Camille
Volver a París era como volver a Julien. Aunque no quisiera admitirlo.
El encargo era grande: un evento privado para una galería de arte que inauguraba una exposición. La dueña, una clienta habitual de mi florería, insistió en que fuera yo misma a supervisar cada detalle.
—Confío solo en ti, ma chère —me dijo por teléfono, como si mi mundo no se estuviera cayendo a pedazos.
Llegué un jueves por la mañana. El otoño parisino me recibió con un viento helado que me enrojeció las mejillas y me hizo sentir más despierta de lo que estaba. Mi maleta pequeña rodaba tras de mí como un secreto más.
El vientre apenas se notaba —demasiado pronto, demasiado escondido bajo capas de abrigo y bufanda. Pero yo lo sentía en cada latido acelerado, en cada paso que daba.
Supervisé ramos, arreglé centros de mesa, discutí colores con los organizadores. Fui amable, eficiente, invisible. Justo como quería.
Pero París no es tan grande cuando intentas huir de alguien.
Lo vi cuando estaba dando indicaciones a los mozos que cargaban cajas de flores. Julien, parado al otro lado del salón, hablando con un hombre trajeado. Tenía el cabello ligeramente despeinado —cosa rara en él—, la corbata suelta, las manos en los bolsillos. Parecía cansado. O tal vez era solo mi memoria traicionándome.
Su mirada me encontró antes de que pudiera esconderme detrás de un florero. Fue un segundo eterno: sus ojos recorrieron mi abrigo, mi pelo recogido, mis manos que temblaron un poco sobre los tallos de lirios.
Quise mirar a otro lado, pero no pude.
Cuando terminó de hablar con su socio —o quien fuera—, se acercó sin dudarlo. Cada paso suyo hizo retumbar el suelo bajo mis pies.
—Camille —dijo, tan simple, como si mi nombre no pesara como una piedra entre los dos.
—Julien —contesté, con voz más firme de la que sentía.
Hubo un silencio torpe, cargado. Yo jugueteé con un tallo de tulipán. Él respiró hondo, mirando todo menos mis ojos.
—No sabía que estabas en París —dijo, al fin.
—Trabajo —me encogí de hombros. —Una inauguración importante.
Asintió, aunque no parecía interesado en flores ni en inauguraciones.
—¿Cómo estás? —preguntó de pronto. Y odié que su voz sonara sincera.
—Bien —mentí. —Todo bien.
Él abrió la boca, como si quisiera preguntar algo más. Pero se contuvo. Julien Marchand siempre supo cuándo morderse la lengua.
—¿Tienes tiempo después? —preguntó, y supe que no era una invitación cualquiera. No era cortesía.
—No lo sé —respondí, y recogí mi carpeta de notas, como si tuviera prisa. —Veré.
Me giré para dar más instrucciones a los asistentes, sintiendo su mirada clavada en mi espalda.
En ese momento comprendí que podía mentirle sobre casi todo. Menos sobre mis ojos cuando lo veía de cerca.
***
Traducciones de lo que dice en Francés
ma chère - Estimado
Editado: 30.07.2025