Un Secreto

Prólogo

14 de marzo de 2001

Otra ramera típica. Y otra vez me equivoqué pensando que encontré a esa única mujer - no como todas las demás, pero una vez más me quemé, permitiendo que me dejaran como un tonto. Y sabía que todas las mujeres son iguales. Todas pretenden ser inocentes, pero en realidad su imaginación sucia no tiene límites. Sexo, lujuria, una vida desenfrenada. Y después de eso, empiezan a formar una familia, tienen hijos y se hacen pasar por madres ejemplares, y luego incluso por respetables abuelas, enseñando a los jóvenes las reglas de comportamiento. Pero todas, independientemente de su edad, son iguales por naturaleza. Animales lujuriosos que piensan exclusivamente con su matriz, por mucho que intenten ocultarlo. Qué asco ver su hipocresía cuando exigen que las convenzan antes de llevarlas a la cama. Porque ellas mismas lo quieren. Quieren que las humillen, que las traten como muñecas sexuales.

Es por eso que nos dejan - a los buenos chicos - para elegir a aquellos que solo las ven como "carne".

¿Y merecer un trato digno? Bueno, no. Si te presentas como un objeto sexual, entonces eso es lo que eres. Y el trato que recibes será correspondiente.

Lo más triste es que una de esas criaturas hipócritas es mi madre, quien durante toda mi infancia intentó encontrar un nuevo padrastro para mí, como si fuera lo normal. Como si fuera normal que una mujer tenga más de un compañero sexual en su vida. Pero no pueden quebrantarme. No pueden imponerme sus falsos valores, como si no hubiera nada malo en el comportamiento inmoral. ¿Quieres libertinaje? Habrá libertinaje para ti.

Hay que pagar por la debilidad...




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