El aire dentro de la bodega era denso, cargado con el olor a metal, cigarrillos y adrenalina. Óscar caminaba con paso firme, seguido por Yoselin, quien mantenía su expresión neutral. A pesar del ambiente intimidante, ella sentía una extraña calma. Este era su lugar ahora.
Frente a ellos, en una esquina amplia y despejada, un grupo de jóvenes estaba reunido. Algunos parecían apenas mayores que ella, otros apenas cruzaban los quince años. Sus miradas eran una mezcla de nerviosismo y desafío. A estos jóvenes se les conocía como los “pollitos”, un apodo que había nacido de la mente retorcida del jefe. Para él, eran criaturas frágiles, fáciles de moldear o de aplastar si era necesario.
Óscar se paró al frente y carraspeó para llamar su atención.
—Escuchen, pollitos. —Su voz firme hizo que todos se enderezaran—. A partir de ahora, tienen una nueva guía. Ella se llama Yoselin y su trabajo será prepararlos. Va a enseñarles a controlar sus miedos, a endurecerse, y a no quebrarse cuando las cosas se pongan feas.
Hubo murmullos entre el grupo. Algunos intercambiaron miradas de duda; otros la observaron con abierta curiosidad. Yoselin dio un paso adelante. Su mirada barría a los jóvenes con la precisión de un bisturí.
—No estoy aquí para hacerme su amiga —dijo con voz clara y fría—. Estoy aquí para asegurarme de que sobrevivan en este mundo. Si quieren quedarse, si quieren ser útiles, tendrán que dejar atrás sus debilidades. Yo les enseñaré cómo hacerlo.
El silencio se hizo más pesado. Algunos apartaron la mirada; otros asintieron en silencio.
—Más les vale seguir sus instrucciones —añadió Óscar—. Aquí no hay espacio para los que dudan.
Tras unos segundos, Óscar hizo un gesto con la cabeza, indicándole a Yoselin que la siguiera. Cruzaron el espacio hasta llegar a una puerta lateral. Óscar la abrió y entraron en una oficina modesta pero funcional: un escritorio, un par de sillas de metal y una lámpara que apenas iluminaba el lugar.
—Si vas a empezar mañana, necesitas tener todo listo —dijo Óscar, sacando una hoja y una pluma de un cajón—. Anota lo que necesites para hacer tu trabajo.
Yoselin asintió y se sentó en una de las sillas. Sin perder tiempo, comenzó a escribir con precisión meticulosa:
1. Libretas y bolígrafos para tomar notas y hacer planes de entrenamiento.
2. Material de entrenamiento físico: cuerdas para saltar, guantes de boxeo.
3. Una bocina y un micrófono para dar instrucciones claras durante las sesiones.
4. Una computadora portátil para llevar registros y análisis de progreso.
Terminó la lista y le entregó la hoja a Óscar.
—Con esto puedo empezar.
Óscar la miró, una sombra de admiración cruzando su rostro.
—Está bien. Mañana a las 7:30 paso por ti. No llegues tarde.
—No lo haré —respondió Yoselin con determinación.
Óscar tomó la lista y se apoyó contra el escritorio.
—¿Estás segura de esto? Una vez que empieces, no habrá marcha atrás.
—Nunca he estado más segura —dijo ella, clavando sus ojos en los de él.
Óscar asintió lentamente.
—Nos vemos mañana. Bienvenida al trabajo, Yoselin.
Ella salió de la oficina, sintiendo una corriente de adrenalina recorrer su cuerpo. Por fin, estaba en control. Por fin, su mente sádica y su deseo de entender el lado oscuro tenían un propósito claro.
El amanecer del día siguiente marcaría el inicio de su nueva vida. Una vida en la que no habría lugar para dudas, solo para sobrevivir y adaptarse.