Emma
12 de Diciembre
Me encontraba en el baño de mi habitación, aplicando el último toque de maquillaje, cuando escuché unos golpes suaves en la puerta. Extrañada, dejé el cepillo y grité:
—¡Pase!
Al salir, me encontré cara a cara con Lucas, quien me dedicó una de sus sonrisas tan tranquilas y seguras, esas que siempre hacían que mi corazón se acelerara sin razón aparente. Estaba apoyado en el marco de la puerta, observándome con una expresión serena, como si tuviera todo el tiempo del mundo.
—Quería ver si me acompañabas a un lugar —dijo, con su tono despreocupado, como si lo que me pedía fuera la cosa más sencilla y normal del mundo.
—Claro, suena bien —le respondí con una sonrisa, intentando parecer igual de relajada aunque mis nervios me traicionaban.
Regresé al espejo para terminar de peinarme, pero sentía su mirada fija en mí. Su presencia llenaba el espacio de una manera que me era imposible ignorar. Cada movimiento, cada respiración, era completamente consciente de él, como si en cualquier momento fuera a decir algo que cambiaría todo entre nosotros.
Me vi a mí misma peinando mechón por mechón, y cuando terminé, empecé a aplicar un poco de maquillaje. Sentía sus ojos siguiéndome en silencio, analizando cada detalle, y por un instante deseé leer su mente, saber qué pensaba mientras me miraba.
Entonces, nuestras miradas se cruzaron en el espejo, y en ese momento, una oleada de impulso me invadió. Las ganas de acercarme, de sentir sus labios en los míos, de cruzar esa línea invisible entre nosotros, eran tan fuertes que casi me olvidé de todo. Deseaba saber si él sentía lo mismo, si en ese instante también le nacía el deseo de romper la distancia que nos separaba.
Respiré profundo, intentando calmar mi corazón, y sonreí disimulando el torbellino de emociones que sentía por dentro.
—Estoy lista —dije al fin, dándole un último vistazo al espejo antes de girarme hacia él.
Lucas sonrió y asintió, extendiéndome una mano para que lo siguiera. Mientras salíamos de la habitación, una parte de mí esperaba que algo cambiara en el camino, que algún gesto suyo me confirmara que lo que yo sentía no era solo mío.
Lucas abrió la puerta del coche para que entrara, con esa caballerosidad que siempre lo caracterizaba. Subí y apenas me acomodé en el asiento, fui recibida por su perfume, ese aroma único y sutilmente embriagador que siempre llevaba consigo. Inhalé profundamente, intentando disimular el placer que me causaba su fragancia, y miré por la ventana para que no notara mi expresión.
Mientras arrancaba el coche, el silencio inicial fue llenándose de una conversación ligera y natural. Hablamos de nuestras semanas, de algunas anécdotas que ambos recordábamos y que siempre nos sacaban una sonrisa. Cada minuto junto a él me sentía más tranquila y a la vez más nerviosa, atrapada entre el deseo de decirle lo que sentía y el miedo de perder lo que ya teníamos.
Aproveché un instante en el que el tráfico disminuía y me atreví a preguntar, intentando sonar despreocupada:
—¿Crees que algún día podré conocer a la mujer de la que estás enamorado?
Lucas me miró de reojo, sonriendo ligeramente, aunque su expresión se volvió seria por un instante. Mis palabras parecían haberlo desconcertado, como si no esperara esa pregunta. Mientras volvía a mirar al frente, su sonrisa desapareció por un segundo y me pareció notar un rastro de nerviosismo en su rostro.
—Quizás… algún día —respondió al fin, su tono era suave, casi como si hablara más consigo mismo que conmigo. Luego me miró de nuevo, como evaluando mi reacción, pero no dijo nada más al respecto.
Intenté seguir la conversación, aunque mi mente estaba atrapada en el eco de su respuesta. ¿Qué significaba ese “algún día”? ¿Acaso no era alguien que ya conocía? No pude evitar preguntarme si detrás de sus palabras había algo que yo aún no entendía.
Mientras nos acercábamos a nuestro destino, traté de concentrarme en la conversación, de disfrutar el momento sin pensar en más. Sin embargo, cada vez que inhalaba el perfume de Lucas y cada vez que nuestras miradas se cruzaban, era más difícil ocultar lo que yo sentía.
Cuando el coche se detuvo, miré a mi alrededor tratando de adivinar dónde estábamos. No reconocía el lugar, pero la curiosidad me invadió al instante. Lucas salió rápidamente y, como siempre, fue directo a abrirme la puerta del coche. Me tendió la mano y yo la tomé, sintiendo su calidez envolviéndome mientras me ayudaba a salir.
Justo cuando cerraba la puerta, sentí su mano en mi espalda baja, guiándome con suavidad. Ese pequeño gesto, tan natural para él, provocó un cosquilleo que se expandió por todo mi cuerpo. No podía evitarlo; su cercanía, el simple toque de su mano, me hacían sentir cosas que intentaba esconder.
Caminamos unos pasos hasta que él se detuvo y se giró para mirarme, con una expresión que mezclaba seguridad y algo que no lograba descifrar del todo. Se quedó en silencio un instante, como si estuviera buscando las palabras correctas. Yo lo observaba, intrigada y sin atreverme a romper ese momento.
—Este es el lugar al que quería traerte —dijo finalmente, su voz baja y cargada de significado.
Miré a nuestro alrededor, el paisaje parecía ser el de un pequeño mirador escondido en el borde de la ciudad, donde se podía ver un panorama espectacular de luces y sombras que se extendían bajo el cielo estrellado. La vista era simplemente hermosa, y algo en el ambiente parecía prepararse para algo importante.