Un rayo de esperanza

16. Mi estancia en Yugoslavia

A las dos semanas exactas, llegó un auto de la Embajada de Yugoslavia a recogerme a mi casa. Era el día y tenía que partir a la guerra. Abracé a mi esposa y mis hijos y lloramos un momento. Me iba con el corazón destrozado, porque sí, me estaba yendo, pero no sabía si volvería.

El auto nos llevó al aeropuerto, donde en mitad de la pista, nos esperaba un avión de pasajeros que pertenecía a la Fuerza Aérea Yugoslava. Fui el último en subir al avión, en el que estaban otros 100 o 150 yugoslavos o descendientes de yugoslavos. El avión nos llevaría primero a Belgrado, para el conteo, y luego nos dividirían en contingentes.

Al llegar a Belgrado, nos repartieron. Yo fui confirmado en el contingente que iba a pelear en Croacia, así que nos embarcaron en otro avión que se dirigía a Dubrovnik, una ciudad mediana de Yugoslavia, que se situaba en la costa del Mar Adriático, en Croacia.

Llegamos a Dubrovnik, finalmente. Éramos parte del ejército unionista, es decir, éramos leales al gobierno central, al presidente Slobodan Milosević. Nuestra misión era mantener a Yugoslavia unida.

Permanecí cuatro años en Croacia. Fueron cuatro años intensos, donde muchas veces no sabía si volvería vivo. El general Marko Hadžibegić, nuestro superior, nos repetía constantemente que lucháramos por Yugoslavia, por mantenerla unida. Pero mi motivación principal no era la unión de Yugoslavia. Yo luchaba porque quería que todo terminara rápido, para volver a casa lo antes posible.

En esos cuatro años, apenas pude escribirle a mi familia. Me asombraba cuando veía las fotos de mis hijos. Estaban creciendo y yo no los estaba acompañando. Eso me motivó a arriesgarme aún más.

Pero muchas veces, arriesgar demasiado trae peligros. Estuve a punto de morir varias veces, pero en las dos más graves fue cuando más me asusté. La primera fue en octubre de 1992, combatiendo a los rebeldes en Split, una ciudad en el extremo sur de Croacia. Una bala me impactó en la cabeza y perdí una cantidad más o menos considerable de sangre. Luego los médicos dictaminaron que había perdido totalmente la vista del ojo derecho, y me dieron cuatro meses de recuperación.

La siguiente ocasión ocurrió menos de dos años más tarde, en agosto de 1994. Había sido enviado a una misión especial a Zagreb, la capital de Croacia. Debíamos desactivar una bomba que los rebeldes habían puesto frente al cuartel. Logré desactivarla exitosamente, pero cuando regresaba al camión dispararon un proyectil. Más exactamente, un rocket. Me impactó en la pierna, a la altura de la rodilla. Me destrozó la rótula y, en resumen, perdí toda la pierna de la rodilla para abajo. Eso me condenó a usar muletas y una prótesis por el resto de mi vida.

Me dolía además el hecho de estar tan lejos de mi familia. Y lo que es peor, hice algo que había jurado no hacer: le fui infiel a Mónica con dos mujeres, mientras estaba en Croacia. Eso lo revelaría más tarde.

No sé cómo pude resistir tanto tiempo en la guerra. Pero afortunadamente, mi trabajo ya estaba hecho.

 



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En el texto hay: esperanza, amor, xenofobia

Editado: 25.08.2019

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