El salón de eventos aún estaba lleno de risas y conversaciones animadas. La celebración por su graduación había sido modesta, pero suficiente para que sus padres mostraran su orgullo. Yoselin sonrió de manera automática ante cada felicitación de familiares y amigos, mientras su mente ya estaba en otro lugar. La verdadera prueba aún no había comenzado.
Cuando el último invitado se fue, se acercó a sus padres, que estaban recogiendo platos y vasos.
—Papá, mamá, tengo que hablar con ustedes —dijo con tono neutro.
Su madre la miró con curiosidad, y su padre dejó lo que hacía, prestándole atención.
—¿Qué pasa, hija? —preguntó su madre.
—Mañana tengo una entrevista de trabajo. Una empresa de servicios está buscando asistentes y creo que es una buena oportunidad para empezar a ganar dinero para mis estudios. Me vendrán a recoger en una camioneta negra.
Su padre frunció el ceño ligeramente.
—¿Una camioneta negra? ¿De qué empresa es? —su tono era cauteloso.
—No me dieron muchos detalles, pero es una empresa seria —respondió Yoselin con una tranquilidad calculada—. No se preocupen, les voy a marcar en cuanto llegue y si hay cualquier problema, pueden ir por mí.
Su madre la observó con una mezcla de orgullo y duda.
—Estás creciendo tan rápido... Solo ten cuidado, por favor.
—Lo tendré, mamá —dijo Yoselin, sonriendo levemente.
Su padre asintió, aunque sus ojos reflejaban inquietud.
—Está bien, confiaremos en ti. Solo mantente en contacto.
—Lo haré —prometió.
Después de darles un abrazo, subió a su cuarto. Cerró la puerta y respiró hondo. Había dado el primer paso. Ahora solo quedaba el salto al vacío.
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A la mañana siguiente, a las diez en punto, una camioneta negra con vidrios polarizados se estacionó frente a su casa. Yoselin salió con calma, vistiendo jeans oscuros, una camiseta holgada y una gorra que ocultaba parte de su rostro. Miró hacia atrás y vio a su madre asomándose por la ventana, su preocupación evidente.
La puerta trasera de la camioneta se abrió y Óscar la miró desde dentro.
—¿Lista? —preguntó.
—Sí —respondió ella sin titubear.
Subió y la puerta se cerró detrás de ella. La camioneta arrancó suavemente. Óscar la observó unos segundos.
—Estás más tranquila de lo que esperaba.
—Ya tomé mi decisión —dijo Yoselin, mirando al frente.
Óscar asintió, respetando su determinación.
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Llegaron a una bodega abandonada en las afueras de la ciudad. El lugar estaba rodeado de autos de lujo y camionetas similares a la que los había recogido. Bajaron y caminaron hacia una puerta metálica. Al entrar, un grupo de hombres y mujeres de distintas edades la observaban con curiosidad y desconfianza.
Al fondo de la sala, un hombre de unos cuarenta años, con el cabello corto y cicatrices visibles en las manos, los esperaba. Era el jefe. Su presencia imponía respeto sin necesidad de palabras.
—¿Esta es la chica? —preguntó con voz grave, mirando a Óscar.
—Sí, jefe. Ella es Yoselin.
Yoselin se adelantó, manteniendo la mirada firme. Saludó con respeto.
—Es un honor conocerlo.
El hombre la estudió por unos momentos, con una expresión seria.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó.
—Diecisiete.
Él arqueó una ceja.
—Estás muy joven para meterte en esto. Aquí no hay espacio para los débiles ni para los que dudan. Si decides entrar, no hay vuelta atrás. Aquí no hay inocentes. Aquí formamos a personas insensibles y resistentes. ¿Crees que puedes con esto?
—Sí —respondió sin vacilar—. Puedo ser útil para que los nuevos se adapten más rápido. Si los preparo mentalmente, podrán resistir lo que venga.
El jefe sonrió ligeramente, una mueca de aprobación.
—Si quieres trabajar aquí, empezarás desde abajo. Ayudarás a insensibilizar a los nuevos. Si lo haces bien, tal vez algún día puedas ayudar a los veteranos que están al borde de quebrarse.
—Entendido —dijo Yoselin con firmeza.
El jefe asintió y miró a Óscar.
—Preséntala con los demás. Desde hoy, es parte del grupo.
Óscar sonrió, una mezcla de alivio y orgullo.
—Bienvenida a tu nueva vida, Yoselin.
Ella asintió mientras él la llevaba hacia el grupo. Los rostros que la observaban eran duros, marcados por una vida difícil. Pero en ese momento, Yoselin sintió que finalmente estaba en un lugar donde no tenía que ocultar quién era realmente.
Una sombra se había abierto camino en su vida. Y ella había decidido entrar en ella sin mirar atrás.