus venas mientras luchaba inútilmente contra sus ataduras. La aguja perforó su piel, y el líquido se inyectó lentamente en su cuerpo.
Una sensación de frío se extendió desde el punto de la inyección, arrastrándose por su brazo hasta llegar a su pecho, donde se transformó en un ardor que la hizo estremecerse.
Él se apartó, observando con una expresión de expectación mientras el veneno, o lo que fuera, hacía efecto. Marina sintió cómo su visión comenzaba a distorsionarse, las paredes de la habitación parecían inclinarse y cambiar de forma, y el rostro de él se alargaba, deformándose en una mueca grotesca.
—Lo sé —dijo con una risa suave—. Es confuso al principio. Pero pronto, todo tendrá sentido.
Mientras la droga invadía su sistema, Marina comenzó a experimentar una serie de alucinaciones intensas. Vio sombras moviéndose en las paredes, figuras oscuras que parecían susurrar su nombre, y el rostro de él, que se transformaba constantemente, cambiando entre una mueca de furia y una sonrisa amorosa.
Pero lo más perturbador de todo fue lo que él hizo a continuación. Sin previo aviso, él comenzó a hablar con una voz extrañamente dulce, casi como si estuviera cantando una canción de cuna. Al principio, Marina no entendía las palabras, pero lentamente comenzaron a tener sentido.
—Mi madre siempre me decía que el amor verdadero requiere sacrificios —dijo, mientras acariciaba su mejilla con la punta del cuchillo—. Y yo creo en eso, Marina. Creo en los sacrificios.
De repente, él giró el cuchillo hacia su propio abdomen y lo clavó con una precisión y rapidez que dejó a Marina sin aliento. No emitió ningún sonido, pero su cuerpo tembló, y la sangre comenzó a manar de la herida. A pesar de ello, él siguió sonriendo.
—Este es mi sacrificio para ti —dijo, mientras cortaba profundamente su carne, el cuchillo deslizándose por su piel como si fuera mantequilla—. Porque quiero que sepas cuánto significas para mí.
El pánico se apoderó de Marina mientras lo veía realizar este acto de autolesión con una calma perturbadora. No era solo el dolor físico lo que la horrorizaba, sino la manera en que él parecía disfrutarlo, como si el sufrimiento fuera una forma de demostrar su amor.
La visión se tornó borrosa por las lágrimas, mezclándose con la distorsión de la droga. Marina apenas podía distinguir lo que estaba sucediendo, pero las imágenes eran lo suficientemente claras como para saber que algo terriblemente malo estaba ocurriendo.
Él sacó un trozo de carne de su propio abdomen y lo sostuvo frente a sus ojos, presentándoselo como si fuera un regalo. Luego, para su completo horror, comenzó a comerlo, masticando lentamente mientras mantenía su mirada fija en la de ella.
—Quiero que entiendas lo que es el amor verdadero, Marina —dijo, con la boca aún llena—. Quiero que sepas que no hay límites, no hay fronteras que no cruzaría por ti.
Marina intentó gritar, pero el sonido fue ahogado por la cinta en su boca. Su cuerpo temblaba incontrolablemente, y su mente comenzó a desmoronarse bajo el peso de las horribles visiones que la rodeaban.
Sin embargo, lo más inesperado ocurrió cuando, tras terminar de consumir la carne, él cayó al suelo de rodillas, un rastro de sangre siguiendo su caída. Marina pensó que tal vez se estaba muriendo, que la herida que él mismo se había infligido había sido demasiado profunda.
Pero, en lugar de sucumbir, él comenzó a llorar, un llanto profundo y desgarrador que resonaba en la habitación. Las lágrimas se mezclaron con la sangre en su rostro, y en un giro inesperado de los acontecimientos, él se lanzó hacia la cama, abrazando a Marina con una fuerza desesperada.
—No quiero estar solo —gimió, su voz quebrada—. No quiero que te vayas. Por favor, no me dejes, Marina.