Un Reino en Ruinas: torneo de dragones.

Once

Esa noche tuve pesadillas. Toda la noche. Ni siquiera el té de lavanda logró relajarme para poder dormir tranquila. Cerraba los ojos y volvía a ver el dragón abriendo su enorme boca, devorando por completo a mi dragón y a mi también. Para la última pesadilla me desperté gritando, lo que llamó la atención de los guardias que custodiaban mi puerta además de Rylan, quienes entraron con las espadas en las manos.

—¡Váyanse!— y los guardias salieron, pero Rylan no. —Vete.

—Sapphire, no estás bien — susurró. —¿Quieres que me quede?

¿Quería que se quedara?

—Puedes hacerlo. —me senté contra el respaldar de la cama. Rylan dejó la espada al borde de la mesa y se sentó en el borde de la cama, dándome mi distancia.

—¿Tienes pesadillas? —asentí—¿Quieres hablar de ello? —negué, no había mucho de qué hablar tampoco, es decir, padre dije que mañana por la mañana hablaríamos de esto, esta noche no porque había convocado a una reunión en el concejo—¿Quieres hablar de otra cosa?

Asentí.

—¿Qué te gustaría saber?

—Me gustaría que me explicaras algunas cosas— mi voz salió más seca de lo que esperaba, carraspee —. Anoche no me explicaste nada Rylan.

Él asintió y se acercó más a mi y yo me aseguré de taparme bien el camisón con una de las sábanas.

—Yo… —desvió la mirada hacia la mesa al lado de la cama. Su voz era apenas un hilo, frágil, delicado. —Sé que es probable que no me creas, Phire pero… yo sí te escribí cartas—lo miré, muda, impasible. ¿Pero entonces, dónde estaban esas cartas?¿Por qué no las recibí? —. No pude enviártelas, no tuve el valor. Te escribí muchas cartas… no tuve el valor… sé que no es excusa ma’ love pero, estaba aterrado de que sí las encontraban y descubrían quién las había enviado y que eran para ti… conoces el castigo… —me miró.

—Rylan, fueron …

—Dos años. Lo sé—me cortó. —. Sé que fui un cobarde y que te dejé sola y la verdad me merezco toda tu furia y odio si es que me odias. Pero mira desde mis ojos como eran las cosas, ya estabas pasándola muy mal estando lejos de casa, aislada y castigada por no querer hablar y... conoces el temperamento del rey, todos los días pensaba en escabullirme e ir a verte, así fueran dos segundos, dos putos segundos me eran suficientes para volver a respirar. Phire, yo te amo, e imaginar el castigo aún mayor que podría habernos dado el rey, no por mí —me sujetó la barbilla mientras acariciaba mi mejilla. —. No me imagino un mundo donde tú no estés. No lo soportaría. Y verte sufrir por mi… o por cualquier otra persona… prefiero hacer que Nyxir me queme vivo antes que eso.

—Rylan yo no…— pero no me dejó hablar.

—Quiero que me odies. Al menos así sentirás algo por mi. —sacó su mano de mi cara y se la llevó a la daga que tenía en el pantalón. —Yo te amo. Te he querido desde el momento en que pasaste por delante de mi hasta el día de hoy. ¿Quieres mi corazón? Me lo arranco y te lo doy. ¿Deseas la corona? Te la daré. ¿Quieres el mundo? Conquistaré hasta el último pedazo de tierra en este mundo para dártelo, solo te imploro, dame una (aunque sea mínima) oportunidad de demostrarte todo mi amor y que jamás volveré a ser un cobarde.

—Yo lo escucho bastante conmovedor —dijo Thar.

Cállate.

¿Qué debía hacer? No es fácil perdonar a una persona que te abandona durante dos años, aunque, viéndolo de otra perspectiva, Rylan tampoco podía hacer mucho desde su posición como guardia. Además, por aquellos días el rey había prohibido toda comunicación dirigida a mi que no fuera de maestros o de él mismo y las consecuencias de hacerlo eran más graves para mí que para el resto. Si Rylan dice que me escribió cartas, me gustaría tenerlas. Aún así, el está aquí, buscando un rastro del cariño que alguna vez le tuve. Pero, ¿le quería? Diablos, si lo quería, muchísimo.

Ante mi falta de palabras, Rylan volvió a hablar.

—Dime algo —lo miré. —Aunque sea dime que me vaya.

Mis labios se entreabrieron, pero ninguna palabra salió de ellos. No sabía qué decirle. No podía ignorar el temblor en su voz, ni la desesperación en su mirada. Él me había dejado sola durante dos años, pero… si lo que decía era cierto, si realmente me había escrito y no pudo enviarlas…

Apreté las sábanas entre mis dedos.

—No sé qué quieres que te diga, Rylan —mi voz salió más baja de lo que esperaba—. No sé si quiero que te quedes… o que te vayas.

Él se tensó. Por un instante, sus ojos parecieron llenarse de dolor, pero luego se obligó a recuperar la compostura.

—Eso es suficiente —susurró, como si aquellas palabras significaran que aún tenía una oportunidad—. No me estás echando.

Bajé la mirada. Mi corazón latía con fuerza, enredado en un torbellino de emociones contradictorias.

—No lo sé, Rylan. No sé nada ahora mismo.

Él asintió con suavidad y, sin decir más, se quedó donde estaba, como si temiera que cualquier movimiento pudiera hacer que lo alejara de mí para siempre. La tensión en la habitación era sofocante, como si una brisa helada se hubiese filtrado por debajo de la puerta.

Por un momento, nadie dijo nada. El silencio fue tan denso que podía escuchar los latidos de mi propio corazón.




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