La rutina de Yoselin seguía firme y estructurada: estudiar en la universidad por la mañana, entrenar a los “pollitos” por la tarde y cumplir con sus tareas por la noche. Aunque era exigente, se sentía orgullosa de mantenerse a flote, equilibrando sus dos mundos. Sus padres notaban su dedicación y, aunque a veces sospechaban que algo más ocurría, respetaban su independencia.
Sin embargo, un día, la calma se rompió.
Cuando llegó a la bodega, Óscar la recibió con una expresión seria.
—Tenemos un problema, Yoselin —dijo en voz baja—. Otro grupo quiere apoderarse de nuestra zona. El jefe está organizando todo para defendernos, pero será complicado.
Ella asintió, procesando la información con calma.
—¿Qué necesitan de mí? —preguntó sin dudar.
—Los “pollitos” tienen que estar preparados para lo que pueda venir. Y tú debes estar con ellos. No te pediremos que pelees, pero tu apoyo será clave para mantenerlos firmes.
Yoselin miró a los jóvenes que había estado entrenando durante semanas. Sabía que, aunque algunos ya mostraban fortaleza, otros todavía necesitaban apoyo emocional. Respiró profundo y se dirigió a ellos.
—Escuchen, chicos —dijo con voz tranquila pero firme—. Estamos en una situación difícil, pero han entrenado para esto. Lo más importante es mantener la calma y confiar en lo que han aprendido. No importa lo que pase ahí afuera, aquí dentro, somos un equipo.
Los “pollitos” asintieron. Algunos se veían nerviosos, pero su determinación comenzaba a aflorar.
Mientras esperaban noticias de los planes del jefe, Óscar se acercó a Yoselin.
—No tienes que estar aquí si no quieres —le dijo suavemente.
—Estoy donde debo estar —respondió ella sin vacilar—. Ellos confían en mí, y no voy a dejarlos.
Óscar sonrió apenas, admirando su valentía y entereza.
—Eres más fuerte de lo que aparentas.
Ella le devolvió la sonrisa con serenidad. Sabía que no se trataba de ser una heroína ni de demostrar fuerza con violencia. Su papel era otro: mantener la mente y el ánimo de los jóvenes firmes en medio de la incertidumbre.
El enfrentamiento no llegó ese día, pero el ambiente seguía tenso. Esa noche, después de asegurarse de que todos estuvieran tranquilos, Yoselin se sentó en su pequeña oficina improvisada. Sacó su libreta y empezó a escribir notas para mejorar los entrenamientos, estrategias para mantener la calma y formas de lidiar con el miedo.
Antes de irse, Óscar se acercó y le puso una mano en el hombro.
—Gracias por quedarte. Ellos te necesitan más de lo que crees.
—Y tú también —respondió ella suavemente.
Óscar sonrió y asintió.
—Nos vemos mañana.
Mientras Yoselin regresaba a casa esa noche, sentía una paz inesperada. Su vida había cambiado drásticamente, pero en medio del caos, había encontrado un propósito.
Sabía que el camino sería complicado, pero estaba lista para enfrentarlo.