Todo comenzó en junio de 1958. Hacía poco que cumplía 6 años de edad y no había tenido grandes inconvenientes en la escuela. Era un chico popular y generalmente destacaba en mi aula, entre los mejores.
Sin embargo, una mañana, poco antes de la llegada del verano, todo cambió. Sin previo aviso, mi mundo, hasta ese momento ideal, se despedazó.
Llegaba a la escuela luego que papá me llevara en su auto. Se escuchó en el noticiero de la radio que Yugoslavia intentaba acercarse diplomáticamente a la Unión Soviética. Esa noticia causaría en mí, años más tarde, un efecto devastador, aunque en ese momento no lo sabía.
Después de eso, ya nadie quería hablarme, ni andar, ni hacer nada conmigo. Nadie quería tener al 'rojito' cerca.
Me tomó tiempo comprender que era un asunto político sumamente complejo dentro de lo que llaman la Guerra Fría: Yugoslavia estaba incluida dentro del bloque comunista, de los llamados 'enemigos' de Estados Unidos. Pero, ¿de qué forma puede un niño de 6 años entender esto? Ahora que soy mayor, entiendo un poco mejor cómo funciona la política mundial, pero aún no me puedo explicar por qué se discriminan las personas por su origen. La respuesta no me ha convencido, y al recordarlo junto lo que me hicieron desde los 6 años, empezaba a llorar.
Ahora, ¿no se supone que en este mundo todos somos uno, como hermanos? Me parece ridículo que por culpa de la política me haya tocado sufrir tanto en la vida. Además, nunca me interesó. Pero, ¿qué podía yo hacer? ¿Seguir sufriendo? ¿Negar mi origen yugoslavo? No, eso jamás. Esperaba un cambio en mi vida aunque tuviera que soportar 50 años de puro sufrimiento (obvio no quería sufrir más) para liberarme de las cadenas del maldito comunismo, que también me afectaban a mí, porque, pese a nacer en Canadá, por mis venas también corría sangre yugoslava.
Pero, claro, nada en la vida es fácil. Y en mi vida, en particular, tampoco parecía que las cosas fueran a mejorar.