Ana siempre había sido agradecida por las personas que la rodeaban. Tenía amigas que la hacían reír hasta el llanto, conversaciones que la acompañaban en los días grises y recuerdos que guardaba con cariño. Pero, en medio de todo eso, había una parte de sí que se mantenía en silencio.
Era una inquietud sutil, como una hoja temblando apenas en la brisa. No tenía nombre, pero se hacía presente cada vez que caminaba hacia una clase que no la inspiraba, cada vez que se miraba al espejo y se preguntaba si esa era realmente ella.
No era infeliz. Solo estaba incompleta.
Y entonces, llegó él. No con promesas ni respuestas, sino con preguntas. Con una forma de mirar el mundo que la obligó a mirar el suyo desde otro ángulo.
A veces, alguien aparece no para darte una nueva vida, sino para recordarte que tienes el derecho de construirla.