Estaba intentando dormir bajo mis sábanas y con el hielo sobre mi cara para deshinchar los moretones producidos por los golpes, cuando mi papá entró en mi cuarto.
–¿Tyler? Tenemos que hablar–anunció cuando ni bien había cruzado la puerta.
–Claro, papá–respondí. Aparté las sábanas y con esfuerzo me senté en la cama, apoyando mi espalda contra la cabecera.
–Hijo, estoy preocupado con esto que te ha pasado. ¿Me quieres contar?–me dijo.
Se me hizo un nudo en la garganta.
–Bueno, está bien.
–Sé que no es fácil lo que estás pasando, hijo. Pero yo soy tu papá, y mamá y yo te podemos ayudar en tus dificultades. Pero sólo si nos cuentas qué te pasa.
–Sí, papá, está bien, ya te voy a contar–dije. Ya me empezaba a sentir triste.
–Adelante.
–Bien. ¿Recuerdas que me dejaste en la puerta de la escuela ese día?
–Claro. ¿Qué sucedió luego?
–Iba para mi aula cuando tres muchachos que iban como tres grados más adelante me bloquearon el paso–mis ojos empezaban a llenarse de lágrimas–y me empezaron a insultar.
–¿Qué te decían?–respondió él.
–Me decían que yo no era canadiense, y que me devolviera al basurero comunista al que pertenecía. Luego me empezaron a golpear. Pedí ayuda pero nadie se movió.
–Demonios, no puede ser–fue todo lo que dijo.
–¿Cómo?
–Hijo, como ya te conté, nosotros no podemos ni queremos regresar a Yugoslavia. Nuestra vida está aquí, en Canadá. Y no creas, también he sido ofendido por ser yugoslavo. Pero no ha sido motivo para querer morirme.
–¿A qué te refieres?
–A que tienes que aprender a defenderte, Tyler. No puedes seguir permitiendo que esto te suceda.
–¿Pero de qué forma, papá? Tengo miedo.
–Siempre a la hora de pelear, todos tenemos miedo–respondió sabiamente–, pero el ganador es el que mejor sabe manejar su miedo.
–Pero papá, ¡eran tres!
–No hablo solamente de esto, ya pasó lo que pasó, nada que hacer. Esto es también para tu vida. Si no aprendes esto pasarás dificultades. A veces se intenta ser amable, pero cuando veas que no funciona, entonces defiéndete de tus agresores. No importa si pierdes, sólo no permitas que abusen de ti, o por lo menos, que crean que eres un débil.
Yo estaba llorando profusamente. Mi padre lo entendió y me dijo:
–Está bien, Tyler. Tal vez ahora no lo entiendas, pero cuando te hayas calmado, lo comprenderás mejor. Deja salir tu tristeza y vuelve a empezar. Ánimo, hijo. Eres un hombre valiente. Ah–iba saliendo pero se devolvió, y me dijo–: Siéntete orgulloso de tus raíces. Eso te hace único en el mundo.
Dicho esto, me dio dos palmadas en el hombro y salió. Yo me quedé llorando hasta que me dormí.