Lucas
Mi madre, con una sonrisa brillante, se acercó a mí y a Emma mientras estábamos de pie, mirando algunas de las decoraciones navideñas que estaban perfectamente alineadas en las estanterías. Sus ojos brillaban con ese entusiasmo propio de las festividades, y era imposible no notar lo mucho que le gustaba tener a todos cerca durante esta época.
—Chicos, ¿por favor nos ayudan a escoger algunos accesorios navideños? —dijo ella, con su tono cálido y amable, como si no pudiera imaginar pasar la Navidad sin las opiniones de todos los que estaban cerca.
Asentí con una sonrisa forzada, mientras observaba a Emma. Aunque a mí no me gustaba especialmente la Navidad, no me importaba acompañar a mi madre y, por supuesto, a Emma. Ella parecía disfrutar de todo esto tanto como mi madre, y esa alegría era contagiosa.
En cuanto mis ojos se encontraron con los de Emma, ella sonrió, y como si algo la impulsara a actuar, me tomó de la mano de nuevo y me guió por el pasillo de la tienda. Me sorprendió un poco su gesto, pero no lo rechacé. Caminamos juntos entre los adornos, y ella observaba cada cosa con admiración, como si todo fuera nuevo y fascinante para ella.
De repente, se detuvo frente a una mesa llena de gorros navideños. Sin decir una palabra, Emma levantó un gorro rojo con una pequeña bola de algodón en la punta y, con una sonrisa traviesa, lo colocó sobre mi cabeza.
—¡Mira! —dijo con entusiasmo, mientras me miraba con una mezcla de diversión y dulzura en los ojos. — ¡Te queda perfecto!
Una risa suave escapó de mis labios al verla tan feliz. No pude evitar sonreír también. Aunque la Navidad no me emocionaba, el ver a Emma disfrutar de los pequeños momentos de esta época me hacía sentir algo que no esperaba. Tal vez era esa conexión que teníamos, esa energía que se creaba entre nosotros cuando estábamos juntos.
—No me lo dejes mucho, no soy muy fan de los gorros navideños —le dije en tono juguetón, quitándome el gorro rápidamente.
Emma se rió al verme hacerlo, y aunque me quité el gorro con rapidez, no pude evitar sonreír un poco más, algo que no sucedía fácilmente cuando pensaba en las festividades.
A pesar de que la Navidad siempre había sido solo un día más para mí, con un montón de adornos y comerciales en todas partes, algo sobre este momento me hacía ver todo de otra manera. La forma en que Emma se dedicaba a disfrutar de las pequeñas cosas, esa alegría que transmitía, me hizo darme cuenta de que tal vez había algo más que podía ver en estas festividades. Aunque no era algo que me gustara especialmente, ver cómo ella se sumergía en todo lo que representaba la Navidad me hizo darme cuenta de que, quizá, solo quizá, podía empezar a ver la Navidad con otros ojos.
Emma me observó un segundo más antes de tomar mi mano y continuar caminando hacia los siguientes pasillos llenos de adornos y luces brillantes. Podía ver cómo se sumergía en todo aquello, y aunque yo no compartiera esa misma pasión por la Navidad, me sentía afortunado de estar allí con ella.
Caminamos entre las decoraciones y las luces parpadeantes, pero mi mente no estaba en las esferas doradas ni en los gorros de Santa Claus. Estaba observando a Emma, como si todo el ruido a nuestro alrededor se desvaneciera. Ella se movía con una gracia que no podía evitar llamar mi atención. Su risa, la forma en que sus ojos brillaban cada vez que encontraba algo que le gustaba, era como un respiro de aire fresco en un mundo que para mí solía ser monótono.
Me acerqué un poco más, sin realmente pensarlo. El aire entre nosotros parecía cargado, y, por un momento, me olvidé de todo lo demás. Cuando Emma se giró de repente, quedamos tan cerca que solo hacía falta un paso para que nuestros labios se encontraran. Podía sentir el calor de su piel, el suave perfume que llevaba, y por un segundo, casi sentí el impulso de besarla.
Pero algo me detuvo.
En lugar de eso, con una leve sonrisa que intentaba esconder mi propio nerviosismo, toqué suavemente su mejilla, dejando mis dedos rozar su piel como si fuera algo frágil, algo que no quería romper. Era un gesto tonto, pero en ese momento, sentí que era lo único que podía hacer.
Emma me miró, y vi que sus ojos brillaban con algo que no podía identificar. Quizás era sorpresa, o tal vez algo más. Pero antes de que pudiera decir una palabra, una voz familiar nos interrumpió.
—¡Chicos! —La voz de mi madre llegó desde el otro extremo de la tienda, y al girarnos, la vimos acercarse con una sonrisa en el rostro, sin notar lo cerca que estábamos. — ¡¿Están listos para elegir el árbol de Navidad?!
Emma y yo nos apartamos ligeramente, como si no hubiéramos estado tan cerca en primer lugar. Me sentí un poco tenso, aunque la sonrisa en mi rostro no lo mostraba. Volvimos a unirnos al resto del grupo, pero algo había cambiado entre nosotros. Lo sabía. Y no podía dejar de pensar en lo que acababa de suceder.
Mientras trataba de recuperar la compostura después de ese momento con Emma, sentí una mano firme que me tomaba del brazo. Era la madre de Emma, quien me miraba con una sonrisa astuta, esa clase de sonrisa que me hacía sentir que ya sabía mucho más de lo que parecía. Al mismo tiempo, vi cómo mi madre se acercaba a Emma y se la llevaba hacia otro rincón de la tienda, dejándome solo con la madre de Emma.
—Vamos, Lucas, quiero hablar un poco contigo —me dijo con un tono que no dejaba lugar a dudas.
Asentí, algo nervioso. No sabía exactamente qué quería decirme, pero me dejé llevar. Caminamos hacia un rincón menos concurrido, cerca de las luces navideñas, mientras ella me observaba detenidamente, evaluándome.
—Dime algo, Lucas —comenzó, cruzando los brazos y mirándome con una mezcla de ternura y curiosidad—, ¿sientes algo por Emma?
Su pregunta me tomó por sorpresa. Sentí el calor subir a mis mejillas y tuve que desviar la mirada un instante. No sabía si debía ser completamente sincero, pero tampoco quería mentir.