Un secret entre nous

Capítulo 13: Un descuido

Camille

Después de París volví a Lyon más cansada de lo que fui.
Durante el tren de regreso, me sostuve el vientre disimuladamente, como si pudiera esconderlo de mí misma. Cada vibración del vagón era un recordatorio: estaba ahí. Él estaba ahí. Julien seguía ahí, dentro de cada decisión que aún no tomaba.

Chloé vino a la tienda al día siguiente. Trajo croissants, café y un discurso de amiga preocupada. Me miró mientras barría hojas de eucalipto del suelo.

—Te vi con Julien —soltó de repente.

Dejé de barrer. —¿Qué?

—No te hagas —sonrió, aunque sus ojos no tenían nada de burla. —Vi una foto. Un conocido pasó por la galería y te vio sentada con él. Te ves… distinta.

Sentí la palabra atravesarme. Distinta.

—Solo fue un café —mentí, pero no pude sostenerle la mirada.

Ella soltó un suspiro cargado de palabras no dichas.

—Camille, si hay algo que quieras decirme…

—No hay nada, Chloé —la corté, más rápido de lo que quería. —Estoy bien. Todo bien.

Pero no estaba bien.
La verdad me perseguía como una sombra: las náuseas que no cesaban, el miedo cada mañana, la noche de la boda que regresaba cada vez que cerraba los ojos.

Decidí ir al médico en secreto. Me dije que era una revisión de rutina, una ecografía temprana para estar tranquila. Reservé la cita en un pequeño consultorio privado, lejos de mi barrio, lejos de preguntas incómodas.

Pero Julien Marchand nunca fue de quedarse quieto.

Salí de la consulta sosteniendo un sobre con las primeras imágenes en blanco y negro. Mi bebé. Mi secreto. La recepcionista me despidió con un «Bonne journée, mademoiselle», que sonó más cruel de lo que pretendía.

Al salir, sentí el frío antes de verlo. Y entonces lo vi: Julien, de pie frente a su coche, las manos en los bolsillos, la mandíbula apretada.

No pude moverme.

—¿Qué haces aquí? —fue lo único que atiné a preguntar, sosteniendo el sobre contra mi pecho como un escudo.

Él me miró como si acabara de resolver un problema de arquitectura que lo atormentaba desde siempre.

—Podría preguntarte lo mismo —dijo, acercándose dos pasos. —¿Qué haces saliendo de un consultorio médico?

No respondí. No podía.
El viento helado me despeinó, me hizo llorar los ojos. Julien se quedó ahí, mirándome, buscando grietas en mi silencio.

Y por primera vez tuve miedo de que viera todo.




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