Elian y yo seguimos caminando, como si nuestros pasos se fueran entrelazando al ritmo del recuerdo. No hablábamos mucho, pero cada silencio entre nosotros decía más que cualquier palabra. Era como si el universo nos estuviera dando una segunda oportunidad, pero sin garantías… solo con ese rayito de esperanza que nos empujaba hacia adelante.
—¿Recuerdas cuando me dijiste que te hacía pensar en los atardeceres de otoño? —le pregunté de repente, con una sonrisa apenas visible en mis labios.
Elian soltó una risa suave, de esas que se escapan sin permiso pero que acarician el alma.
—Claro que sí. Te veías como una promesa a punto de cumplirse —dijo. Luego se detuvo, y con un gesto que solo él sabía hacer, me miró con los ojos entrecerrados, como si quisiera grabar ese momento para siempre—. ¿Tú te acuerdas cuando dijiste que querías quedarte en mi mundo, aunque yo a veces no supiera cómo cuidarlo?
Asentí, sintiendo una punzada en el pecho. No por dolor, sino por la dulzura con la que esas palabras aún vivían en mi memoria.
—Nunca quise huir de tu mundo, Elian. Solo me cansé de pelear con los fantasmas que tú no dejabas ir —le dije, no como reproche, sino como verdad.
Él bajó la mirada, visiblemente tocado por mis palabras, y por un instante pensé que el muro entre nosotros volvería a levantarse. Pero no lo hizo. En cambio, me ofreció algo más valiente: vulnerabilidad.
—He cambiado, Aveline. No sé si es suficiente, pero ya no me escondo de mí mismo. Y si aún me quieres, aunque sea un poco… estoy aquí. No para rehacer lo mismo, sino para escribir algo nuevo contigo. Más limpio. Más real.
Mi corazón tamborileó fuerte. Era todo lo que alguna vez esperé escuchar. Pero también sabía que el amor no bastaba si no venía acompañado de verdad, de voluntad, de un deseo compartido de sanar.
—No quiero volver a los “éramos”. Quiero aprender a ser contigo de nuevo. —Le apreté la mano suavemente—. Tal vez nos tomó tiempo entenderlo… pero aquí estamos.
Nos sentamos en una banca junto al lago, como si el mundo se hubiese detenido solo para nosotros. El sol comenzaba a bajar, tiñendo el cielo de colores cálidos, y por un momento, ya no fuimos dos personas rotas intentando encajar. Fuimos dos almas que, a pesar de todo, seguían eligiéndose.
—Elian —dije, rompiendo el silencio—. Si este es el comienzo de algo nuevo… quiero que sea con pasos firmes. No te prometo no tener miedo, pero sí te prometo quedarme si me tomas de la mano con sinceridad.
Él me miró, y sin decir nada, solo asintió, apretando mi mano con fuerza. Y ahí lo supe… no necesitábamos juramentos eternos. Solo el valor de estar, de sanar juntos.
Ese día no volvió todo a ser como antes. Fue mejor. Porque empezamos desde donde realmente importaba: desde la verdad.
#4681 en Otros
#1231 en Relatos cortos
#576 en Novela histórica
sentimientos encontrados, amor juvenil novela romantica, amor juvenil rencuentros de la vida
Editado: 24.04.2025