Santiago
El mensaje de Ana iluminó la pantalla de mi teléfono. "¿Cómo te llamas?"
Una pregunta directa. Sin rodeos. Un pequeño puente tendido entre dos desconocidos que se habían cruzado en el laberinto de la universidad.
Una parte de mí, la que prefería el silencio y la observación desde la distancia, dudó. ¿Debía responder con mi nombre? ¿Abrir una puerta a una posible interacción?
Pero otra parte, la que se había sentido intrigada por su mirada fugaz y la que había impulsivamente dejado aquella nota, sintió una extraña necesidad de continuar. Era como si una melodía silenciosa que había estado escuchando en solitario de repente encontrara una segunda voz.
Tecleé mi nombre, lento, como si cada letra tuviera un peso específico.
"Santiago."
Envié el mensaje y esperé. La pantalla del chat se quedó en blanco, la burbuja de escritura ausente. La ansiedad, una sensación rara para mí, comenzó a revolotear en mi estómago. ¿Se arrepentiría de haber preguntado? ¿Pensaría que era extraño?
Pasaron unos minutos que se sintieron como una eternidad. Revisé la hora en mi teléfono varias veces, como si el tiempo pudiera acelerarse con mi impaciencia.
Finalmente, su nombre apareció en la parte superior del chat, indicando que estaba escribiendo. Contuve la respiración, observando cómo aparecían y desaparecían los tres puntos suspensivos.
Su respuesta fue breve, pero para mí, contenía un eco de algo... no sé qué.
"Santiago."
Repitió mi nombre. Era simple, pero escucharla escribirlo, saber que ahora tenía una etiqueta para esa imagen fugaz en mi mente, generó una pequeña sacudida.
Escribí de nuevo, sintiendo una torpeza inhabitual en mis dedos.
"¿Ana?"
Esperé su confirmación, sintiéndome ridículamente nervioso por una simple respuesta afirmativa.
Su "Sí" llegó casi al instante.
Un silencio digital se instaló entre nosotros. ¿Ahora qué? Las palabras, que usualmente fluían con cierta facilidad en mis ensayos y reflexiones, parecían haberse evaporado.
Respiré hondo, tratando de encontrar algo que rompiera la barrera de la formalidad inicial.
"¿La angustia existencial te parece menos terrible ahora?"
Era una referencia directa a la nota, una manera de retomar el hilo de aquel primer intercambio silencioso. Una pequeña prueba para ver si había entendido mi... intento de conexión.
Esperé su respuesta, con una sensación extraña de expectación. El campus seguía su ritmo habitual, ajeno a la pequeña conversación que comenzaba a florecer en la pantalla de mi teléfono. Y por primera vez en mucho tiempo, yo también me sentía ligeramente fuera de mi rutina. La existencia, como había pensado Ana en su nota mental, se había vuelto, inesperadamente, mucho más interesante.