Un Regalo De Navidad

Capitulo 2

Lucas

28 de noviembre de 2024

La mañana era fría, y la luz tenue del amanecer apenas empezaba a colarse por las ventanas de la casa. Bajé las escaleras lentamente, aún con las manos en los bolsillos y la mente en la caminata de anoche. No podía dejar de pensar en ella, en Emma. Había algo en su manera de ser que me tenía atrapado desde hacía años, algo que iba más allá de lo evidente.

Emma era… una de esas personas que iluminan una habitación apenas entran. Tenía esa facilidad para hacer que todo pareciera menos complicado, menos… gris. Siempre sonriendo, siempre con palabras amables para los demás, pero también con esa actitud que dejaba claro que nada la quebraba fácilmente. A veces, su entusiasmo me desconcertaba, como si todo lo que la rodeara tuviera un valor especial, como si cada detalle de la vida le provocara una sonrisa genuina.

Pero había más que eso. Emma era inteligente, decidida, con una calma que me hacía sentir torpe cada vez que estaba cerca de ella. Y no lo voy a negar: me gustaba. Desde hace mucho. Quizás incluso desde que éramos niños y nuestros padres nos sentaban juntos en cada evento familiar. Pero ahora, con el paso de los años, esos sentimientos habían evolucionado, volviéndose algo más profundo, más intenso. La miraba y sabía que estaba atrapado.

Mientras me sumía en esos pensamientos, escuché el murmullo de voces cerca de la entrada. Me acerqué al salón justo a tiempo para ver a Emma y a sus padres entrar. Mi madre los recibió con una sonrisa, y su entusiasmo por el desayuno se sentía en el ambiente.

Entonces, mis ojos se detuvieron en Emma. Hoy parecía más radiante que nunca, y sentí un leve nudo en el estómago al verla. Llevaba un suéter color crema de cuello alto, que resaltaba su piel suave y luminosa. Combinaba a la perfección con un par de jeans ajustados que acentuaban sus curvas de manera sutil, y unas botas marrones hasta la rodilla. Su cabello estaba suelto, cayendo en ondas naturales sobre sus hombros, y llevaba un toque de maquillaje que resaltaba sus ojos, esos ojos que siempre parecían ver más de lo que yo estaba dispuesto a mostrar.

Me quedé observándola un instante, sin atreverme a moverme, como si de alguna manera el tiempo se hubiese detenido solo para admirarla. Emma levantó la vista, y nuestros ojos se encontraron. Mi corazón dio un leve vuelco, pero me esforcé por mantener la compostura.

—Buenos días, Lucas —me saludó con una sonrisa, acercándose para darme un ligero abrazo de saludo.

—Buenos días, Emma —respondí, intentando sonar natural, aunque mi voz salió un poco más baja de lo que pretendía.

Mis padres y los suyos intercambiaban comentarios alegres mientras se dirigían hacia el comedor, dejándonos atrás. Emma y yo nos miramos un segundo en silencio, y de alguna forma, ese momento me pareció perfecto, como si el simple hecho de tenerla cerca fuera suficiente.

Caminamos juntos hacia el comedor, y mientras tomábamos asiento, no pude evitar pensar en lo mucho que deseaba que ella supiera lo que sentía.

Mi madre, siempre tan elegante y organizada, dio la señal a los empleados para que comenzaran a servir el desayuno. La mesa estaba adornada con detalles navideños: un centro de mesa con velas rojas y verdes, pequeñas ramas de pino, y el inconfundible aroma de los platillos que se servían llenaba el ambiente. Emma se sentó frente a mí, y aunque intentaba no mirarla constantemente, la verdad era que tenía la misma facilidad para atraer mi atención que siempre.

La conversación entre nuestros padres era animada, entre risas y planes para las festividades de fin de año. Mi madre, entusiasmada con las tradiciones navideñas, no tardó en mencionar la idea de nuestro amigo secreto, que siempre organizábamos para dar inicio a diciembre.

Después de terminar el desayuno, ella se levantó con una sonrisa emocionada y sacó una pequeña caja llena de papeles doblados, mirándonos con un brillo especial en los ojos.

—Bueno, es momento de sacar los nombres del amigo secreto. Cada uno tome un papel y no le diga a nadie a quién le tocó —dijo mi madre, moviendo la caja hacia el centro de la mesa.

Uno por uno, fuimos tomando los papeles. Cuando llegó mi turno, metí la mano en la caja y tomé un papel al azar, doblándolo cuidadosamente para evitar que alguien mirara.

Desdoblé el papel despacio, sintiendo una mezcla de curiosidad y nerviosismo. Cuando mis ojos se posaron en el nombre, el corazón me dio un salto: Emma. Traté de disimular la sorpresa, pero no podía evitar la pequeña sonrisa que se me dibujó.

Al levantar la vista, mi mirada se encontró con la de Emma. Ella me observaba con una expresión suave, casi como si estuviera leyendo mis pensamientos. Nuestros ojos se encontraron en un intercambio silencioso, y sentí que, de alguna manera, compartíamos un secreto que ninguno de los dos había dicho en voz alta.

Mientras todos los demás comentaban entre risas y bromeaban sobre sus posibles “amigos secretos,” yo solo podía pensar en lo significativo que me parecía haber sacado su nombre.

Cuando terminamos el desayuno, vi cómo Emma se levantaba de la mesa y, en silencio, se dirigía hacia el jardín. Observé cómo su figura se deslizaba por el pasillo hacia las puertas de cristal que daban al patio trasero, donde el aire fresco de la mañana y el sol suave de noviembre llenaban el ambiente. Sin pensarlo demasiado, me levanté también y la seguí. Algo en su expresión me hizo querer estar cerca de ella, aunque solo fuera en silencio.




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