Emma
24 de diciembre
La casa estaba en un completo ajetreo desde temprano. Mi madre y Beatriz, la madre de Lucas, estaban en la cocina discutiendo los últimos detalles del menú navideño mientras yo corría de un lado a otro, ayudándolas a poner orden en el comedor y empaquetar los últimos regalos que aún no estaban listos.
—Emma, asegúrate de que la vajilla esté impecable —dijo mi madre mientras revisaba su lista una vez más.
—Ya lo hice, mamá —respondí mientras colocaba cuidadosamente los cubiertos en su lugar.
Beatriz me miró con una sonrisa amable. —Tu madre está nerviosa, pero créeme, todo va a salir perfecto. Eres una gran ayuda, Emma.
—Gracias, Beatriz —le respondí con una sonrisa, aunque mi mente estaba parcialmente distraída. No podía evitar pensar en Lucas, en si ya habría llegado a su reunión o si habría tenido tiempo para comer algo.
Al poco rato, mi padre apareció en el umbral de la cocina. Vestía casual, con una chaqueta ligera y una bufanda, lo que me hizo notar que probablemente quería salir.
—Emma, ¿qué te parece si vamos a dar un paseo? —me preguntó con una sonrisa cálida.
—¿Un paseo? —pregunté, algo sorprendida.
—Sí, anda. Necesitas un respiro de todo esto —dijo, señalando el caos de la cocina.
—Ve, hija —añadió mi madre. —Nos vendrá bien un poco de tranquilidad por aquí.
Acepté rápidamente, agradecida por la oportunidad de escapar un rato. Nos abrigamos y salimos al parque cercano. La brisa fresca de diciembre nos envolvía mientras caminábamos entre los árboles adornados con luces. Era un día tranquilo, pero lleno de vida, con familias disfrutando del espíritu navideño.
—¿Quieres un helado? —me preguntó mi padre, señalando un carrito cercano.
—¿Helado en invierno? —pregunté con una sonrisa divertida.
—Vamos, es tradición, ¿no? —respondió él, guiñándome un ojo mientras se acercaba al vendedor.
Le agradecí cuando me entregó un helado de vainilla, y seguimos caminando lentamente. Mi padre rompió el silencio con una pregunta que me tomó por sorpresa.
—¿Cómo te sientes, hija?
—¿Sobre qué? —pregunté, aunque sabía exactamente a qué se refería.
—Sobre todo. Sobre la vida, la Navidad, Lucas...
Me detuve un momento para pensarlo. Miré el helado en mis manos y luego a mi padre, quien me observaba con una mezcla de curiosidad y ternura.
—Me siento bien, papá. Mejor de lo que me he sentido en mucho tiempo. Creo que... estoy feliz.
Él asintió lentamente, como si mi respuesta fuera exactamente lo que esperaba escuchar. —Eso es todo lo que quiero para ti, Emma. Que seas feliz.
Seguimos caminando, y aunque no dijimos mucho más, sentí que ese pequeño paseo con mi padre había sido el regalo perfecto para empezar el día.
Mi padre y yo seguimos caminando en silencio un rato más, disfrutando de la tranquilidad del parque. De pronto, se detuvo y me miró con una sonrisa cálida, esa que siempre lograba hacerme sentir segura.
—¿Sabes algo, Emma? —dijo, acomodándose la bufanda—. Te quiero mucho, hija.
Sentí cómo mi corazón se llenaba de ternura. Mi papá no solía ser tan expresivo, pero cuando lo hacía, sus palabras tenían un peso enorme.
—Yo también te quiero, papá —respondí, abrazándolo sin pensarlo dos veces.
—Siempre has sido mi mayor orgullo, ¿sabes? Y ahora, verte crecer, verte tomar tus propias decisiones... —hizo una pausa como si buscara las palabras adecuadas—. No puedo evitar sentirme un poco nostálgico.
—Papá, no te pongas sentimental justo hoy —bromeé, aunque mi voz tembló un poco de la emoción.
Él soltó una carcajada y me palmeó la espalda. —Está bien, está bien. Pero todavía hay algo que quiero hacer contigo.
—¿Qué cosa?
—Necesito que me ayudes a escoger un regalo para tu madre.
—¿Un regalo? Papá, ¿no lo tenías listo ya? —pregunté con una mezcla de incredulidad y diversión.
—Lo sé, lo sé, debería haberlo hecho antes —dijo, levantando las manos en señal de rendición—. Pero quería encontrar algo especial, y creo que tú eres la mejor persona para ayudarme.
Sonreí, sacudiendo la cabeza. —Está bien, vamos. Aunque espero que no sea una misión imposible.
Caminamos juntos hacia las tiendas cercanas, mientras él me iba contando algunas ideas que había tenido. Quería algo que realmente sorprendiera a mi mamá, algo que mostrara cuánto la amaba después de tantos años juntos.
Entramos a una pequeña joyería, y casi de inmediato algo llamó mi atención: un colgante en forma de estrella con pequeños diamantes que brillaban delicadamente.
—¿Qué te parece ese? —le pregunté, señalándolo.
Mi padre lo observó detenidamente y sonrió. —Es perfecto. Tu madre siempre ha dicho que las estrellas le recuerdan a nuestra primera cita.
—Entonces es ideal —dije, orgullosa de haber encontrado el regalo perfecto.