Después de semanas de intenso entrenamiento con los “pollitos”, Yoselin sabía que un cambio se aproximaba. La fecha de inicio de sus clases en la universidad estaba marcada en su calendario, y el peso de su decisión empezaba a sentirse más real.
Una mañana, después de revisar el progreso del grupo, decidió hablar con el jefe.
Entró a la oficina del jefe con paso firme. La habitación tenía una atmósfera pesada, decorada con armas y trofeos delictivos. El jefe la miró desde su escritorio, con su habitual mirada fría.
—¿Qué quieres, muchachita? —dijo con tono áspero.
Yoselin respiró hondo y se mantuvo seria.
—Voy a empezar mis estudios de psicología. Necesito ajustar mis horarios. No puedo estar aquí por las mañanas, pero puedo continuar entrenándolos por las tardes.
El jefe la observó en silencio, tamborileando los dedos sobre el escritorio. Una sonrisa torcida se dibujó en su rostro.
—¿Así que quieres estudiar para hacerte más útil aquí, eh?
—Sí. Quiero tener más control y conocimientos para trabajar mejor con los nuevos ingresos —respondió con convicción.
El jefe asintió lentamente y sacó un fajo de billetes del cajón.
—Aquí tienes tu paga mensual: 25,000 pesos. Te lo has ganado. Pero no te confíes. No me gustan los fracasos.
Yoselin tomó el dinero y sonrió levemente.
—No voy a fallar.
Salió de la oficina sintiéndose ligera. Los billetes en su mano eran más que dinero; eran una prueba de su independencia. Al llegar a casa, pagó la inscripción a la universidad y compró todo lo necesario: cuadernos, libros, una mochila nueva y algunos artículos que había deseado durante semanas.
Sus padres la miraban con orgullo mientras organizaba sus cosas.
—Estamos muy felices por ti, hija —le dijo su padre—. Solo recuerda no descuidar tus estudios.
—No lo haré, papá —respondió con una sonrisa genuina.
La mañana siguiente, Yoselin se levantó temprano. Tomó sus pastillas, se vistió con ropa holgada y cómoda, y salió con su mochila al hombro. El corazón le latía con fuerza al entrar a la universidad. Los pasillos llenos de estudiantes eran un contraste brutal con la dureza del mundo delictivo.
Las clases comenzaron, y aunque su mente era una tormenta de pensamientos, se sintió en su elemento. Tomaba notas con precisión, absorbía cada concepto y, por un momento, se permitió disfrutar de su sueño.
Al terminar las clases, Óscar ya la esperaba afuera, apoyado en su camioneta con una sonrisa relajada.
—¿Lista para el segundo turno? —preguntó.
—Lista —respondió ella, subiendo al vehículo.
Llegaron a la bodega y, sin perder tiempo, Yoselin fue directo a los baños. Se duchó rápidamente, dejando que el agua fría despejara el cansancio de las clases. Se tomó un café negro y, al sentir la cafeína recorrer sus venas, salió a enfrentar a los “pollitos”.
—¡A formar! —gritó con autoridad.
El entrenamiento de esa tarde fue intenso. No había espacio para la fatiga, ni para excusas. La rutina militar que había impuesto estaba dando frutos; los jóvenes eran cada vez más resistentes, más fríos.
Cuando la noche cayó, Yoselin regresó a casa con el cuerpo agotado pero el espíritu firme. Sus padres la recibieron con una cena caliente.
—¿Cómo te fue hoy, hija? —preguntó su madre.
Yoselin sonrió mientras sacaba unos pequeños obsequios: una pulsera para su madre y una navaja multiusos para su padre.
—Me dieron mi primera paga —dijo con orgullo—. Quise comprarles algo.
Su padre la abrazó con fuerza.
—Eres una chica increíble, Yoselin.
Después de cenar, subió a su cuarto. Se sentó en su escritorio, organizó sus notas de clase y revisó el papeleo del trabajo. Sus días ahora eran una mezcla de dos realidades que apenas podía sostener, pero ese equilibrio extraño le daba un propósito.
Antes de dormir, le envió un mensaje a su mejor amigo, Daniel.
—Empecé en la universidad. Es difícil, pero lo lograré.
Daniel respondió al instante.
—Estoy orgulloso de ti. Avísame si necesitas algo.
Apagó el teléfono, miró el techo de su cuarto y cerró los ojos con una mezcla de agotamiento y satisfacción. Su vida era un caos controlado, pero, por primera vez, sentía que estaba en el camino correcto.