LENAY.
Los días en la oficina comenzaron a pasar a gran velocidad, todo iba a la perfección con mi trabajo y demas, lo unico a lo que no podía acostumbrarme, era a tener a Connor tan cerca y a la vez tan lejos.
La primera semana transcurrió con cierta rapidez, entre reuniones y tareas. A pesar de la incertidumbre de estar en un entorno nuevo, me sentí motivada. Sin embargo, la tensión entre Connor y yo era palpable, como una cuerda tensa que podía romperse en cualquier momento.
Él mantenía las distancias, su actitud fría y profesional, y aunque su mirada a veces se perdía en la mía, siempre se apartaba antes de que la conexión se profundizará. Era un tira y afloja constante.
Uno de los tantos días, mientras revisaba un informe, sentí una mirada fija en mí. Levanté la vista y divisé a Connor, en su oficina, con los brazos cruzados sobre el pecho y el ceño ligeramente fruncido. Su expresión era difícil de descifrar, pero había un destello en sus ojos que me hizo sentir un cosquilleo en el estómago. Quería creer que había un remanente de nuestros sentimientos pasados, pero su comportamiento me decía lo contrario.
A medida que la semana avanzaba, los recuerdos comenzaron a atormentarme más. Recordaba cada detalle de nuestra relación: las noches en las que hablábamos hasta el amanecer, los planes de construir una vida juntos, y aquel fatídico momento en que todo se desmoronó. Era difícil no preguntarme si todo había sido un sueño. ¿Por qué no podía simplemente dejarlo ir?
Aquella tarde, mientras recogía mis cosas, un leve golpe en la puerta me hizo levantar la vista. De pie en el umbral de la puerta, con una expresión que no pude descifrar, apareció Connor. Mi corazón latió desbocado al verlo, tan apuesto.
—¿Podemos hablar un momento?— preguntó. Asentí con la cabeza, incapaz de formular una sola palabra.
—No quiero que esto se convierta en algo complicado—,hablo con su mirada fijia en mi. —Necesitamos ser profesionales. No puedo permitir que nuestros asuntos personales interfieran con el trabajo. —Su declaración fue como un balde de agua fría. Sentí cómo la esperanza se desvanecía, reemplazada por una profunda tristeza.
—Entiendo. Pero, Connor, no creo que eso sea posible. Estar en la misma oficina significa que inevitablemente vamos a tener que interactuar.
—No insistas en almuerzos o reuniones fuera del trabajo. No es apropiado—, continuó, con un tono de voz tan gélido que me helo la sangre, interrumpiendo mis palabras.
Las palabras dolieron más de lo que esperaba. En su mirada y sus palabras se notaba que no había marcha atrás. La sola idea de perder la conexión que habíamos comenzado a reavivar me dejó sin aliento.
—Está bien—, logré murmurar, sintiéndome derrotada.
El silencio se extiendió entre nosotros, pesado. Lo que había comenzado como un intento de reconectar se había convertido en un recordatorio brutal de nuestra realidad.
—Solo quiero que sepas que no quiero que esto sea incómodo—, añadió, pero sus palabras no me consolaban ni un poco.
—Lo sé—, intenté mantener la compostura, pero me estaba desmoronando por dentro. —Solo... quería que supieras que estoy aquí para hacer un buen trabajo.
La tensión entre nosotros era palpable, no fui capaz de estar en su oficina un minuto más. Mientras me giraba para salir de su oficina, sentí el peso de su mirada en mi espalda.
Al regresar a mi escritorio, un nudo se forma en mi garganta. No sabía cómo iba a soportar este nuevo ambiente, sabiendo que él estaba ahí, tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. Cada día sería una batalla entre lo que una vez compartimos y la necesidad de avanzar.
Los siguientes días transcurrieron con una rutina monótona. Intenté enfocarme en el trabajo, pero el pasado se deslizaba en mis pensamientos, torturándome, recordándome lo que no podía tener.
Un día, después de una reunión que parecía interminable, me encontré revisando correos electrónicos cuando vi que él estaba en su oficina, de pie junto a la ventana, mirando hacia el vacío. Había algo melancólico en su postura, y no pude evitar sentir un deseo abrumador de acercarme y abrazarlo con fuerza, de hacerle saber que aún me importaba.
Fue entonces cuando mi mente viajó de regreso a un recuerdo particularmente doloroso. La noche en que todo terminó. Estábamos en su apartamento, y la conversación había tomado un giro inesperado. Recuerdo su rostro tenso, la manera en que su voz se había vuelto fría, como si una barrera se interpusiera entre nosotros.
“Lenay, no podemos seguir, no podemos estar juntos, no quiero estar contigo ni un minuto más”, había dicho, y el dolor en su mirada me había desgarrado el corazón. Fue esa noche en la que me di cuenta de que el amor que había creído eterno se estaba desvaneciendo. Luché contra las lágrimas mientras abandonaba su apartamento, sintiéndome más sola que nunca.
El sonido del teléfono me sacó de mis pensamientos. Era un correo electrónico que necesitaba atención inmediata. Intenté concentrarme en la tarea, pero las memorias seguían aflorando. Cada vez que miraba a Connor, veía al hombre que me había prometido el mundo y luego me lo había quitado.
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Los días se convirtieron en semanas, y la sensación de que las cosas no podían seguir así se volvió más intensa. Las interacciones entre nosotros se redujeron a lo estrictamente necesario, y en mi corazón sabía que esta lucha constante no podía continuar. Algo tenía que cambiar.
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Editado: 21.11.2024