Un Reino en Ruinas: torneo de dragones.

Ocho.

Mierda. Un Drakaroth era un gran dragón que usualmente encabezaban los batallones de guerra aéreos cuando había invasiones, eran sumamente letales y su fuego era… como decirlo… explosivo.

No conozco el nombre del dragón. “¿Lo conoces, Thar?” Éste sacudió su cabeza como signo de negación.

Me posicioné instintivamente al lado de Oliver, en medio de él y Rylan. Los Solaris no apreciamos esa raza de dragones, por un motivo en específico. Oliver miraba atentamente el dragón de Annelise, quien llevaba un casco de acero rosa, vi en su mirada ese rechazo, odio y furia pasar por sus ojos azules. Su cejas estaban levemente inclinadas hacia abajo y su mano derecha estaba sujetando con fuerza su daga.

—Oliver…—intenté llamar su atención para que se concentrara en otra cosa que en el dragón de Dreymor, en vano porque no me miró, solo desvió su mirada hacia el frente y soltó la daga.

Miré hacia el otro lado y encontré a Rylan observando al dragón de la misma forma que Oliver lo hizo. Nyxir estaba inquieto. Ignis Cealer también. Ecliptharion estaba… impasible.

—No es seguro que participe hoy, princesa —habló Rylan mientras su vista iba de mi al Drakaroth. —. Conoce a esa especie y a esa casa.

—Lo sé, teniente.

Si soy sincera, temo y odio a muerte esa especie de dragón. Y que la casa Dreymor tenga uno de esos con ellos significa un gran desafío público para la casa Solaris.

Levanté la mirada hacia el palco real y encontré a Marie parada al lado de Rupert sosteniendo su brazo mientras ambos observaban al nuevo dragón. Rupert estaba rojo por la cólera. Aún así, no dijo una palabra.

El rugido del Drakaroth desgarró el aire, sacudiendo mí pecho con una fuerza que despertó algo oscuro en mí interior. Miedo. No un temor cualquiera, sino el mismo que había sentido cuando era una niña indefensa, aferrada a los pliegues del vestido de una madre que no volvería a abrazarme. El mismo miedo que me había perseguido en mis pesadillas durante años. Pero junto a él, una llama que se avivaba en mis entrañas, el odio. Mis manos se apretaron con tanta fuerza que sentí como mis uñas se clavaban en las palmas de mis manos haciéndome sangrar. Podía ver con claridad sus colmillos y su poder destructivo que alguna vez había reducido en cenizas la vida que conocía.

Annelise alzó la cabeza con la arrogancia de alguien que sabe que la miran. Se quitó el casco y dejó al descubierto su ahora negro cabello corto. Sus ojos grises destellaron con un brillo divertido, sus labios se curvaron en una sonrisa lenta, consciente.

—Maldita seas… —susurré, sintiendo como la furia arremolinaba en mi pecho.

Apenas si percibí los comentarios del presentador anunciando el comienzo de la batalla, la multitud estaba extasiada, los dragones ansiosos, los Solaris ardiendo en furia, los Dreymor burlándose, los Fulgorath de la arena rugieron con fuerza cuando dieron la orden de comenzar el torneo.

Ningún Dreymor entraría a la arena y se burlaría de los Solaris sin llevar una consecuencia. Y si no era Rupert quien los castigara, seríamos Oliver y yo. Por mi madre.

El estruendo de la arena se convirtió en un rugido ensordecedor cuando los dragones despegaron del suelo y comenzaron a moverse. Las órdenes se perdían en el viento y en las tormentas que empezaban a formarse. Ecliptharion fue el primero en elevarse, su silueta oscura golpeó contra el cielo, Ignis Cealer no tardó en seguirnos. Los dragones de las otras casas no tardaron en unirse, dibujando círculos en el firmamento, probándose unos a otros, midiendo sus fuerzas antes de lanzarse al enfrentamiento

El cielo gris se pintaba de colores en cuanto los dragones llegaron a la altura adecuada. Pero entonces, un rugido profundo y amenazante resonó por toda la arena.

El Drakaroth.

La bestia golpeó el suelo con sus garras, abriendo sus alas con una ferocidad que levantó polvo y arena a su alrededor. Mirando hacia abajo me di cuenta que estaba justo debajo de nosotros y seguía ganando altitud. Quería derribarnos. A hermano y a mi. No, ese dragón no ganaría el cielo sin luchar.

—¡Sapphire! —gritó Oliver a la vez que giraba con Cealer— ¡Debajo de ti!

“¡Thaar!”

La condición del torneo era no tocar el suelo hasta que esto acabara, pero qué era esto, ¿un juego?¿Un desafío?¿Una batalla? No lo sé, pero si sé que no seré la cena de ningún dragón hoy.

Ecliptharion batió sus alas con fuerza y comenzó a ascender en vertical tan rápido como pudo, alcancé a ver qué Nyxir, el dragón de Rylan batallaba con otro dragón hasta que logró enviarlo al suelo sin matarlo, del otro lado veía a Oliver ir en dirección contraria, estaba descendiendo. Pero Annelise seguía detrás de Ecliptharion y de mi.

—¡Farysh, Thar! —grité acercándome como podía al cuello de mi dragón, pero a medida que él ascendía la fuerza me tiraba hacia atrás.

—Quédate agachada, así no te caerás.

—Debemos perderla Thar— respondí, y a medida que seguíamos avanzando nos acercábamos mucho más a la tormenta y a sus truenos.

—En eso estoy. —Replicó el alado y nos metimos dentro de las nubes oscuras y las sobrevolamos.

La vista por encima de las nubes de tormenta es impresionante y casi surrealista. Desde abajo, la tormenta es un caos de relámpagos, viento y oscuridad, pero al elevarse por encima de ella, todo cambia. Sobre ellas, el cielo es un abismo despejado y azul. Mientras intentaba que mi corazón latiese más despacio, miraba a nuestro alrededor para asegurarme que el dragón no había llegado tan alto, por su tamaño y peso un Drakaroth no podía volar muy alto sin gastar muchísima energía (eso si es un dragón joven) pero no sé cuál es el dragón de Annelise como para formar una estrategia clara en mi mente sobre como hacer que vaya hacia el suelo. —No los veo Thar.

—Yo tampoco, princesa.

—¿Puedes hablar con Ignis?

—Ahora mismo está batallando con Aeronir. Pero va ganando, debemos preocuparnos por el otro porque a parecer —hizo una pausa y su cabeza fue para ambos lados, buscándolo. —No quiere perdernos el rastro.




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