Un rayo de esperanza

15. Atendiendo un llamado

Corría el año de 1991, y era evidente que el mundo estaba cambiando radicalmente. Habíamos visto, entre otros acontecimientos, la caída del Muro de Berlín, la disolución de la Unión Soviética y la reunificación de Alemania.

Sin embargo, aún faltaba un suceso igualmente determinante, pero no tan sonado. Y yo estaría directamente involucrado.

El 12 de diciembre era el cumpleaños de Mónica. Lo celebramos en casa entre nosotros, sin invitados, aunque era jueves. Al día siguiente, el viernes 13 de diciembre, mi padre llamó.

–¿Hola?

Hola Tyler, es tu padre.

–Hola, papá. ¿Cómo va todo?

No muy bien que digamos.

–¿Qué pasa?

Ha explotado la guerra en Yugoslavia.

Me quedé frío. Nunca había ido a Yugoslavia, pero era el país de mis padres, como mi otra madre patria.

–¿Cuándo?

Hace unos nueve meses. Han hecho un llamado a la comunidad yugoslava en todo el mundo para unirse al campo de batalla.

–Pero papá, ¿qué puedo yo hacer? No puedo dejar solos a los niños ni a Mónica.

Sé que es una responsabilidad enorme, Tyler. Pero parece que tendrás que ir.

–¿Tendré que ir? ¿Por qué?

Yo no puedo ir porque soy viejo, Tyler. Han llamado a los varones entre 18 y 50 años para la batalla. Yo tengo 64, claramente no iré.

En ese momento recordé con pesar que tenía 39 años.

–Oh, vamos papá... No puede ser.

Sí, hijo. Me da mucha pena contigo pero debes ir. Es tu patria.

–¡Por favor, papá! Mi única patria es Canadá, y punto.

Lo sé, pero, ¿también te sientes yugoslavo, no?

Demonios. Papá había ganado de nuevo.

–Está bien, iré. Pero, ¿qué pasa si no regreso? ¿Si dejo viuda a Mónica?

Esperemos que no, hijo. Ánimo.

Suspiré. No podía ser. Tenía que ir a la guerra y dejar mi vida atrás, sin saber si la retomaría.

–Está bien, papá. Iré a la embajada yugoslava y me registraré. Gracias por avisarme.

Vale hijo, adiós.

-Adiós–colgué el teléfono.

Al llegar a casa después del trabajo, no quise comer ni hablar con nadie. Me fui directo a mi habitación y cerré la puerta con un fuerte estruendo. Comencé a llorar de impotencia.

–¿Qué pasa, Tyler?–era Mónica–. No quisiste hablarnos y tampoco comiste. ¿Es el trabajo? ¿Qué tenés, mi amor?

No quería decírselo. Pero tenía el corazón partido y estaba fuera de mí.

–Mónica, yo...–comencé.

–¿Qué?–preguntó, intrigada.

–Mi padre me llamó esta mañana, y...

–¿Y qué?–Mónica quería saber más.

No quería seguir hablando.

–¿Qué, Tyler?–Mónica seguía esperando.

Muy a mi pesar, proseguí.

–Mi padre me llamó esta mañana. Me avisó que ha estallado la guerra en Yugoslavia, y necesitan a los varones yugoslavos de 18 a 50 años que viven en el exterior, para que se registren en las embajadas para ser tenidos en cuenta en el conteo de soldados. Y como tengo 39, clasifiqué al conteo... Nos enviarán a la guerra...–se me quebró la voz.

Mónica se quedó de una pieza, y empezó a llorar conmigo.

–¡NO PUEDE SEEER! ¿Y si no volvés, Tyler? ¡Tengo miedo de perderte!

–Yo también, y no me quiero ir a pelear. Mi vida está aquí, contigo.

Nos abrazamos y lloramos. En eso llegó Milena, nuestra hija, nos vio llorando y preguntó:

–Papi, mami, ¿por qué lloran?

Demonios. Secamos nuestras lágrimas tan rápido como pudimos.

–No es nada, mi amor–mintió Mónica–. Andá a dormir, mañana iremos al parque en la mañana.

–¿En serio?–a Milena le brillaron los ojos–. ¡Gracias mami, eres la mejor!

Dicho esto corrió escaleras arriba a acostarse.

Una semana después, Mónica me acompañó a la embajada de Yugoslavia para registrarme. Después de comprobar mis orígenes yugoslavos, me dieron un turno, y me dijeron que si era seleccionado para pelear, me llamarían.

Desde entonces desarrollé una paranoia hacia el timbre del teléfono. Obviamente, mi trabajo consistía, en contestar llamadas, entre otras cosas. Pero como no las contestaba, a mi jefe le molestaba.

–Señor Stojanović, he recibido quejas, tanto de los clientes como de los subalternos, que me dicen que ya no contesta las llamadas. Usted sabe bien que una llamada perdida pueden ser miles, o millones de dólares perdidos–me dijo cuando me llamó a su oficina.

–Claro, jefe.



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En el texto hay: esperanza, amor, xenofobia

Editado: 25.08.2019

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