22 de septiembre de 1969. Último día del verano. Día del regreso a clases. Pero no era cualquiera. Para nosotros sería la última vez, nuestro último año. La promoción 1969-70 dejaría la secundaria poco antes del verano siguiente.
Todos sabían ya que Mónica era mi novia, llevábamos cuatro meses de relación. De alguna forma, mi mala reputación causada por mis orígenes yugoslavos había desaparecido. Fue el periodo de mayor estabilidad emocional y felicidad de mi vida.
Ese año se fue rápido. Cuando quise darme cuenta, ya íbamos en abril de 1970.
Pero para ser feliz, a veces hay que sufrir o sacrificar algo. Mónica me citó en su casa el viernes 24 de abril.
-¿Tyler? Quiero hablar con vos.
-Claro, mi amor. Cuéntame.
Mónica me abrazó con desconsuelo, como si pasara algo fatalmente arrollador.
-¿Pasa algo, Mónica?-pregunté, intrigado.
-Sí-tomó aire, y continuó-: Tyler, me voy de Toronto.
Dentro de mi pecho sentí mi corazón romperse en mil pedazos, como cuando dejas caer un adorno de vidrio.
-¿Cómo?-no podía creer lo que acababa de escuchar.
-Tal como lo escuchás, Tyler. Me voy de Toronto-me repitió, sin vacilar.
-Pero, ¿por qué, Mónica?-yo estaba desconsolado.
-Ya sabés que vamos a terminar la secundaria.
-Claro.
-Bueno, mis viejos decidieron que estudiara mi universidad en Vancouver-me contó-. Ya hice las pruebas para estudiar psicología, y las he pasado.
-Oh, entonces te irás a estudiar a Vancouver.
-Sí, Tyler. Pero yo te amo, y no te quiero dejar-Mónica estaba a punto de llorar.
-Oh, entiendo lo que sientes. Me refiero, estás feliz porque pasaste las pruebas para estudiar lo que quieres, pero no te quieres ir de aquí sin mí-reflexioné.
-Exactamente, Tyler-me abrazó y lloró un momento, apoyada a mi hombro.
-Todo está bien, mi amor-le dije. Ya empezaba a calmarse. Continué reflexionando-: Cuando se ama a alguien, hay que hacer algunos sacrificios también. A mí tampoco me gusta mucho la idea que te vayas al otro lado del país, porque también me harás mucha falta. Pero hay oportunidades en la vida que no se pueden dejar pasar, Mónica. Siempre es más difícil mantener el amor vivo cuando se está lejos. Pero si me amas de verdad, entonces harás todo lo posible para mantenerlo vivo, ¿no? Por cierto, me hace feliz que, aunque te vas a alejar de mí un tiempo, será temporal. Además, lo harás para hacer algo que te va a beneficiar enormemente. En vacaciones podemos visitarnos, y mientras estemos en temporada de clase nos escribiremos. ¿Qué dices?
Mónica volvió a sonreír.
-¡Cielos, cómo no se me ocurrió eso! ¡Sos un puto genio, mi amor!-soltó una risa de satisfacción-. Entonces, mientras seguimos juntos aprovechemos nuestro tiempo, ¿no es así?
-Exactamente-le contesté, y la besé suavemente.
-Está bien. Gracias por hacerme sentir mejor, Tyler. Sólo vos podés hacerlo.
-Te amo mucho, Mónica. Sabes que podría hacer cualquier cosa por ti.
-Sí, lo sé. Yo tal vez no pueda hacer lo mismo, pero lo hago a mi manera: lo que hago, lo hago por vos.
Ya no había más nada que hablar en ese momento. Mónica recuperó su sonrisa. Mi trabajo había terminado en esta ocasión. Nos despedimos con un abrazo, y regresé a casa.
Sin embargo, en el camino a casa fui dándome cuenta de la situación. Mi ánimo decayó. Al llegar a casa me encerré en mi habitación. No quería saber nada de nada. No soportaba pensar que Mónica tuviera que marcharse al otro extremo de Canadá. Apoyé mi cara contra la almohada y empecé a llorar.
-¿Estás bien, Tyler?-era mi madre, que estaba pasando por ahí y seguramente me escuchó llorar.
Intenté contener mi llanto y le dije:
-Sí, mamá, no te preocupes.
-Vamos, Tyler, no mientas. Te he escuchado llorar-insistió. Al decir esto último supe que no tenía de otra. Continuó-: ¿Es por Mónica? ¿Pelearon? ¿Qué sucedió?
Al escuchar esto, volví a soltar el llanto:
-Mónica se irá a Vancouver...
-¡¿VANCOUVER?!-puso el grito en el cielo.
-Sí, mamá. Y aunque la consolé y le dije que lo hiciera, no quiero perderla. Siento que no resistiré su ausencia.
-Pero tú eres un chico fuerte, Tyler.
-Hasta los hombres más fuertes sienten miedo de perder algo que aman, mamá-respondí, con resignación.
-Te pareces a tu padre. Cuánta inspiración.
-Gracias-respondí, escueto, con las lágrimas a la mitad de mis mejillas.
-Ánimo, hijo-mamá intentaba alegrarme-. Mónica es una gran chica, y ella te ama, así como tú la amas a ella. El tiempo se pasa volando. ¿Hace cuánto que la conoces?
-Hace dos años.
-¿Ves? Lo has sentido en un momento.
-Pero son cuatro o cinco años sin ella, mamá-dije, escéptico-. Es el doble de tiempo. No es lo mismo.