Camille
El día de la boda amaneció con un sol insolente, de esos que hacen que Provenza huela a lavanda caliente y a tierra mojada. Me desperté antes que todos. Preparé café, puse flores frescas en los floreros de la casa, revisé por décima vez la lista de arreglos.
Quería que todo saliera bien para Théo. Se lo merecía. Se había pasado media vida cuidándome, protegiéndome de todo —incluido de hombres como Julien Marchand.
Suspiré cuando escuché pasos en la cocina. Era Chloé, mi mejor amiga, bostezando con una taza en la mano.
—Pareces un fantasma, Cam —dijo. Se sentó a mi lado y empezó a robarse flores de la caja para ponérselas en el pelo.
—No pude dormir —contesté.
No le dije por qué. No le dije que anoche había soñado con él. Con sus manos. Con su boca.
Me obligué a concentrarme. Vestí a la novia —una amiga de toda la vida, radiante de felicidad. Coloqué cada ramo en su sitio. Di instrucciones a los proveedores, regañé a Théo por llegar tarde a su propio peinado. Todo para no pensar en que Julien estaba cerca. Que cada paso que daba podía cruzarme con su mirada.
Cuando me giré para revisar la decoración de la carpa, ahí estaba él.
De pie, junto a Théo. Con su traje gris oscuro, la corbata perfectamente ajustada, el pelo peinado hacia atrás.
Sus ojos me siguieron cuando crucé el césped con un ramo en brazos.
No aparté la mirada. No esta vez.
Me acerqué para dejar unas flores en la mesa principal. Cuando levanté la vista, él seguía ahí. Solo. Observándome.
Di un paso hacia él. Tal vez debí huir. Pero algo me quemaba dentro.
—¿Todo bien? —pregunté, bajito.
Julien parpadeó. Abrió la boca, la cerró. Luego se encogió de hombros.
—Perfecto —dijo, con esa voz tan suya, como si la palabra le pesara en la lengua.
Me crucé de brazos.
—No pareces contento.
—No es mi boda.
Rodé los ojos. Me di cuenta de que nos estábamos acercando demasiado. Podía oler su loción, sentir su respiración. Supe que Théo podía aparecer en cualquier momento.
—No tienes que poner esa cara de mármol —le dije, con una risa tensa.
Él entrecerró los ojos, se inclinó apenas hacia mí. Bajó la voz.
—Y tú no tienes que meterte en lo que no te importa, Camille.
Mi nombre en sus labios fue como un disparo. Di un paso atrás.
Él respiró hondo, como si se arrepintiera de algo, pero no dijo nada más. Dio media vuelta y se fue a ayudar a Théo.
Lo vi alejarse entre los invitados que empezaban a llegar. Parecíamos dos imanes con la polaridad equivocada: cada vez que me acercaba, él encontraba la forma de huir.
Suspiré. Ajusté un florero torcido. Miré el cielo azul sin una nube.
Entonces decidí una cosa: hoy no lo dejaría escapar tan fácil.
Editado: 30.07.2025