Cuando Yoselin llegó a casa, el crepúsculo comenzaba a teñir el cielo de tonos anaranjados. El cansancio mental se acumulaba en sus hombros, pero mantenía una expresión calmada. Sus padres estaban en la sala viendo la televisión, pero al verla entrar, apagaron el televisor y la miraron con expectación.
—¿Cómo te fue? —preguntó su madre con una sonrisa.
Yoselin asintió con firmeza, sus ojos reflejaban seguridad.
—Me aceptaron en el trabajo. Empiezo mañana temprano. Me recogerán en la misma camioneta para llevarme a la oficina.
Su padre la miró con un gesto de aprobación mezclado con preocupación.
—¿Y qué clase de empresa es?
Yoselin ya había preparado su respuesta.
—Se llama “Servicios Integrales Nova”. Es una empresa nueva que está abriendo oficinas aquí en la ciudad. Se dedican a consultoría y formación de personal para empresas locales. Me contrataron para ayudar con la administración y la capacitación básica del personal.
Ambos padres asintieron, algo más aliviados.
—Nos alegra mucho, hija —dijo su madre, acercándose para abrazarla—. Estamos orgullosos de ti.
—Pero recuerda —añadió su padre con tono serio—, no descuides tus estudios. El mes que viene empiezas en la universidad, y combinar trabajo con estudio no será fácil.
Yoselin asintió con una leve sonrisa.
—Lo sé. Estoy consciente de eso. Pero necesito hacer esto. No se preocupen, lo tengo bajo control.
Sus padres asintieron, resignados pero respetando su decisión.
—Está bien, confiamos en ti —dijo su padre—. Solo mantente a salvo y avísanos de cualquier cosa.
—Lo haré —prometió Yoselin, sintiendo una punzada de culpa que rápidamente sofocó.
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La Prueba Comienza
Al día siguiente, a las 7:30 en punto, la camioneta negra se estacionó frente a su casa. Yoselin salió con una mochila al hombro. Se despidió de sus padres con un beso rápido y subió sin titubear.
Óscar la esperaba dentro.
—¿Lista? —preguntó, observando su mirada firme.
—Más que nunca.
Llegaron a la bodega y Óscar la guio hasta su oficina. Todo el material que había pedido estaba ya ordenado sobre una mesa: libretas, cuerdas, guantes de boxeo, una bocina, un micrófono y una computadora.
Tomó una taza de café negro y salió al área de entrenamiento donde los “pollitos” esperaban. El grupo de jóvenes la miraba con incertidumbre.
Yoselin respiró hondo, ajustó el micrófono y comenzó con voz firme:
—¡De pie y en fila! ¡Ahora mismo!
Los chicos obedecieron torpemente. Sacó una libreta y empezó a pedir sus nombres, anotándolos y asignando un número y un código a cada uno.
—De ahora en adelante, cuando pase lista y mencione su código, ustedes responderán con un “presente”. No quiero oír dudas ni titubeos. Aquí no hay espacio para los débiles.
—¿Entendido? —gritó.
—¡Sí! —respondieron en coro.
—¡Más fuerte! —bramó ella.
—¡SÍ, SEÑORITA!
Yoselin sonrió de manera fría. El entrenamiento comenzaría ahora.
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Destruir para Reconstruir
El sonido de cuerdas golpeando el suelo y los jadeos de los jóvenes llenaban el espacio. Durante una hora, los hizo saltar, hacer flexiones y abdominales. Cada vez que alguno fallaba o se quejaba, ella se acercaba.
—¿Eso es todo lo que tienes? —les gritaba—. ¡Eres un inútil! ¡No vales para nada si no puedes soportar esto!
A veces, reforzaba sus palabras con un golpe controlado, buscando hacerlos reaccionar. Sabía que debía endurecerlos. La vida que habían elegido no perdonaría debilidades.
Cuando el entrenamiento físico terminó, los reunió en una fila. Algunos estaban al borde del colapso, otros temblaban de agotamiento.
—Escuchen bien —dijo Yoselin, su voz ahora baja y calculada—. Aquí no hay espacio para el miedo. La vida que eligieron es dura, y si no son fuertes, no sobrevivirán. Tienen que aprender a controlar sus emociones, a no dudar, a no flaquear. Si uno de ustedes se muestra más débil, le pondré más atención. Pero si no mejora, se lo diré al jefe. Y ustedes saben lo que eso significa.
Las palabras cayeron como una sentencia. Ninguno se atrevió a replicar.
—Ahora descansen. Mañana será peor —finalizó con una sonrisa gélida.
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Observada desde las Sombras
Al terminar, Yoselin regresó a su oficina. Se sentó detrás del escritorio, sus manos firmes a pesar de la tensión del momento. Estaba revisando sus notas cuando sintió una presencia.
Levantó la vista y vio al jefe parado en la puerta. Sus ojos fríos la analizaban, su expresión inescrutable.
—Hiciste un buen trabajo —dijo, girándose hacia Óscar, que estaba detrás de él—. Encontraste a alguien útil.
Óscar negó con una leve sonrisa.
—No la encontré yo, jefe. Ella me encontró a mí.
El jefe dejó escapar una carcajada baja y gutural.
—Interesante. —La miró por última vez—. Veamos cuánto puede soportar.
Se dio media vuelta y desapareció en las sombras. Óscar se quedó un momento más.
—Lo hiciste bien, Yoselin. Esto es solo el comienzo.
Ella asintió, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y determinación.
—Estoy lista para lo que venga.
Y en su interior, una parte de ella —la más oscura, la más sádica— sonrió.