Un Reino en Ruinas: torneo de dragones.

Seis

Llegar al ala este no era muy complicado, no si sabes tomar los atajos y evitar personas. En el caso que alguien preguntara porque la princesa no estaba en la tienda del rey, Corina dijo que me encontraba sumamente exhausta y necesitaba descansar bien para el siguiente día del torneo, después de eso cambiamos las ropas: ella se había recostado en mi cama con el vestido verde y un gorro para dormir, mientras yo me llevaba su vestido de dama y su capa negra con capucha que cubría mi cabello castaño y la mitad de mi rostro.

Ya estaba a mitad de camino cuando alguien chocó conmigo por el pasillo y pasó de mi sin antes decirme “idiota”. Si supiera a quién le dijo eso. Mh. No importa, Rylan me esperaba y ya llevaba dos minutos de retrasos.

Llegué al final del pasillo y me encontré con el muro de piedra. Obviamente el camino no terminaba aquí, pero el resto de las personas no lo sabe. Miré a mi alrededor para asegurarme que nadie me veía y presioné la piedra rota de la esquina del muro. Inmediatamente se corrieron las piedras de la pared derecha dándome paso a unas escaleras de piedra viejas. Apenas ingresé al pasadizo secreto las piedras volvieron a su lugar y yo me quedé a oscuras.

Fui subiendo las escaleras hasta que llegué a la puerta de madera chamuscada. Esta parte del castillo había sido quemada hacia siglos y luego se olvidaron por completo de ella. Cinco minutos. Pasé por ella e ingresé a una pequeña habitación a la cuál no había entrado en años. No ha cambiado nada, los estantes con pocos libros en la pared, un escritorio de madera viejo, el colchón en la esquina con las mantas y almohadones. Y en la ventana de piedra… estaba apoyado Rylan mirando el exterior.

—Llega tarde, alteza —reclamó, su voz retumbó por la habitación. Estaba vestido con una camisa negra y el pantalón de su uniforme negro. La luz de Luna le daba en el cabello rojizo. —¿Tuviste problemas para venir?

—No, nadie me vio— acomodé mis manos detrás del vestido—.Pero si alguien me descubre aquí, no seré la única en problemas. Tienes tus cinco minutos.

Él soltó una risa baja, sin humor. Aún seguía apoyado en la ventana —Nunca te importaron mucho las consecuencias.

—Tampoco te preocupaste mucho cuando desapareciste. —Reclamé.

La tensión en el aire se volvió sofocante. Rylan bajó su mirada y apretó la mandíbula.

—Yo…

—¡Dos años, Rylan! —lo interrumpí—¡Dos años sin tener la más mínima noticia sobre ti! sin saber si seguías vivo, si habías muerto o… o... ¡No lo sé! Dos años sola, sin ti.

—Sapphire… —se levantó e intentó acercarse a mi.

—¡No! No me llames así. —caminé hasta la ventana y miré los jardines. Rylan cerró los ojos durante un instante y me miró. —¿Sabes lo que fue despertarme un día, después de que el rey haya decidido enviar a su hija a la otra punta del reino sola y que tú única carta ni siquiera dijera adiós?

Se acercó más a mi. Olía a almizcle.

—Phire…

—¡Una sola carta! —seguí— ¡Una sola! ¿Y diciendo qué? «La próxima vez que me veas, seré sólo un soldado más ». Y por todos los dioses Rylan, ¿¡Qué mierda…!?

Pero no me dejó seguir reclamándole porque su boca encontró la mía en un beso suave, lento. Rylan estaba dándome tiempo a alejarlo, pero no lo hice, dejé que siguiera besándome. Su mano rozó mi rostro con una suavidad que no esperaba, como si temiese que me desvaneciera al tacto. Sus dedos se enredaron en mi cabello tirando mi cabeza muy suavemente hacia atrás. Entonces se alejó lo mínimo, a unos centímetros de mi rostro.

Y yo… yo lo besé de vuelta. Envolví mis brazos alrededor de su cuello.

Nuestros labios chocaron con una urgencia casi violenta, y en vez de apartarme me sujetó por la cintura con fuerza y me empujó contra la pared, su cuerpo aplastando el mío. El beso tenía todo lo que habíamos estado conteniendo: la rabia acumulada de años, el anhelo, con esa maldita necesidad de devorarnos mutuamente como si pudiéramos perdernos otra vez.

Él gruñó contra mi boca, una mezcla de deseo y furia contenida, y su mano se deslizó por mi espalda, atrapándome entre sus brazos con tanta fuerza que casi dolía.

No me importaba, quería más.

Mi corazón latía salvajemente cuando sus labios dejaron los míos y descendieron por mi cuello, dejando una estela de fuego a su paso.

—Dime que no me odias tanto como dices —su voz ronca se quebró en mi oído.

—Te odio— mi respuesta fue un susurro entrecortado.

Y era una mentira descarada.

Y él lo sabía.

Lo supe cuando sus labios volvieron a los míos con más hambre, con más intensidad que hizo que mis piernas flaquearan. Lo supe cuando mi cuerpo reaccionó al suyo como si siempre lo hubiese esperado. Mis manos se deslizaron a su cabello, tirando de él con desesperación. Rylan soltó un jadeo contra mi boca y me levantó sin esfuerzo, haciéndome chocar contra la pared. No había control, no había razón.

Nos besábamos como dos condenados a los cuales el amanecer les arrebataría todo.

Su boca era mi perdición. Cada roce de nuestros labios era un incendio una tormenta de deseo que me dejaba sin aire.

Aún en sus brazos me llevó hasta el escritorio de madera y me sentó allí. No había vuelta atrás. Lo quería. Lo había querido desde el primer momento que volví a verlo. Mis piernas se enredaron a su cintura instintivamente, acercándolo aún más a mi. Quería sentirlo, quería todo de él.

Rylan soltó un jadeo entrecortado en mis labios y sus manos se deslizaron por mis muslos levantando cada vez más la falda del vestido.

Dioses. Había pasado tanto tiempo.

Y entonces, sentí como su cuerpo se tensaba.

Sus labios dejaron de moverse.

Rylan separó su boca de la mía, su frente apoyándose contra la mía, mientras su agarre en mi cintura se volvía más fuerte y más tembloroso.

—Sapphire…

—¿Qué?—abrí los ojos con dificultad. Mi propia voz sonaba jadeante.

—No puedo hacer esto— su voz era baja, rota.




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