Un secret entre nous

Capítulo 9: Dos líneas rosas

Camille

Nunca había sentido tanto miedo de un pedazo de plástico.
Me senté en el borde de la bañera, con las rodillas recogidas contra el pecho. El test de embarazo estaba sobre el lavabo, esperándome. Ni siquiera había mirado todavía. Cerré los ojos, respiré hondo. Conté hasta diez. Hasta veinte.

Nada cambió.

Mi teléfono vibró en el suelo: Chloé preguntaba si quería ir a cenar, distraerme, ver una película. Lo ignoré. ¿Cómo iba a contarle algo que ni yo misma quería creer?

Me obligué a mirar. Dos líneas. Claras. Definitivas.

Sentí que el suelo se hundía bajo mis pies.
Una parte de mí quería reír, otra llorar. Otra salir corriendo hasta Provenza para gritarle a Julien «Esto es tuyo, ¿lo entiendes? Esto somos nosotros».
Pero no podía. No sabía cómo.

Me miré en el espejo. Mi reflejo era una versión temblorosa de mí misma: ojeras, pelo enmarañado, un nudo en la garganta que no podía tragar. Llevé la mano a mi vientre, casi sin tocarlo.

—Hola —susurré. Y rompí a llorar.

Toda la noche me la pasé dando vueltas en la cama. Mi mente saltaba de un recuerdo a otro: la boda, la risa de Théo, la mirada de Julien antes de besarme. Lo rápido que se había ido al amanecer, sin mirar atrás.

¿Cómo se lo decía? ¿Tenía que hacerlo? ¿Debía primero contárselo a Théo? Mi hermano, que me había prometido siempre protegerme, que confiaba en Julien como en un hermano.

Una noche, me repetía. Solo una noche, Camille.
Pero una noche bastó.

Cuando por fin salió el sol, ya tenía la decisión tomada.
No diría nada. Ni a Julien. Ni a Théo. Ni a nadie.

No todavía.

Primero tenía que entenderlo yo.
Primero tenía que entender cómo un secreto tan pequeño podía sentirse tan pesado dentro de mí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.