Una mañana, después de su clase de psicología, Yoselin salió del salón con los apuntes en la mano. Se sentía satisfecha con su rendimiento y estaba concentrada en sus pensamientos cuando una voz masculina la sacó de su trance.
—¡Hey! ¿Yoselin, verdad?
Ella se giró y vio a un chico alto, de cabello rizado y ojos claros. Su sonrisa era amigable y genuina.
—Sí, soy yo —respondió con cautela.
—Soy Nicolás. Nos hemos cruzado varias veces en clase, pero no había tenido la oportunidad de presentarme.
—Mucho gusto, Nicolás.
—¿Te importa si caminamos juntos a la cafetería? Quería preguntarte algo sobre la última lección.
Yoselin dudó un momento, pero luego asintió. Sabía que relacionarse no era su fuerte, pero Nicolás parecía inofensivo.
Durante el camino, hablaron sobre teorías psicológicas y tareas pendientes. Para su sorpresa, Yoselin se sintió cómoda. Por una vez, era solo una estudiante más, sin secretos ni responsabilidades peligrosas.
Por la tarde, Óscar pasó a recogerla como siempre. Ella subió a la camioneta y le dio un saludo distraído mientras revisaba un mensaje de Nicolás sobre una bibliografía.
—¿Quién te escribe? —preguntó Óscar con voz seca.
—Un compañero de clase —respondió sin darle importancia.
Él frunció el ceño, sus nudillos se pusieron blancos sobre el volante.
—¿Un compañero o algo más?
—Solo un compañero —aclaró ella, sintiendo una punzada de incomodidad.
Óscar no dijo nada más durante el trayecto. El silencio era pesado, lleno de una tensión que ella no entendía del todo.
Al llegar a la bodega, Óscar finalmente habló:
—No me gusta que hables con otros tipos.
Yoselin lo miró sorprendida.
—¿Perdón?
—Si no eres mía, no serás de nadie —dijo él con frialdad en los ojos.
Su corazón dio un vuelco. Aquellas palabras, dichas con una calma inquietante, le helaron la sangre. Por primera vez, Óscar no era el chico protector con quien se sentía segura; ahora veía a alguien posesivo y controlador.
—No tienes derecho a decir eso —respondió, intentando mantener la voz firme.
—Tú no entiendes cómo funciona esto, Yoselin. Estoy cuidándote.
—Esto no es cuidarme, es controlarme —dijo ella, dando un paso atrás.
Durante los siguientes días, Óscar estaba más encima de ella que nunca. Sabía sus horarios, quién le hablaba y a dónde iba. Cada vez que mencionaba a Nicolás, el gesto de Óscar se endurecía más.
Yoselin empezó a sentirse asfixiada. No podía concentrarse ni en la universidad ni en el trabajo con los "pollitos". Su mente estaba atrapada en un ciclo constante de ansiedad.
Una tarde, después de un entrenamiento, Óscar la acorraló en el pasillo.
—¿Sigues hablando con ese tipo? —susurró con los dientes apretados.
—Es solo un compañero —repitió ella, sintiendo el nudo en su garganta.
—Si sigues con esto, va a haber problemas.
El miedo se apoderó de ella. Por primera vez, consideró alejarse de todo, pero sabía que era casi imposible. Había entrado en un mundo donde salir no era una opción sencilla
Esa noche, en su cuarto, Yoselin se sentó frente a su escritorio. Miró su teléfono y pensó en contarle todo a Daniel, su mejor amigo. Pero algo la detuvo. ¿Qué le diría? ¿Cómo explicaría la situación sin revelar sus secretos?
Apagó el teléfono y se quedó en silencio, sintiendo que las paredes se cerraban a su alrededor.
Sabía que tenía que tomar una decisión, y pronto.