Emma
6 de diciembre de 2024
Estaba en la oficina, pero mi mente no lograba concentrarse en nada. La lista interminable de tareas parecía desvanecerse cada vez que intentaba enfocarme en algún archivo o responder un correo. Las luces navideñas parpadeaban en los ventanales, recordándome que la Navidad estaba a la vuelta de la esquina, pero mis pensamientos siempre regresaban al último almuerzo con Lucas y nuestras madres. Desde ese momento, no había dejado de pensar en la manera en que me miraba, como si intentara descifrar algo que aún no podía comprender.
Estaba tan absorta que ni siquiera escuché la puerta de mi oficina abrirse. Solo sentí una presencia y, cuando levanté la vista, allí estaba él, apoyado contra el marco de la puerta con esa sonrisa leve y confiada que parecía tener el poder de desarmarme.
—Distracción a mitad de la jornada... ¿en qué piensas, Emma? —preguntó, cruzando los brazos y mirándome con curiosidad.
Sonreí, sintiendo el calor en mis mejillas. Era casi como si él supiera en quién había estado pensando.
—Nada importante —dije, tratando de sonar despreocupada—. Solo intentando organizar todo para tener tiempo libre en las fiestas.
Lucas avanzó unos pasos hasta quedar frente a mi escritorio, observándome con esa mirada intensa que me hacía querer desviar los ojos, pero al mismo tiempo, no podía apartarlos de él.
—Mmm… si fueras buena organizando tiempo, no te habría encontrado perdida en tus pensamientos —bromeó, sonriendo.
Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreírle. Había algo tan natural en nuestras conversaciones, algo que me hacía sentir en paz… y, al mismo tiempo, en completa incertidumbre. Desde niños siempre había estado presente en mi vida, pero en estos últimos días todo parecía distinto, como si una energía diferente se hubiera instalado entre nosotros, haciendo que cada encuentro tuviera un significado más profundo.
—¿Qué haces aquí tan temprano? —pregunté finalmente, intentando volver a un tono más profesional—. ¿No deberías estar en tu oficina?
Lucas se encogió de hombros y se acercó un poco más, hasta apoyar las manos en el borde de mi escritorio.
—Quería verte —respondió sin rodeos, mirándome con intensidad.
Mis pensamientos se hicieron un caos. Esa respuesta simple, pero tan directa, me dejó sin palabras, y un nudo se formó en mi garganta. La tensión entre nosotros era innegable, y cada vez se hacía más difícil ignorarla.
Lucas me miró con esa intensidad que había estado notando en los últimos días, y en un suave tono me preguntó:
—¿Te gustaría ir a almorzar?
No pude evitar sonreírle, asintiendo con un ligero movimiento de cabeza. Me ofreció su mano y, sin pensarlo dos veces, la tomé. Su contacto era cálido y firme, y algo en su gesto me hizo sentir especial, como si este almuerzo fuera más que solo una invitación casual. Salimos juntos de la oficina, y mientras caminábamos hacia el restaurante, su mano seguía entrelazada con la mía, transmitiéndome una sensación de cercanía y seguridad.
El restaurante al que me llevó era uno de mis favoritos, pequeño, acogedor y decorado con luces cálidas que daban un ambiente perfecto para escapar de la rutina. Nos sentamos en una mesa junto a la ventana, desde donde se veía la calle decorada con adornos navideños. Después de ordenar, nos quedamos en silencio unos segundos, disfrutando de la tranquilidad del lugar y de la inesperada compañía.
Decidí romper el silencio, intrigada por conocer un poco más de él, aunque sintiera que lo conocía desde siempre.
—Lucas, cuéntame… ¿qué cosas te gustan? —pregunté, mirándolo con curiosidad.
Él soltó una risa ligera, esa risa que siempre me hacía sonreír, y me miró con una expresión divertida.
—¿En serio me estás preguntando eso? Emma, tú ya sabes todas esas cosas —respondió, mirándome con una mezcla de sorpresa y ternura—. Nos conocemos desde hace tanto que creo que no hay nada que no sepas de mí.
—Quizás —dije, tratando de no mostrar lo que realmente sentía—. Pero a veces las personas cambian, y puede que haya algo que aún no sepa.
Lucas apoyó los codos en la mesa y me miró fijamente, como si estuviera evaluando mi pregunta, o tal vez buscando una manera de responderla de forma sincera.
—Me sigue gustando la música, el cine, aunque ahora no tenga tanto tiempo para ir —respondió, con una leve sonrisa—. Me gusta leer, aunque últimamente lo que leo son contratos. Y… —hizo una pausa, mirándome intensamente— me gusta estar contigo. Eso no ha cambiado desde hace años.
Sentí mis mejillas sonrojarse, y traté de desviar la mirada. Había algo en su sinceridad que me dejaba sin palabras.
Lucas me miró con una sonrisa enigmática, apoyándose en la mesa con esa familiaridad que siempre me hacía sentir en casa. Me observaba como si estuviera buscando algún secreto en mi mirada.
—Entonces, Emma… —dijo, manteniendo el tono relajado pero con un brillo de curiosidad en los ojos—, si pudieras elegir, ¿cuál sería el regalo perfecto para ti esta Navidad?
Por un instante, mi corazón dio un salto. Había una respuesta que se formaba en mi mente, la única respuesta que realmente deseaba. Que tú sintieras lo mismo que yo, pensé. Que cada mirada y cada roce accidental significaran algo más, algo que yo soñaba en secreto.