Yoselin se sentó en la sala de espera de la universidad, su corazón latiendo con fuerza. El sobre en sus manos contenía el resultado de su examen de admisión. Lo había repasado mil veces con la mirada fija, pero aún no se atrevía a abrirlo. Era como si, al hacerlo, el destino pudiera cambiar frente a sus ojos.
Respiró hondo y rompió el sello. Sus pupilas recorrieron la hoja rápidamente hasta detenerse en una palabra: "Admitida".
Una sonrisa genuina, rara en su rostro, apareció por un momento. Lo había logrado. Iba a estudiar psicología. Todo su esfuerzo, sus horas de estudio solitario, las noches sin dormir, finalmente habían valido la pena.
Pero, apenas la emoción inicial comenzó a disiparse, otra preocupación surgió: el dinero. Sabía que sus padres apenas podían costear lo necesario. Ella había sido independiente durante años, comprando sus propias cosas, pero una carrera universitaria era otra historia. Necesitaba una solución y rápido.
Se levantó de la silla, con la hoja temblando en su mano. Mientras caminaba hacia la salida, una idea inesperada cruzó su mente: Óscar.
Lo recordó con claridad: su voz rota, su lucha interna por mantenerse firme en un mundo que devoraba a los débiles. Él le había dicho que trabajaba en un grupo delictivo y que estaban buscando formas de desensibilizarse, de soportar el peso mental de lo que hacían.
¿Y si ella podía ayudar con eso? Después de todo, ser psicóloga no solo significaba escuchar a personas comunes. Tal vez podría escuchar y apoyar a aquellos que necesitaban ayuda para soportar el caos de su realidad.
Su dedo pulgar ya estaba marcando el número antes de que pudiera pensarlo dos veces.
El teléfono sonó un par de veces antes de que Óscar respondiera.
—¿Yoselin?
—Hola, Óscar. Necesito tu ayuda.
Hubo un silencio breve.
—Dime.
—Fui aceptada para estudiar psicología. Es lo que siempre quise, pero no tengo el dinero para pagar la carrera. Necesito trabajar y... creo que se me ocurrió una forma en la que ambos podríamos beneficiarnos.
—¿Qué tienes en mente? —preguntó él con cautela.
—Sé que estás en un grupo delictivo y que te están capacitando para desensibilizarte. Imagino que no eres el único que necesita ayuda para manejar todo lo que viven, ¿cierto?
Óscar suspiró.
—No, no soy el único.
—Entonces, ¿qué tal si yo me convierto en una especie de psicóloga para ustedes? Podría escuchar, darles estrategias para manejar el estrés, para ser más fuertes mentalmente. Tal vez eso les ayude a lidiar con lo que enfrentan y a evitar que... pierdan el control.
—¿Quieres trabajar para nosotros? —su voz sonaba incrédula—. ¿Sabes lo peligroso que es?
—Sé que suena arriesgado, pero no quiero un trabajo común. Quiero algo que me permita estudiar y que, al mismo tiempo, me desafíe. Además... —hizo una pausa—, sé que hay una parte de mí que encaja con ese mundo más de lo que debería.
Óscar guardó silencio durante un momento.
—No sé, Yoselin. No quiero que te metas en esto solo por mí. No es tan simple salir una vez que entras.
—No lo hago solo por ti. Lo hago porque necesito una oportunidad y porque creo que puedo ayudar. No voy a juzgarlos. No es mi estilo.
Óscar dejó escapar un suspiro.
—Está bien. Hablaré con mi jefe. No prometo nada, pero le explicaré tu idea.
—Gracias, Óscar. De verdad.
—No me agradezcas aún —dijo él con voz seria—. Esto podría cambiar tu vida para siempre.
—Quizá es justo lo que necesito —respondió ella con frialdad.
Colgaron. Yoselin miró el teléfono en su mano y respiró profundamente. Sabía que acababa de cruzar una línea, una de la que tal vez no podría regresar. Pero el riesgo le emocionaba tanto como le asustaba.
Ahora solo quedaba esperar.