Lucas
Mientras conducía de regreso a la oficina, mis pensamientos no dejaban de girar en torno a Emma. Cada día se volvía más difícil estar a su lado sin querer acercarme más, sin que el deseo de besarla creciera. Todo en ella me atraía: su risa, su forma de ver el mundo, su calidez. Desde hacía tiempo, había aprendido a ocultar lo que sentía, a llevar una especie de máscara de indiferencia, pero últimamente… últimamente, sentía que estaba a punto de romperse.
Recordé el momento en el restaurante, cómo sus ojos brillaban cuando hablaba de la Navidad, de todo lo que le gustaba de esta época. Me encantaba verla tan feliz, tan ilusionada. Quería formar parte de esa ilusión, pero también deseaba algo más, algo que no podía controlar.
Cuando la abracé al despedirnos y ella se acurrucó en mis brazos, por un segundo me sentí completamente suyo. Y luego, cuando la besé en la frente, todo mi autocontrol estuvo a punto de derrumbarse. Cada día, mis ganas de besarla realmente, de sentirla cerca, solo aumentaban. Y me preguntaba cuánto más podría aguantar antes de que ese deseo se volviera imposible de ignorar.
Llegué a la oficina, decidido a recoger unos papeles pendientes y luego irme a casa. Después de todo, no había nadie más allí; todos estaban de vacaciones. El silencio de la oficina solo reforzaba mi deseo de desconectar y descansar. Tomé los documentos que necesitaba y salí rápidamente, pensando en disfrutar una tarde tranquila.
Al llegar a casa, vi a mi madre y a la madre de Emma conversando en la sala. Les sonreí brevemente antes de subir a mi habitación. Una ducha caliente era justo lo que necesitaba. Me dejé llevar por el agua, sintiendo cómo el cansancio se desvanecía poco a poco. Después, me puse ropa cómoda y me dejé caer en la cama, pensando que solo cerraría los ojos un momento. No esperaba quedarme dormido por horas.
En algún momento, sentí un toque suave en mi rostro, algo cálido y familiar. Al abrir los ojos lentamente, la figura de Emma apareció junto a mí. Sus dedos acariciaban mi mejilla, y sus ojos reflejaban una mezcla de ternura y preocupación.
—¿Qué hora es? —murmuré, aún medio dormido, intentando orientarme.
—Son las seis —respondió con una sonrisa suave—. ¿Estás bien? Nunca duermes por las tardes… y menos tanto tiempo.
—Cinco horas… —susurré sorprendido, frotándome los ojos. Me acomodé un poco en la cama, aún sintiendo la calidez de su mano en mi rostro—. Creo que necesitaba descansar más de lo que pensaba.
Emma me observó en silencio, como si intentara leer más allá de mis palabras. La cercanía de ella, el toque de su mano, la forma en que me miraba… todo hacía que olvidara el agotamiento y sintiera una calma que solo ella podía brindarme.
Emma me miró con una media sonrisa y, sin esperar respuesta, dijo suavemente:
—Hazte a un lado.
Me moví hacia la orilla de la cama, dejando espacio a mi lado. Con la misma delicadeza, se acomodó junto a mí, apoyando la cabeza en la almohada. Su proximidad, tan sencilla y natural, hizo que mi corazón latiera con fuerza.
—¿Qué te pasa, Lucas? —preguntó en voz baja, mirándome con esos ojos curiosos y atentos que siempre parecían adivinar lo que sentía—. Te noto… diferente.
Solté un suspiro y decidí que no tenía sentido ocultar lo que había guardado tanto tiempo.
—Estoy enamorado —confesé, sintiendo una mezcla de nervios y alivio al decirlo en voz alta.
Emma me miró, sorprendida, y luego sonrió, aunque parecía un poco inquieta. Me tomó un segundo más antes de que se atreviera a preguntar:
—¿Y quién es? —su voz era un susurro, casi como si tuviera miedo de la respuesta.
La miré fijamente, queriendo decirle, pero a la vez temiendo que ella no entendiera lo que significaba todo esto para mí.
—Es alguien que me hace sentir en paz —empecé, sintiendo la necesidad de ser honesto sin revelar todo—. Alguien que puede hacerme sonreír solo con mirarla. Cuando está cerca, todo lo demás desaparece. Me hace querer ser mejor… y cada vez que no está, siento que algo me falta.
Emma me miraba con atención, asimilando cada palabra. Su rostro reflejaba una mezcla de curiosidad y algo más, quizás incertidumbre.
—¿Cómo se llama? —preguntó finalmente, casi en un susurro, con una expresión que no pude descifrar del todo.
Le sostuve la mirada, indeciso, y luego sonreí un poco.
—Eso no importa ahora —respondí suavemente, extendiendo mi mano hacia ella y tomando la suya. Podía ver la duda en sus ojos, pero al mismo tiempo, una chispa de esperanza que me daba fuerzas para esperar un poco más.
Emma me miró con una sonrisa que tenía algo de travieso, como si hubiera leído mi mente o captado algo en el ambiente que yo aún no había dicho.
—¿Te gustaría ayudarme a mí y a tu mamá a poner el árbol de Navidad? —me preguntó de repente, con un tono que no dejaba lugar a un “no”. Sabía bien que nunca me ha gustado esta época, que me parece como cualquier otra. Pero su expresión era tan tierna y decidida que no pude resistirme.
—Sabes que no soy fan de la Navidad —respondí, tratando de sonar firme, aunque sabía que en cualquier momento iba a ceder.