Ana
Ana leyó el mensaje de Santiago una y otra vez. "Que quizás no eras la única sintiendo la angustia." Había algo en esa frase que resonaba profundamente con ella. Siempre se había sentido un poco apartada, como si sus pensamientos y preocupaciones fueran un idioma que solo ella hablaba. La idea de que alguien más, especialmente alguien como Santiago, pudiera sentir algo similar era... sorprendente y, a la vez, ligeramente reconfortante.
Su pulgar flotó sobre el teclado. Tenía muchas preguntas ahora. ¿Qué quería decir exactamente? ¿Él también se sentía abrumado a veces? ¿Qué tipo de angustia lo atormentaba?
Finalmente, se decidió por una pregunta que era a la vez directa e invitaba a una mayor explicación.
-¿Y tú... qué sientes?
Envió el mensaje y volvió a quedarse mirando la pantalla, la ansiedad mezclándose con una punzante curiosidad. Esta conversación se sentía diferente a cualquier otra que hubiera tenido antes. Había una honestidad tácita, una vulnerabilidad compartida que la mantenía enganchada.
La respuesta de Santiago tardó un poco más en llegar esta vez. Cada notificación de su teléfono la hacía saltar, solo para decepcionarse al ver que no era él. Finalmente, apareció la burbuja de chat indicando que estaba escribiendo.
-A veces... siento que el mundo es demasiado ruidoso. Demasiadas voces, demasiadas expectativas. Y es difícil encontrar mi propio silencio en todo eso.
La respuesta de Santiago la tomó por sorpresa. No era la clase de respuesta que esperaba de alguien que parecía tan reservado y tranquilo en clase. La imagen que tenía de él comenzó a desdibujarse, revelando una complejidad inesperada.
Ana sintió un nudo en la garganta. Podía identificarse con esa sensación de ruido abrumador, de tratar de encontrar un espacio propio en medio del caos. Era algo que a menudo sentía, especialmente cuando sus obsesiones la asaltaban.
Quería responder algo significativo, algo que reconociera su vulnerabilidad sin ser demasiado invasiva. Después de dudar un momento, escribió:
-Entiendo esa sensación. A veces... siento que mi propia mente es el ruido más fuerte de todos."
Envió el mensaje, sintiendo una oleada de nerviosismo. ¿Compartía demasiado? ¿Se estaba abriendo demasiado rápido con alguien que apenas conocía?
La respuesta de Santiago llegó casi de inmediato.
-Supongo que todos lidiamos con nuestros propios ruidos internos. La clave quizás esté en aprender a escucharlos de una manera diferente.
Esa última frase la dejó pensando. ¿Escucharlos de una manera diferente?" ¿Qué quería decir con eso? ¿Había una manera de relacionarse con ese caos interno que no fuera con miedo y resistencia?
Antes de que pudiera formular una respuesta, su teléfono vibró con una notificación diferente. Era un mensaje de un número desconocido: Ana, soy tu psiquiatra, el Dr. Samuel. Necesito hablar contigo urgentemente. ¿Puedes contestar mi llamada?
La confusión y la preocupación la invadieron al instante. ¿Qué había pasado? ¿Por qué su psiquiatra se comunicaba de esta manera, con tal urgencia?
Mientras su mente intentaba procesar esta nueva información, su teléfono volvió a vibrar. Esta vez, era una llamada entrante de ese mismo número desconocido. Dudó por un instante, con un presentimiento oscuro, antes de deslizar el dedo para contestar.
La voz preocupada del Dr. Samuel llenó el altavoz, y las siguientes palabras hicieron que el mundo de Ana comenzara a tambalearse.
-Ana, contacté a tu madre. Ella va para allá. Necesitas compañía ahora mismo. También contacté a alguien más que se ofreció a acompañarla. No estarás sola.
La llamada terminó, dejándola con un torbellino de emociones contradictorias. Confusión, preocupación, una punzada de resentimiento hacia su psiquiatra y una creciente ansiedad ante la inminente llegada de su madre y este misterioso acompañante.
El timbre sonó poco después, anunciando la llegada de su madre y Santiago.