Un Romance De Verano

Capítulo 3

Nos encontrábamos jugando un partido de voleibol. No había señal alguna de Alan, o al menos yo no lo había visto después de haber salido del comedor, aunque eso no tendría por qué importarme... pero sin razón alguna, mi mirada se dirigía a las gradas, con la esperanza de verlo entre la multitud.

Negando con la cabeza, regresé mi mente al juego, pero conforme pasaba el tiempo, no podía parar de pensar en él.

Y como si lo estuviera llamando, apareció en mi campo de visión, distrayéndome por completo, dejando así que el equipo contrario ganara un punto.

El juego continuó, pero lo único en lo que estaba atenta era en ese patán y sus estúpidos amigos, que celebraban cada vez que el otro equipo anotaba.

Comenzando a enfadarme, lancé el balón con mayor fuerza de la necesaria, logrando así ser expulsada y castigada por un tiempo indeterminado.

Caminé hasta la "banca de castigo" y tomé asiento en ella. El juego siguió, y yo comenzaba a aburrirme, hasta que sentí como alguien tomaba asiento a mi lado.

—Vaya, que eres mala perdedora —dijo mi querida compañera de cabaña.

—Aún no hemos perdido —respondí, girando a verla y después a la persona tras ella.

—Summer, admítelo, no sabes perder.

—¿De qué hablas? Claro que sé perder.

—No, no sabes. Un claro ejemplo es el de la cafetería.

—Eso fue totalmente diferente. Ellos fueron los que empezaron.

—Pero...

—¿Pero?

—Tú fuiste la que respondió, no ellos.

—Y ¿Qué querías que hiciera? ¿Quedarme ahí sentada sin hacer nada mientras ellos me seguían lanzando comida?

—Summer...

—Comprendo. Te prometo no meterme en más problemas.

Me sonrió cálidamente y se puso de pie.

—¡No más problemas! —me gritó, mientras corría hacia los brazos de ¿su novio?

Apartando la vista de ellos, continué observando el partido. Mi equipo seguía perdiendo, pero eso ya no importaba.

Cuando de la nada, alguien tomó asiento a mi lado. Pensé que era Jessy, por lo que sonreí.

—¿Tan rápido te has aburrido? —dije jugando, sin girarme a ver a mi acompañante.

—Para nada, esto es entretenido.

Sorprendida por la voz que me había hablado, me giré de inmediato para ver esa sonrisa, esa tonta sonrisa que me gustaría quitarle de la cara.

—Eres tú —dije, sonando más fría de lo que tenía planeado.

Indiferente, me sonrió y volvió su mirada al juego.

—Sí, soy yo. ¿Algún problema? —mencionó, girando a verme.

—No, ningún problema.

—¿Segura?

—Sí, muy segura —mencioné, apartándome de él.

—Mentirosa.

—¿Perdona? —giré a verlo.

—Estás enojada. Apenas me has visto, te has apartado tanto de mí que estás a nada de caer de la banca —se inclinó hacia mí.

—No, no es verdad —dije, recorriéndome conforme él se acercaba.

—Sí lo es —dijo justo cuando caía al suelo. Sonrió ampliamente—. Te lo dije.

En ese momento, mis mejillas se tornaron rosadas. No sé si era por su mirada, por vergüenza o por enojo, pero ya era tarde para ocultarlo. Aun con su sonrisa intacta, me guiñó un ojo.

—Hoy a medianoche, te espero alrededor de la fogata.

Sin dejarme decir nada más, se puso de pie y se marchó del lugar.

—Imbécil —murmuré mientras me sacudía la tierra.

La tarde avanzó lentamente, y con ella mi ansiedad. La idea de encontrarme con Alan alrededor de la fogata era tan absurda como atractiva. No entendía por qué, pero había algo en él que me descolocaba, que me sacaba de mi eje, y al mismo tiempo, me hacía sonreír sin querer.

Cuando llegó la noche, fingí dormir mientras las demás chicas cuchicheaban. Jessy no preguntó nada, pero por su mirada, sabía que intuía algo. Esperé hasta que todas parecieran profundamente dormidas y me escabullí, caminando en silencio hasta el claro donde estaba la fogata.

El fuego ya ardía. Alan estaba allí, sentado en un tronco, lanzando piedritas al fuego. Su silueta recortada contra las llamas tenía un aire casi... cálido. Tragué saliva. ¿Qué estaba haciendo yo allí?

Cuando me vio, se puso de pie y me sonrió.

—Vaya, pensé que me dejarías plantado.

—Lo estuve considerando.

Se rio y me hizo señas para que me sentara a su lado. Lo dudé, pero al final lo hice.

—No muerdo —dijo, mirándome de reojo.

—No estoy tan segura de eso.

Nos quedamos en silencio unos segundos, mirando las llamas bailar. Había algo hipnótico en el crepitar de la leña.

—Sabes —comenzó—, al principio, solo quería molestarte. Eras la nueva, tenías cara de estirada y parecías tan... fuera de lugar.

—Gracias por el cumplido.

—No he terminado. Pero luego... luego me di cuenta de que no eras como pensé.

Lo miré, intentando descifrar si hablaba en serio.

—Y ahora, ¿Qué piensas?

—Ahora creo que tal vez, solo tal vez, este verano va a ser diferente a todos los anteriores.

Sentí que mi corazón se aceleraba sin permiso. Sus palabras eran simples, pero tenían un peso extraño, como si estuviera revelando algo más profundo de lo que parecía.

Y así, entre silencios, sonrisas, y chispas que subían al cielo nocturno, sentí que tal vez yo también empezaba a cambiar.

Una brisa fresca nos envolvió, haciendo que me estremeciera sin querer. Alan lo notó y, sin decir palabra, se acercó un poco más, como si su cercanía pudiera cortar el frío que me calaba los huesos.

—¿Mejor? —preguntó en voz baja.

Asentí sin mirarlo, aunque una parte de mí deseaba no dejar nunca ese momento.

Justo entonces, ambos giramos la cabeza. Un leve crujido entre los arbustos nos alertó. Alan se puso de pie instintivamente, y yo me levanté con rapidez, el corazón latiéndome fuerte.

De entre las sombras, una figura emergió lentamente. Entre la luz temblorosa de la fogata y la oscuridad del bosque, reconocimos su rostro: era Jess.

—¿¡Jess!? —exclamé, incrédula.

—Lo siento... yo... —titubeó, bajando la mirada—. No quería interrumpir, solo... quería asegurarme de que estabas bien.



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En el texto hay: amor, amor imposible

Editado: 21.04.2025

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