La madrugada envolvía a la ciudad en una penumbra fría y húmeda. Yoselin estaba sentada en su oficina improvisada, la luz del monitor reflejándose en sus ojos cansados. Frente a ella, un informe detallado de los pollitos, sus avances y los desafíos que aún enfrentaban. Pero su mente divagaba, atrapada en pensamientos cada vez más oscuros.
El peso de su doble vida comenzaba a dejar grietas en su fortaleza. Por fuera, era la joven decidida y fuerte que todos respetaban; por dentro, una tormenta de dudas y emociones reprimidas amenazaba con desbordarse.
De repente, sonó su teléfono. Era Óscar.
—Estoy afuera —dijo él, su voz más suave de lo habitual.
—Dame cinco minutos —respondió ella.
Cerró el informe, se puso una chaqueta y salió. Al abrir la puerta, lo vio apoyado contra su camioneta, el rostro iluminado por el resplandor de un cigarro. Pero había algo distinto en su postura; sus hombros estaban tensos, su mirada distante.
—¿Qué pasa? —preguntó ella.
—Quería sacarte de aquí por una noche —dijo él, apagando el cigarro—. Vamos a un lugar.
Ella asintió sin hacer preguntas. Subieron a la camioneta y condujeron en silencio. Las luces de la ciudad se iban apagando poco a poco mientras tomaban una carretera secundaria. Después de unos minutos, llegaron a una colina desde donde se podía ver toda la ciudad.
Se bajaron del vehículo, y Óscar sacó una manta del maletero. Se sentaron en el suelo frío, el viento despeinando sus cabellos.
—¿Por qué aquí? —preguntó ella, envolviéndose con la manta.
—A veces, necesito recordar que hay algo más allá de esa vida —respondió él, señalando la ciudad con un gesto vago—. Algo más que sangre, órdenes y miedo.
Ella guardó silencio. La vista era hermosa, pero no podía evitar sentir que ese mundo no le pertenecía ya.
—¿Nunca piensas en escapar? —susurró Óscar, su voz apenas audible.
—¿Escapar? —repitió ella—. A veces. Pero no sé si podría. Estoy demasiado dentro. Demasiado rota para volver a ser quien era.
Él se acercó un poco más, sus ojos oscuros fijos en los de ella.
—No estás rota, Yoselin. Solo estás... adaptada a lo que te rodea.
Por un momento, sintió una calidez extraña en su pecho, como si las palabras de Óscar pudieran reconstruir las piezas que había perdido. Pero la realidad era más compleja que eso.
El silencio entre ellos no era incómodo. Era un refugio, un lugar donde podían existir sin máscaras. Óscar tomó su mano con delicadeza, sus dedos ásperos rozando su piel fría.
—Cuando cumpliste 18, pensé que te ibas a ir —confesó él.
—¿Por qué habría de irme?
—Porque mereces algo más que esto.
Ella lo miró, una sonrisa amarga en sus labios.
—Quizás. Pero ahora no hay un "más". Solo hay esto.
El viento sopló más fuerte, como si quisiera borrar sus palabras.
—Si algún día decides irte, yo te ayudaré —dijo Óscar con seriedad.
Por primera vez en mucho tiempo, sintió que una puerta se abría, aunque fuera apenas una rendija. Una posibilidad.