El aire estaba cargado de algo indescriptible. Como si el mundo, al fin, hubiese decidido regalarme una segunda oportunidad. O tal vez era solo el destino jugando con las piezas de un tablero que ya había dado por perdido. No lo sabía, pero ahí estaba yo, de pie frente a él, después de tanto tiempo. Mis manos temblaban, mi corazón acelerado. No sabía si era la emoción o el miedo lo que me invadía, pero la sensación era familiar. Algo en mí había permanecido intacto, como si el tiempo no hubiera pasado.
Él estaba ahí, a unos pasos, con esa mirada que tanto me había faltado. Su presencia me golpeó como una ola inesperada. Me quedé observándolo un momento, como si buscara en su rostro algo que confirmara que realmente estaba frente a él, que esto no era una ilusión, una fantasía que mi corazón había creado para sobrevivir.
—¿Te recuerdas de mí? —preguntó él, con una sonrisa que escondía una mezcla de sorpresa y algo más que no podía identificar. Su voz sonaba como un susurro, un eco que había estado guardado en mis recuerdos.
Al principio, no supe qué responder. Mi mente había quedado en blanco, y el sonido de su voz me había dejado sin palabras. Pero cuando nuestros ojos se encontraron, algo despertó en mí. Fue un destello, una chispa de lo que alguna vez fue. Algo profundo y familiar.
—¿Cómo olvidarte? —respondí finalmente, con la voz quebrada, sin poder evitar sonreír al ver cómo sus ojos brillaban al escuchar esas palabras. Mi alma, esa que había estado vacía durante tanto tiempo, dio un salto en mi pecho. Como si las piezas finalmente encajaran.
Él dio un paso hacia mí, acercándose con lentitud, como si temiera que al hacerlo, todo se desvaneciera de nuevo. Lo miré de cerca, buscando en su rostro la misma esencia que conocí, y aunque había algo diferente, esa chispa seguía ahí. No había cambiado tanto como pensaba. No era el mismo, pero en el fondo, seguía siendo él.
—Pensé que ya nunca te vería —dijo, su voz cargada de una mezcla de alivio y tristeza.
—Yo también lo pensé —admití, casi en un susurro, mientras mis manos temblaban sin control. No me atrevía a acercarme más, como si cualquier movimiento en falso pudiera romper la magia que se había formado entre nosotros.
Nos quedamos unos segundos en silencio, los dos observándonos, sin saber qué decir. El tiempo parecía haberse detenido, pero la tensión en el aire lo hacía todo más real. Finalmente, fue él quien rompió el silencio.
—¿Sabes? —dijo, mientras sus ojos se suavizaban—. Siempre sentí que nos quedamos a medio camino. Como si todo lo que pasó no fuera suficiente. Y no pude dejar de preguntarme si, de alguna manera, también lo sentías.
Mi corazón dio un vuelco, porque sus palabras eran las mismas que había guardado para mí durante todo ese tiempo. Las mismas que me había callado, por miedo a que él ya no las compartiera. Pero ahí estaba, él hablándolas, como si ambos estuviéramos buscando un cierre a todo lo que nos quedó pendiente.
—Lo sentía —respondí, sintiendo cómo mi pecho se abría al decirlo. Por fin, pude hablar con libertad. Por fin, el peso que había cargado se desvaneció, aunque solo fuera un poco. —Lo sentía todo el tiempo. Pero había algo que me asustaba, algo que no quería enfrentar.
—El miedo —dijo él, como si ya supiera lo que estaba pasando por mi cabeza. —Miedo a que fuera demasiado tarde, a que los recuerdos se desvanecieran con el tiempo.
Asentí, con la mirada fija en sus ojos. Era como si todo lo que había guardado en mi interior durante tanto tiempo comenzara a tomar forma, a cobrar sentido. Él, al igual que yo, había sentido ese mismo miedo. Y lo peor de todo es que nos habíamos alejado por eso.
—¿Y ahora? —preguntó, con una expresión que mostraba incertidumbre, pero también algo más, algo que hacía que mi corazón se acelerara.
Respiré hondo, como si tomara valor de algún lugar profundo. Sentía que no podía dejar pasar la oportunidad. Mis labios se curvaron en una sonrisa tímida, pero sincera.
—Ahora... ahora creo que nunca es tarde para lo que el corazón no olvida —respondí, mientras mis manos, casi por inercia, se extendían hacia él. No sabía si lo haría, no sabía si lo quería hacer, pero sentí que si no lo hacía en ese instante, la oportunidad se desvanecería, como las demás.
Él miró mis manos por un momento, dudó, y luego, con una suave sonrisa, las tomó, entrelazándolas con las suyas. En ese momento, sentí cómo el tiempo volvía a dar sentido. No necesitábamos más palabras, no más explicaciones. Solo necesitábamos este momento, este reencuentro que había tardado tanto en llegar.
Y así, como si nunca nos hubiéramos ido, como si el vacío que ambos sentíamos desapareciera en un suspiro, nos encontramos. No había promesas, no había certezas, pero por primera vez en mucho tiempo, sentí que todo iba a estar bien. Al menos por un momento, todo iba a estar bien.
#4687 en Otros
#1230 en Relatos cortos
#576 en Novela histórica
sentimientos encontrados, amor juvenil novela romantica, amor juvenil rencuentros de la vida
Editado: 24.04.2025