Emma
27 de noviembre de 2024
Los escaparates de la ciudad ya están llenos de luces y adornos. Las guirnaldas verdes con cintas rojas, las estrellas doradas y la nieve artificial cubren cada rincón. La ciudad parecía transformarse en un mundo mágico cuando se acercaba la Navidad, y yo no podía evitar sonreír cada vez que lo veía. Para mí, era la mejor época del año.
Mi nombre es Emma Montiel, y me encargo de la decoración y ambientación de los hoteles de mi familia, la cadena Montiel. Desde pequeña he amado el arte y el diseño, y cuando terminé la universidad, mis padres confiaron en mí para llenar cada espacio de nuestros hoteles con un toque único. Los Montiel son conocidos por sus espacios elegantes y cálidos, y mi madre siempre dice que mi toque final les da el alma que necesitan.
Desde niña, la Navidad fue especial para mí. Era un tiempo en el que mi familia dejaba de lado las obligaciones y las formalidades del negocio hotelero y se dedicaba a estar juntos. En esta época, mis padres parecían menos ocupados, y eso me hacía sentir más cerca de ellos. Mis padres, Sofía y Ernesto Montiel, han trabajado toda su vida en construir su cadena de hoteles hasta convertirla en una de las más prestigiosas del país. Son personas exigentes, y su vida ha girado en torno al negocio. Aunque siempre se han mostrado orgullosos de mí, a veces he sentido que el hotel era su verdadera prioridad.
Por eso me resulta irónico que, justo este año, en el que me he concentrado más en mi trabajo que nunca, ellos decidan "soltar un poco las riendas", como dijo mamá en nuestra última reunión familiar. "Es tiempo de disfrutar más y trabajar menos", declaró mi padre, a lo que mamá asintió con un brillo de satisfacción en los ojos. Al parecer, ahora me tocaba a mí asumir el peso del apellido Montiel.
De todas formas, no me molestaba. Me sentía lista para tomar el mando de los proyectos de la empresa, y la idea de decorar los hoteles para Navidad me tenía ilusionada. Ya había diseñado un concepto especial para este año: un estilo nórdico con detalles vintage, luces cálidas y detalles en madera. Todo en tonos tierra y dorado, una Navidad que recordara la calidez del hogar.
Al salir del trabajo, me dirigí a la pequeña cafetería donde solía pasar las tardes en los días fríos de noviembre. Era un lugar acogedor, con mesas de madera y luces colgantes. Me senté junto a la ventana y miré la gente pasar, envuelta en bufandas y abrigos. Parecía que todos estaban inmersos en el espíritu navideño, menos yo… y Lucas, el hijo de la mejor amiga de mi madre. Aunque él tenía sus propios motivos.
Suspiré, recordando la conversación que había tenido con él hace unos días. A diferencia de mí, Lucas siempre ha visto la Navidad como una fecha más, sin ningún significado especial. Para él, no había "magia" en el aire ni emoción en las luces. Era solo una época de compras y compromisos que evitaba a toda costa. Me preguntaba qué tendría que haber pasado en su vida para verlo de esa forma.
Sumida en mis pensamientos, ni siquiera noté la puerta abrirse hasta que una figura alta y familiar se plantó justo frente a mí. Al levantar la vista, ahí estaba Lucas, con esa expresión entre desconcierto y resignación que parecía su sello personal. Se veía tan fuera de lugar en medio del ambiente navideño de la cafetería, con su abrigo negro y el ceño levemente fruncido, como si algo en el ambiente le molestara… aunque, en realidad, así era casi siempre.
—¿Puedo sentarme? —me preguntó, con esa voz profunda y algo áspera que tenía el efecto de desarmarme un poco cada vez que la escuchaba.
—Claro, adelante —le respondí, mientras él se acomodaba en la silla frente a mí y dejaba su abrigo colgado en el respaldo.
Lucas era el tipo de persona que uno notaba al instante, aunque no quisiera. Su presencia llenaba el lugar de una forma peculiar, sin que él hiciera nada especial para llamar la atención. Era alto, de complexión atlética, con el cabello oscuro peinado de forma despreocupada pero perfectamente en su lugar. Tenía la mandíbula marcada, y su piel era pálida, lo que contrastaba con sus ojos oscuros, siempre enigmáticos, como si llevara guardados secretos que nunca compartiría.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté, fingiendo sorpresa, aunque, en realidad, había algo de curiosidad genuina en mi pregunta. Lucas no era el tipo de persona que frecuentara cafeterías decoradas con luces navideñas, ni que se detuviera a disfrutar del ambiente festivo.
—Estaba pasando y te vi por la ventana —respondió con indiferencia, apoyándose en el respaldo de la silla y cruzando los brazos. Esa postura que adoptaba cuando intentaba protegerse, mantenerse a distancia.
Observé cómo su mirada recorría el lugar, deteniéndose en las guirnaldas de luces colgadas en las ventanas, los adornos rojos y dorados, y el pequeño árbol de Navidad decorado en la esquina. Era casi imperceptible, pero noté cómo arrugaba un poco el entrecejo al ver cada detalle festivo.
—¿Todo bien? —le pregunté, inclinándome un poco hacia adelante, tratando de captar su atención.
—Todo bien. Solo… —Se detuvo, como si no supiera cómo expresar lo que pensaba. Sus ojos regresaron a los míos, y por un instante, su expresión se suavizó, solo un poco. —Es que nunca entenderé por qué todos se emocionan tanto por esto. Es solo Navidad.
Sonreí ante su comentario. Sabía que Lucas no tenía el mismo apego por las festividades que yo, pero lo decía con una sinceridad casi divertida, como si estuviera confesando un secreto.