La tarde avanzó sin problemas. Oliver se alejó tan pronto como pudo. No he visto a Rylan y mi dragón se quedó a unos metros de distancia. Creo que dejaron unas vacas para que los dragones se alimentaran, desde entonces no me volvió a hablar.
La carpa de la casa real era una de las más grandes del festejo y estaba dividida en secciones, el comedor, la sala de audiencias del rey y el espacio recreativo de la reina. Yo como de costumbre, siempre me escondía en el comedor. Amaba estos eventos solo por las delicias de las comidas: ciervo asado bañado en salsa de cerezas, cerdo, vacas asadas, los postres dulces los amaba, bollos dulces de canela, tartas de membrillo, frutas bañadas en almíbar entre otras tantas comidas. Pero mi favorito de todo esto era el vino de rosas con polvo de oro.
—¿Disfruta del festín, princesa?—una suave voz invadió mi campo auditivo. <<Marie>>.
Dejé el plato sobre la mesa rápidamente y me di vuelta. Llevaba su habitual vestido gris aperlado con la pequeña corona de esmeraldas sobre sus dorados rizos.
—Majestad— hice una pequeña reverencia. —Si, mí reina, la comida —carraspee—, está deliciosa.
Miré su abultado vientre, a pesar de ya contar con varios años encima, Marie seguía siendo una mujer fértil. Mí padre se había casado con ellas dos años después de la muerte de mí madre, ellas habían sido grandes amigas y Marie no tardó en ocuparse de sus responsabilidades como reina. Tan pronto como se dio cuenta que observaba su vientre se llevó una mano allí, mientras que con la otra le indicó a una de sus damas de compañía que le diera algo.
—Pensé que te pondrías el traje azul, siendo un color que te queda tan lindo —Su suave voz siempre lograba ablandar a cualquier persona —. Ten, ponte tu tiara. O las demás nobles empezarán con sus comentarios acerca de la… femineidad de la princesa.
Di vuelta los ojos. Ya he escuchado comentarios de esos en otro torneo, sobre todo de las mujeres integrantes de la Casa Dreymor.
Me coloqué mí tiara y acomodé mí cabello. La tiara era de plata con algunos grabados en ella, mí madre la había mandado a hacer en cuanto nací, tenía pequeños zafiros distribuidos al frente que formaban tres puntas.
—¿Cielo? —la voz de Marie me sacó de mis pensamientos.
—¿Si, majestad? —repliqué.
—Enderézate. —Su voz había cambiado de suave a seria y dura. Obedecí su orden y me enderecé. —Así mejor. Ven, vamos a sentarnos, tu padre se ha empecinado en dar su discurso acerca de tu vínculo y de tu primera victoria en el torneo y nos ha ordenado que asistamos a su sala de audiencias.
Bueno, hemos llegado a la parte en la que papá se pone sentimental y alega estar orgulloso por el triunfo de sus hijos con sus dragones, pero a la vez no deja de ser rudo porque sigue siendo el rey y debe de imponerse ante el resto.
Rupert alzó una mano, y la multitud que había a nuestro alrededor se cayó. El encanto de su majestad seguía estando allí, con canas y una cuasi sonrisa arrugada. Después de que mamá murió, dejó de sonreír por mucho tiempo, Salt Castle se había vuelto un rotundo silencio, no había música porque le recordaba a ella, no hubo torneos en esos años.
—¡Hoy, ante los ojos de nuestros dioses y hombres, habéis presenciado el temple de aquellos que cabalgan los aires!—Nos buscó a Marie y a mi con la mirada— Un torneo no solo mide la destreza de sus competidores, sino también su astucia, valor y también el espíritu indomable de aquellas enormes criaturas que nos acompañan en cada vuelo.
Hizo una pausa mirando a todos los competidores y cuando encontró a Oliver, volvió a mirarme a mi y seguir.
«En este torneo ha participado una nueva jinete, que ha azotado los cielos con la misma fiereza que una tormenta azota el mar. Mi hija, mi pequeña Sapphire, logró vincularse al extraño dragón Ecliptharion, mestizo de dos imponentes razas, combinación que no se veía desde los tiempos de la reina Vaelithia. Mi princesa ha demostrado que su sangreal no es solo un derecho de nacimiento, sino también una responsabilidad que ha llevado con orgullo y determinación… —hizo una pausa para buscar su copa, mientras los murmullos de aprobación de los nobles y caballeros llenaban el ambiente, Rupert levantó su copa— ¡Por la princesa Sapphire! Que el fuego que hoy llevas en tu interior arda más fuerte que cualquiera de tus desafíos futuros. Recordad bien este día pueblo mío… recordad el día que la princesa triunfó. »
El Rey brindó y todos levantaron su copa, Marie reía a mi lado y algo (o alguien) pasó detrás de mi lo bastante rápido para verlo. «Oliver»
[***]
Llegada la noche se hizo el gran fogón donde se cocinaban las carnes, eran grandes troncos que se encendían con el fuego de dragón. Su majestad se había ido a bailar con la reina. Oliver había salido a volar por ahí.
Lo curioso era el silencio (nuevo por cierto) de Ecliptharion. No había vuelto a hablarme después de la carrera. Y yo ya me había aburrido de comer.
La reina me había obligado a quitarme el traje rojo y a ponerme el vestido verde para pasar la noche, Corina me cepillaba el cabello cuando una lechuza con una pequeña carta llegó a mi ventana.
—¿De quién será, alteza?
—No lo sé —Me levanté del taburete del tocador para acercarme a la pequeña ave, le saqué el papel que llevaba sujeto a su pata. Reconocí el sello de inmediato. —Es de Rylan.
Corina se acercó rápidamente a mi. —¡Oh! El teniente ha vuelto a escribirle, ¿ve? Le dije que lo haría, princesa.
Abrí la carta amarillenta y solté una carcajada.
«Dijiste cinco minutos. Los quiero, carámbano. Ve al Ala Este del castillo cerca de la medianoche, de preferencia ve sola, no te voy a comer.
-R. »
—¿Qué dice princesa? —Indagó Corina. Ella es mi dama de compañía desde hace años, ha ido conmigo a todos lados y es de mi total confianza. Cuando Oliver se enteró lo de Rylan, ella trató de encubrirme aunque no funcionó.