Un Regalo De Navidad

Epilogo

Emma

Tres años. Han pasado tres años desde aquella Navidad mágica en la que Lucas me entregó un anillo de promesa bajo las estrellas. Cada día desde entonces ha sido un recordatorio de lo bendecida que soy. Sentada en nuestro jardín, con el cálido sol de la tarde acariciando mi rostro, miro a nuestro pequeño hijo correr tras un avión de papel que Lucas le hizo esta mañana. Su risa llena el aire, y no puedo evitar sonreír. Es increíble cómo tres años pueden transformar tanto una vida.

Nuestra boda fue un sueño hecho realidad. Aún puedo recordar cada detalle: el vestido que me hacía sentir como una princesa, las flores blancas y rojas que adornaban el altar, y la forma en que Lucas no apartó los ojos de mí ni un solo segundo mientras caminaba hacia él. Su sonrisa aquel día quedó grabada en mi corazón, y cuando dijo "acepto", supe que estábamos sellando un amor eterno.

Después de la boda, nuestra vida juntos tomó un rumbo maravilloso. Nos mudamos a una casa con un gran jardín, perfecto para la familia que planeábamos construir. Fue aquí donde meses después recibimos la noticia que cambiaría todo: estaba embarazada. Recuerdo cómo Lucas reaccionó. Estaba en la cocina, preparando su café, cuando le mostré la prueba. Su rostro se iluminó de una manera que nunca olvidaré. Me levantó en brazos y giró conmigo, riendo como un niño. "Vamos a ser padres", repetía una y otra vez, como si aún no pudiera creerlo.

Nuestro hijo, Nicolás, nació una fresca mañana de otoño. Desde el momento en que lo sostuve en mis brazos, supe que mi vida había encontrado un nuevo propósito. Es la viva imagen de Lucas: los mismos ojos profundos y expresivos, la misma sonrisa encantadora. Pero también veo un poco de mí en él, especialmente en su curiosidad y determinación.

Mientras lo observo ahora, su cabello castaño oscuro brilla bajo el sol. Lucas está cerca, trabajando en algo en su computadora portátil, pero su atención nunca está demasiado lejos de nosotros. De vez en cuando, levanta la vista y me sonríe, y mi corazón aún da un vuelco, igual que la primera vez que lo vi.

Ser madre no ha sido fácil. Hay noches en las que apenas dormimos, días en los que parece que no hay tiempo para nada más que cuidar de Nicolás. Pero cada pequeño desafío ha valido la pena. Nicolás es nuestra mayor alegría, nuestro vínculo más fuerte, y cada vez que lo veo sonreír o escuchar su risa, sé que estoy exactamente donde debería estar.

Lucas y yo hemos aprendido tanto en estos años. Hemos crecido juntos, enfrentado desafíos, y nos hemos apoyado mutuamente en cada paso del camino. Él es mi roca, mi compañero, mi todo. Y aunque nuestras vidas están más ocupadas que nunca, siempre encontramos tiempo para nosotros. A menudo, después de acostar a Nicolás, nos sentamos en el porche, mirando las estrellas, hablando sobre nuestros sueños y recordando todo lo que nos llevó hasta aquí.

Mis pensamientos vuelven al presente cuando siento unas pequeñas manos en mi regazo. Nicolás me mira con esos ojos enormes que parecen contener todo el mundo.

—Mamá, ¿puedo tener otra galleta? —me pregunta, con una sonrisa traviesa que me hace reír.

—Solo una más, cariño. Luego hay que cenar —respondo, acariciando su cabello.

Lucas se acerca y se sienta a mi lado, colocando un brazo alrededor de mis hombros. Miro a mi pequeño y luego a mi esposo, y mi corazón se llena de gratitud. Este es el hogar que siempre soñé, el amor que siempre deseé.

—¿En qué piensas? —me pregunta Lucas, su voz suave como una caricia.

—En lo feliz que soy. En todo lo que hemos construido juntos. En cómo no puedo imaginar mi vida de otra manera —respondo, mirándolo a los ojos.

Lucas sonríe y me besa en la frente. Luego toma a Nicolás en brazos y comienza a jugar con él, girándolo en el aire mientras el niño ríe a carcajadas. Me recuesto en el banco del jardín, observándolos, y me doy cuenta de algo: la felicidad no está en los grandes momentos, sino en estos pequeños instantes de amor puro y sincero.

Tres años. Tres años de amor, de aprendizaje, de construir un futuro juntos. Y mientras los observo ahora, sé que lo mejor está aún por venir. Mi vida es un reflejo del amor que Lucas y yo compartimos, y no puedo esperar a ver qué nos depara el mañana.

La Navidad está a la vuelta de la esquina, y este año será aún más especial porque la celebraremos como una familia. Y mientras escucho la risa de Nicolás y siento el amor de Lucas, sé que cada día con ellos es mi mayor regalo.

Mientras el sol comienza a ponerse y el cielo se tiñe de tonos naranjas y rosados, siento una profunda paz en mi corazón. Lucas y Nicolás siguen jugando en el jardín, pero de pronto Lucas se detiene y me mira, con una expresión que mezcla amor y algo de picardía.

—Emma, ¿qué te parece si hoy hacemos algo especial? —dice, acercándose a mí con Nicolás aún en brazos.

—¿Especial? ¿Qué tienes en mente? —pregunto, levantando una ceja con curiosidad.

Lucas sonríe y me besa suavemente en los labios antes de responder:

—Vamos a decorar el árbol de Navidad juntos. Este año Nicolás ya es lo suficientemente grande como para ayudar. Quiero que sea una tradición nuestra, algo que hagamos cada año como familia.

No puedo evitar sonreír ante la idea. Lucas siempre ha sido así, buscando maneras de hacernos sentir más conectados, más unidos.




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