Un Psicópata Se Enamoro de Mi

Capítulo 8: La Distorsión del Afecto

Marina se encontraba de vuelta en la celda, su mente aún reviviendo las horribles escenas del "juego macabro" al que había sido obligada a asistir. Sentía una profunda repugnancia, no solo por lo que había presenciado, sino también por lo que estaba empezando a sentir. Dentro de la monstruosidad que la rodeaba, un pequeño, perturbador rincón de su mente comenzaba a adaptarse, a encontrar un retorcido sentido en la locura del psicópata.

Las horas pasaban con lentitud, cada segundo se estiraba en una eternidad silenciosa y opresiva. Marina sabía que él volvería pronto, lo sentía en su piel, en la manera en que el aire en la celda se volvía más denso y difícil de respirar. Aunque su lógica intentaba aferrarse al odio y al miedo, un sentimiento más profundo e irracional comenzaba a tomar forma, algo que ella misma no comprendía.

Finalmente, la puerta se abrió con un chirrido metálico, y el psicópata entró, llevando consigo una bandeja con comida. Sus ojos, llenos de una malsana intensidad, la observaron como si fuera su posesión más preciada.

—He preparado algo especial para ti hoy —dijo con una sonrisa, colocándose frente a ella y presentándole la bandeja—. Comer es importante para mantener la energía. No me gustaría que te debilitaras.

Marina miró la comida con recelo. Sabía que en cualquier situación normal, habría devorado lo que fuera que le ofrecieran, hambrienta como estaba. Pero aquí, en este lugar donde nada era lo que parecía, la comida representaba algo mucho más siniestro. ¿Qué habría hecho él con ella? ¿Qué le había puesto?

El psicópata notó su reticencia y se inclinó hacia ella, sus ojos fijos en los de Marina.

—Vamos, no seas tímida —la animó, su tono era casi burlón—. Necesitas fuerzas para los próximos días. Tenemos mucho que hacer, muchos juegos más que jugar.

Marina apartó la mirada, intentando ignorar la creciente sensación de asco y confusión. Pero había algo en su tono, en la manera en que sus palabras parecían impregnadas de una extraña preocupación, que la hizo detenerse. No debía confiar en él, lo sabía, pero... ¿acaso tenía otra opción?

Tomó el tenedor con manos temblorosas y pinchó un trozo de la comida. Cuando lo llevó a su boca, el psicópata sonrió, observando cada uno de sus movimientos con una atención casi paternal.

—Así está mejor —dijo, satisfecho—. Quiero que estés bien, Marina. Te necesito aquí, conmigo. No puedo permitirme que te desmayes o te pongas enferma.

Mientras masticaba, Marina no pudo evitar preguntarse qué significaba todo esto. ¿Por qué se estaba preocupando por ella? ¿Era parte de algún plan retorcido, una manera de mantenerla bajo control? O... ¿era posible que, en medio de su locura, hubiera un atisbo de verdadera preocupación?

La idea la asustó más que cualquier otra cosa. No porque pudiera ser cierta, sino porque una parte de ella comenzaba a querer que lo fuera.

El psicópata se sentó frente a ella, apoyando los codos en la mesa y mirándola con una expresión casi contemplativa. Durante unos segundos, ninguno de los dos dijo nada. El silencio entre ellos era denso, cargado de emociones contradictorias.

—Sabes, Marina —comenzó él, su voz suave pero cargada de una oscura emoción—, siempre he pensado que hay una delgada línea entre el amor y el odio. Las dos son emociones tan poderosas, tan consumientes. A veces, ni siquiera yo puedo distinguir cuál es cuál.

Marina dejó el tenedor en la bandeja y lo miró directamente a los ojos, tratando de descifrar lo que él estaba intentando decir. Pero como siempre, sus palabras eran un enigma envuelto en locura.

—Lo que quiero decir —continuó él— es que tú y yo no somos tan diferentes. Tú, con tu fuerza, con tu capacidad de soportar todo esto... y yo, con mi necesidad de romper y construir, de destruir para luego crear algo nuevo. Es... hermoso, en su propia manera retorcida. Y tú, Marina, eres la única que lo entiende.

La mente de Marina se retorcía en un nudo de confusión y repulsión. ¿Estaba él realmente convencido de que compartían algo? ¿O estaba jugando con su mente, intentando quebrarla de una manera que las torturas físicas no podían?

Pero lo que más la aterrorizaba era la posibilidad de que tuviera razón. La monstruosidad de todo lo que había visto, el horror que había experimentado, la estaban cambiando. No había forma de escapar de eso.

—No... —murmuró finalmente, su voz apenas un susurro—. No somos iguales. Nunca lo seremos.

El psicópata sonrió con tristeza, como si estuviera escuchando a una niña pequeña que no entendía algo fundamental.

—Eso es lo que quieres creer ahora, Marina. Pero lo verás. Lo sentirás. En el fondo, ya lo sabes. Es solo cuestión de tiempo antes de que aceptes lo que somos... juntos.

El pánico se apoderó de Marina. No, no quería aceptar eso. No podía. Pero el psicópata había plantado una semilla de duda en su mente, y sabía que esa semilla podría crecer si no encontraba la manera de arrancarla de raíz.

De repente, el psicópata se levantó, rompiendo el hechizo de la conversación.

—Pero ya habrá tiempo para eso —dijo, su tono de voz volviendo a ser ligero y alegre—. Ahora, descansa. Te esperaré en la próxima ronda de nuestro juego. Espero que estés lista.

Y con eso, se giró y salió de la habitación, dejando a Marina sola con sus pensamientos tortuosos.

Mientras la puerta se cerraba tras él, Marina sintió un nudo formarse en su garganta. Quería gritar, llorar, desahogar la desesperación que la estaba consumiendo. Pero en lugar de eso, solo pudo mirar fijamente la bandeja de comida, preguntándose cómo había llegado a este punto, y si alguna vez podría volver a ser la persona que fue antes de caer en las manos de aquel monstruo.

Porque en el fondo de su ser, lo que más temía no era él... sino el hecho de que él tenía razón. Que ya estaba empezando a cambiar. Que la línea entre el amor y el odio era más delgada de lo que jamás había imaginado. Y que, tal vez, solo tal vez, ella ya había empezado a cruzarla.



#7067 en Novela romántica

En el texto hay: crimen, psicopata, romance

Editado: 01.09.2024

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