Camille
A veces olvido que los secretos no saben quedarse en silencio para siempre.
A veces creo que puedo sostenerlo todo con las manos: mi tienda, mi vientre, mi hermano, Julien… hasta que uno de ellos se me resbala y se estrella en el suelo.
Fue Théo quien vino a verme. Un sábado. Apareció sin avisar, como siempre. Con un ramo de pan recién horneado bajo el brazo y su sonrisa de hermano mayor que lo sabe todo. Esa sonrisa que odié en ese momento.
—Estás rara —me dijo, apenas cruzó la puerta de la florería.
—Bonjour a ti también —me burlé, escondiendo las tijeras detrás de un balde de flores.
—No es broma, Cam. ¿Qué pasa? —insistió, siguiéndome entre los ramos. —Chloé dice que casi no sales, que has cerrado antes de hora varias veces.
—Trabajo mucho —mentí. Mi garganta quemaba. El bebé pateó suave, como si supiera que se acercaba una tormenta.
Théo se cruzó de brazos. Me estudió como estudia a sus pacientes. —¿Te pasa algo de salud?
Negué. Una mentira piadosa más.
—¿Entonces? —preguntó. —¿Qué está pasando contigo y…?
No dijo su nombre. No tenía que hacerlo. Lo supe por su mirada: dura, cargada de sospecha. Lo supe porque en ese momento, como si el destino quisiera verme arder, Julien apareció en la puerta.
Cargaba una bolsa con compras para mí: leche, pan, frutas. Pequeños gestos. Grandes bombas.
Théo se giró, lo vio. Julien se detuvo en seco. Por un segundo, nadie dijo nada. Solo se escuchó el timbre de la puerta cerrándose tras él.
—¿Qué haces aquí? —soltó Théo, la voz baja, contenida, pero letal.
Julien respiró hondo, dejó la bolsa sobre el mostrador. Me buscó con los ojos. Yo asentí, temblando.
No había vuelta atrás.
—Camille y yo… —empezó Julien.
Pero yo lo interrumpí. —Estoy embarazada.
El silencio fue como un disparo.
Théo me miró. Luego miró a Julien. Luego volvió a mí.
—No —susurró. —No me digas que es…
No tuve que decirlo. Supe que lo entendió todo. La noche de la boda. Las miradas. Las ausencias. La mentira.
Théo se abalanzó sobre Julien. No me dio tiempo a detenerlo. Empujó a su mejor amigo contra los estantes de flores, tirando girasoles y macetas. El ruido de cristal roto se mezcló con mi grito.
—¡Théo, basta! —supliqué, intentando separarlos.
—¿Cómo pudiste? —le gritó a Julien, sujetándolo del cuello de la camisa. —¿Cómo pudiste hacerle esto a mi hermana? ¿A mí?
Julien no se defendió. Lo dejó gritarle. Lo dejó golpear su orgullo, su pecho. Solo levantó una mano para detener mi intento de intervenir.
—Es mío —dijo Julien, mirándolo directo a los ojos. —El bebé es mío. Y no voy a irme.
Las palabras encendieron otra chispa. Théo me miró como si no me reconociera.
—¿Y tú? —me escupió. —¿Qué demonios hiciste, Camille?
No pude contestar. Mi voz se ahogó en la garganta. Lo único que pude hacer fue retroceder, sentir mis manos sobre mi vientre, como un escudo frágil.
Y entonces supe que había perdido a mi hermano. O parte de él. Y dolía más que cualquier golpe.
Editado: 30.07.2025