Yoselin comenzaba a dominar el arte del equilibrio. Entre las clases universitarias y las largas jornadas en la bodega, su rutina era agotadora, pero sentía que todo valía la pena. Su esfuerzo en la universidad le daba calificaciones perfectas, y sus sesiones con los pollitos empezaban a dar frutos.
Ellos eran más resistentes, tanto física como mentalmente. Sus miradas ya no eran de miedo, sino de determinación. Habían dejado de ser los chicos vulnerables y asustados que conoció al principio.
—Gracias por todo, Yoselin —le dijo uno de los jóvenes después de un entrenamiento—. Sin ti, no hubiera llegado hasta aquí.
Ella asintió, aunque su expresión seguía siendo dura. No podía mostrar debilidad.
Esa tarde, después de pasar lista y observar el desempeño de los pollitos, decidió que era hora de un cambio. Entrenar a los nuevos le estaba quitando tiempo valioso que necesitaba para estudiar.
Entró en la oficina del jefe, respiró hondo y habló con confianza.
—Jefe, tengo una propuesta.
Él levantó una ceja y dejó su habano a un lado.
—Te escucho, Yoselin.
—Creo que puedo ser más útil si dejo el entrenamiento de los nuevos. Quiero dedicarme a dar terapia a los miembros con más rango y a los recién reclutados. Trabajar con sus mentes, ayudarlos a fortalecerse y controlar sus emociones. Eso nos haría más efectivos y menos vulnerables.
El jefe la miró en silencio durante un largo minuto, luego asintió lentamente.
—Tienes agallas, muchacha. Me gusta tu idea. A partir del próximo mes, harás lo que propones. Y como el trabajo será más delicado, te aumentaré el sueldo.
—¿Cuánto?
—35,000 pesos. Úsalos para lo que necesites: material para las terapias, los uniformes y cualquier cosa que creas necesaria.
Los ojos de Yoselin brillaron apenas un segundo antes de que volviera a controlar su expresión.
—Gracias, jefe. No le fallaré.
—No lo hagas —dijo él con una sonrisa intimidante—. Por cierto, ya es hora de que sepas el nombre del grupo al que perteneces.
Yoselin esperó, intrigada.
—Nos llamamos "La Secta Roja".
Ella repitió el nombre en su mente. Era perfecto: oscuro, poderoso, intimidante. Se imaginó los uniformes con las letras S.R. bordadas, creando una imagen de disciplina y respeto.
Esa noche, al llegar a casa, se sentó en su escritorio y comenzó a diseñar los uniformes. Optó por tonos oscuros: negro con detalles rojos y las iniciales S.R. bordadas en el pecho y la manga.
Además, hizo una lista de materiales para sus sesiones de terapia:
Cuadernos y bolígrafos
Una computadora para llevar registros detallados
Material para ejercicios de control emocional
Una pizarra y marcadores
Sillas cómodas para las sesiones individuales
Sentía una mezcla de orgullo y responsabilidad. Ahora su papel era más importante y exigente, pero también estaba más cerca de su objetivo de ser una psicóloga respetada, aunque en un entorno fuera de lo convencional.