El bullicio de los pasillos de la preparatoria parecía más intenso de lo habitual. Los últimos días de clases se deslizaban rápidamente, y la emoción por la graduación flotaba en el aire. Para muchos, era el fin de una etapa. Para Yoselin, era el inicio de algo más grande, algo incierto.
Sentada en su lugar habitual, al fondo del aula, repasaba mentalmente todo lo que había logrado: a pesar de sus luchas internas, a pesar de los días grises, había llegado hasta aquí. Sin embargo, el futuro que se desplegaba frente a ella tenía más sombras que claridad.
El zumbido de su teléfono en su bolsillo la sacó de sus pensamientos. Sacó el móvil y vio el mensaje de Óscar.
—¿Lista para graduarte?
Una pequeña sonrisa curvó sus labios. Sus dedos volaron sobre el teclado.
—Sí. Te invito, pero no hagas escándalo. Mis padres no deben verte, si no me harán un drama.
La respuesta llegó casi de inmediato.
—Entendido. Iré, pero seré un fantasma. Nos vemos al final de la ceremonia.
Guardó el teléfono y miró por la ventana. El sol brillaba más de lo normal ese día, como si quisiera contrastar con la sombra de sus pensamientos.
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La mañana de la graduación llegó rápidamente. Yoselin se vistió con una camisa blanca holgada y unos pantalones de tela negros. Sobre ellos, la toga y el birrete parecían una broma pesada. El disfraz de una chica común, pensó.
—¡Yoselin! ¿Lista? —llamó su madre desde la sala.
—Sí, voy —respondió con voz monótona.
Su padre la observó con orgullo, sin saber que la mente de su hija estaba en otro lugar, planeando una vida que no podían imaginar.
La ceremonia fue larga y tediosa: discursos de despedida, lágrimas de padres emocionados, risas de amigos. Yoselin aplaudió en los momentos adecuados, pero su mirada recorría la multitud, buscando una figura familiar. Finalmente, lo vio: Óscar, apoyado contra un árbol al fondo, con gafas oscuras y una gorra que ocultaba parte de su rostro. Era discreto, tal como le había pedido.
Cuando lanzaron los birretes al aire y la multitud comenzó a dispersarse, Yoselin caminó con calma hacia la salida. Sus padres estaban ocupados hablando con otros familiares, lo que le dio una oportunidad.
Óscar la vio acercarse y sonrió.
—Felicidades, Yoselin.
—Gracias por venir —respondió ella, sintiendo un calor extraño en el pecho.
Ambos se quedaron en silencio por un momento. Él parecía fuera de lugar en ese ambiente de celebración, pero también era el único que hacía que Yoselin se sintiera comprendida.
—¿Y ahora qué sigue? —preguntó él finalmente.
—Tú me lo dirás —respondió ella con seriedad.
—Mi jefe quiere verte mañana. Quiere saber si realmente estás dispuesta a hacer esto. —Óscar hizo una pausa—. Tienes que planear bien qué dirás para poder ir sin levantar sospechas.
Yoselin asintió. No sentía miedo, solo una extraña anticipación. El riesgo y la oportunidad se mezclaban en una mezcla peligrosa, pero tentadora.
—Les diré que voy a una entrevista de trabajo para costear mis estudios —dijo con firmeza—. No será una mentira del todo.
Óscar la miró, evaluando su determinación.
—Te estás metiendo en un mundo del que es difícil salir.
—No estoy buscando la salida —respondió ella con frialdad.
Él la observó unos segundos más y luego asintió.
—Nos vemos mañana. Te recogeré a las diez.
—Estaré lista.
Óscar sonrió levemente y se dio la vuelta, desapareciendo entre la multitud. Yoselin respiró hondo y regresó con sus padres, que aún no notaban cómo su hija estaba a punto de cruzar una línea peligros.