Un semestre para cambiarlo todo

Capitulo 6:La Tormenta Familiar

Ana

El timbre resonó en el pequeño apartamento, un sonido que pareció amplificarse en el silencio tenso que había caído tras la llamada del doctor Samuel. Ana se quedó inmóvil, con el teléfono aún pegado a la oreja, sintiendo el eco de las últimas palabras de su psiquiatra vibrar en el aire. La urgencia en su voz la había descolocado, plantando una semilla de miedo e incertidumbre que ahora florecía en su pecho.

Un segundo timbre, más insistente, la sacó de su parálisis. Su madre. Y Santiago. Juntos. La idea era tan inesperada como irritante. La presencia de su madre, en lugar de alivio, generó una punzada de incomodidad y una sensación de ser invadida.

Con un suspiro pesado, se levantó y caminó lentamente hacia la puerta. Cada paso se sentía pesado, cargado de una resignación familiar. Al abrir, la visión confirmó lo que temía: su madre, con el rostro marcado por una preocupación que Ana siempre había sentido más como una forma de control, y Santiago, de pie ligeramente detrás de ella, con una expresión que Ana no alcanzaba a descifrar.

La tensión en el aire era palpable, pero para Ana, gran parte provenía de la presencia de su madre.
-El doctor Samuel me llamó, Ana -dijo su madre primero, su voz teñida de una preocupación ligeramente acusatoria-. Estaba muy alterado. Dijo que estabas muy angustiada.

Ana evitó su mirada, sintiendo cómo se encendía una chispa de resentimiento. ¿Por qué siempre tenía que involucrar a su madre? ¿No podía manejar sus propios problemas?

-Yo... me ofrecí a acompañarla, Ana -intervino Santiago suavemente-. Solo queríamos asegurarnos de que no estuvieras sola.
Su mirada se encontró brevemente con la de Ana, y aunque había preocupación en sus ojos, la presencia de su madre eclipsaba cualquier posible alivio que pudiera haber sentido.

-Estoy bien -dijo Ana con sequedad, cruzándose de brazos-. Solo fue un mal momento. No necesitabas venir.
Su tono era cortante, dirigido principalmente a su madre.

Su madre frunció el ceño.
-Ana, no seas así. Solo me preocupo por ti.

-Pues no lo pareces -replicó Ana en voz baja, sintiendo la tensión crecer entre ellas. La presencia de Santiago hacía la situación aún más incómoda, como si estuviera presenciando una disputa familiar privada.
Pasaron un rato en un silencio cargado, la tensión entre Ana y su madre llenando el espacio. Su madre intentó ofrecerle un abrazo, pero Ana se apartó sutilmente. Santiago se mantuvo en un segundo plano, observando la dinámica con una expresión cautelosa.

Cuando su madre sugirió preparar un té, Ana se encogió de hombros sin responder. Santiago se ofreció a ayudar, quizás buscando una forma de aliviar la tensión palpable en el ambiente.

A medida que las horas avanzaban, la incomodidad persistía. Las interacciones entre Ana y su madre eran breves y tensas, llenas de reproches tácitos y una historia de desacuerdos no resueltos. La presencia de Santiago se sentía ahora más como la de un mediador incómodo que como una fuente de consuelo.

Al final de la tarde, su madre insistió en que Santiago se quedara un poco más. Ana sintió una punzada de fastidio. Preferiría lidiar con su ansiedad sola que tener que navegar la tensión constante con su madre, incluso con la presencia silenciosa de Santiago.

Mientras los tres estaban sentados en un silencio incómodo en la sala de estar, Ana se dio cuenta de que la intervención de su psiquiatra había creado una situación aún más tensa y complicada. En lugar de sentirse apoyada, se sentía atrapada entre la preocupación intrusiva de su madre y la presencia inesperada de alguien que apenas conocía, todo ello bajo la sombra de su propia vulnerabilidad expuesta. La soledad, paradójicamente, comenzaba a parecer una opción más atractiva que esta incómoda compañía.

Finalmente, Santiago se puso de pie.
-Bueno, si no me necesitan... me iré.
Ofreció una sonrisa educada a la madre de Ana y luego miró a Ana con una expresión que ella no pudo descifrar completamente. ¿Preocupación? ¿Comprensión?

Tras la partida de Santiago, la tensión en el apartamento se hizo aún más palpable. Ana evitó el contacto visual con su madre, sintiendo el peso de su desaprobación silenciosa.

-Realmente no entiendo por qué tienes que ser tan... -comenzó su madre, pero se detuvo, suspirando con frustración.

-¿Tan qué? -replicó Ana, con el tono de desafío que siempre surgía en sus interacciones-. ¿Tan honesta? No pedí que vinieras. No pedí que llamaras a Santiago.

-Solo quería ayudarte, Ana.

-Ayudar no es invadir -respondió Ana, sintiendo las lágrimas amenazar con salir. La frustración y el resentimiento hacia su madre se mezclaban con la persistente ansiedad que aún no la había abandonado por completo.

Pasaron el resto de la tarde en un silencio incómodo, la presencia de la madre de Ana sintiéndose más como una carga que como un consuelo. Ana se retiró a su habitación tan pronto como pudo, cerrando la puerta tras de sí como una barrera contra el juicio silencioso que sentía emanar de la sala de estar.

A pesar de estar sola de nuevo, no se sentía más tranquila. La intervención de su psiquiatra y la llegada de su madre y Santiago habían revuelto sus emociones, dejando un poso de resentimiento y una sensación aún mayor de incomprensión. La conexión fugaz que había sentido con Santiago a través de sus mensajes se había desvanecido bajo la tensión familiar.

Acostada en su cama, sintiendo el suave ronroneo de su gatito acurrucado a su lado, Ana se dio cuenta de que la soledad, a veces, era preferible a la compañía que venía con condiciones y juicios tácitos.La ansiedad inmediata se había atenuado, pero la complejidad de sus relaciones personales seguía siendo una tormenta silenciosa en su interior.




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