A diez días de empezar mis clases, fui a despedir a Mónica al aeropuerto. Se mudaba a Vancouver para iniciar sus estudios de psicología. Ese día hacía mucho calor: naturalmente, estábamos en verano. Ese día era jueves. Era el 30 de julio de 1970.
Antes de su partida, tuvimos tiempo para estar a solas, y para una pequeña conversación:
–Tyler, prometéme que no me olvidarás–me dijo mientras me abrazaba.
Al mirarla, vi sus ojos, que parecían gritarme lo que ella me acababa de decir.
–¿Cómo es posible que vaya a olvidar la mujer que amo?–contesté.
–No sé, tal vez la distancia. Conocerás gente nueva, y tal vez llegue alguien...–de repente paró en seco.
Era cierto. Mónica tenía motivos para temer. Ahí entendí la verdadera dimensión del asunto, y al igual que ella, me empecé a asustar al pensar en la idea de olvidarnos.
–No, no, no...–comencé a decir.
–¿Qué pasa?–preguntó.
–Mónica, tengo miedo...–mis ojos empezaban a llenarse de lágrimas–. Te amo y tampoco te quiero perder.
Estábamos asustados. Nos abrazamos muy fuerte y empezamos a llorar juntos. El dolor nos daba la sensación que el tiempo era eterno. Tenía ganas de que se quedara para siempre en mis brazos. No quería que se fuera.
En eso se escucharon los altavoces del aeropuerto:
–Se solicita a los pasajeros del vuelo 479 de Air Canada, con destino a Vancouver, que se dirijan a la puerta de embarque.
Se acabó. No había tiempo para más. Mónica se iría de mí y yo no podía hacer nada para detenerla. Sequé sus lágrimas, besé sus labios y, aún llorando, le dije:
–Buen viaje, mi amor.
Luego de estas palabras, nos abrazamos. Mónica se dio la vuelta y avanzó hacia el avión. Giró su cara hacia mí y me lanzó un beso por el aire. Luego siguió su camino, subió al avión y desapareció.
Me quedé viendo el avión carretear por la pista del aeropuerto. Era un Boeing 737-300, de colores rojo y blanco, brillantes. Era precioso. Finalmente, se elevó y emprendió su camino en dirección a Vancouver.
–Adiós, Mónica. Adiós–decía en mi mente.
Finalmente, el avión se perdió en el inmenso cielo azul. Me dolía el pecho de la nostalgia, al recordar todos los momentos lindos que viví con ella. Ahora sólo esperaría a que volviera.