Ana
De vuelta en la tranquilidad de su apartamento, con el suave ronroneo de su gatito como único acompañante, Ana repasaba en su mente la conversación con Santiago en la biblioteca. Cada palabra, cada mirada, cada momento de comprensión compartida resonaba en su interior con una intensidad sorprendente. Era como si, por primera vez en mucho tiempo, alguien hubiera logrado sintonizar la frecuencia de sus propios "ruidos internos" sin juzgarlos ni intentar silenciarlos.
La calidez de la sonrisa de Santiago, la genuina curiosidad en sus ojos cuando hablaba de poesía y su propia confesión de sentirse a veces perdido en su "laberinto mental" se habían grabado en su memoria. Se preguntó qué había en él que la hacía sentir tan... vista.
Mientras preparaba una taza de té, su teléfono vibró. Era un mensaje de Gabriela, su mejor amiga.
- ¡Ana! ¿Cómo estás? No supe nada de ti ayer después de lo del doctor. ¿Todo bien?
Ana suspiró. Parte de ella quería contarle a Gabriela sobre su ataque de ansiedad y la inesperada visita de Santiago, pero también sentía una reticencia a exponerse demasiado. Gabriela siempre había sido un apoyo, pero a veces su preocupación podía sentirse un poco abrumadora.
-Hola Gabi. Estoy mejor, gracias por preguntar. Fue un día un poco difícil, pero ya estoy más tranquila.
La respuesta de Gabriela llegó de inmediato.
- ¿"Un poco difícil"? Ana, el doctor Samuel me sonó bastante preocupado cuando me llamó. ¿Pasó algo más? ¿Necesitas que vaya para allá?
La insistencia de Gabriela hizo que Ana se sintiera un poco presionada. Sabía que su amiga se preocupaba por ella, pero a veces sentía que no entendía realmente la naturaleza de su ansiedad.
- No, de verdad estoy bien ahora. Vino mi mamá un rato y... también un compañero de la universidad. Pero ya todo pasó.
Hubo una breve pausa antes de que Gabriela respondiera.
- ¿Un compañero? ¿Santiago? ¿El chico con el que has estado hablando?
Ana sintió un ligero rubor en sus mejillas. No recordaba haberle mencionado a Santiago a Gabriela.
- Sí, él. Vino a asegurarse de que estuviera bien. Fue amable.
- Mmm... "amable", ¿eh? -respondió Gabriela con un tono juguetón que hizo sonreír levemente a Ana-. Cuéntame más. ¿Cómo fue eso?
Ana dudó por un momento. ¿Cuánto debía contarle a Gabriela? Decidió darle una versión resumida.
-Solo vino un rato. Estuvimos hablando un poco en la biblioteca hoy también. Es... interesante. Le gusta la poesía.
- ¿Poesía? Vaya, eso es nuevo. ¿Y a ti te gusta?
- Estoy empezando a verle el lado -respondió Ana, recordando la conversación con Santiago sobre encontrar emociones familiares en las palabras de otros.
La conversación con Gabriela continuó durante un rato más, con preguntas inquisitivas por parte de su amiga sobre Santiago y evasivas por parte de Ana. A pesar de su reticencia inicial, hablar con Gabriela le ofreció una perspectiva diferente sobre la situación. La curiosidad y el ligero entusiasmo de su amiga eran contagiosos, aunque también la hacían sentir un poco más consciente de la posibilidad de que esta incipiente conexión con Santiago significara algo más.
Al final de la conversación, Gabriela insistió en verla pronto para que le contara todos los detalles. Ana aceptó, sintiendo una mezcla de aprensión y una extraña sensación de expectativa. Compartir su vulnerabilidad con Gabriela siempre había sido un acto de confianza, y aunque a veces era difícil, también era un recordatorio de que no estaba completamente sola en sus luchas.
Mientras dejaba el teléfono sobre la mesa de noche, la mente de Ana volvía a Santiago. La conversación con Gabriela había actuado como un suave empujón, obligándola a confrontar la posibilidad de que sus interacciones con él tuvieran un significado que iba más allá de un simple encuentro en la biblioteca. La palabra "amable" que había usado para describirlo le pareció ahora terriblemente insuficiente. Había algo más en la forma en que él la miraba, en la manera en que escuchaba sus palabras, que resonaba con una parte de ella que rara vez se sentía vista o comprendida.
Un nuevo mensaje llegó a su teléfono, esta vez de un número desconocido. Dudó antes de abrirlo, una punzada de su ansiedad habitual haciéndole temer lo peor. Para su sorpresa, era Santiago.
-Hola Ana, soy Santiago. Me gustó mucho hablar contigo hoy en la biblioteca. Me sentí muy cómodo.
Una pequeña sonrisa se dibujó en los labios de Ana. La iniciativa de Santiago la tomó desprevenida de una manera agradable.
- Hola Santiago. A mí también. Disfruté mucho nuestra conversación.
La respuesta fue casi inmediata.
-¿Te gustaría que repitiéramos la experiencia? Quizás podríamos tomar un café en algún momento. Me gustaría seguir hablando contigo.
El corazón de Ana latió un poco más rápido. La invitación era sencilla, pero para ella representaba un pequeño paso hacia algo que no se atrevía a definir completamente. Era una mano extendida en medio de su aislamiento, una promesa de conexión en un mundo que a menudo se sentía ruidoso y confuso.
-Sí, me gustaría mucho -tecleó, sintiendo una calidez extenderse por su pecho.
-Genial. ¿Qué te parece la próxima semana? Podemos ponernos de acuerdo en un día que nos venga bien a ambos.
-Perfecto -respondió Ana, permitiéndose una pequeña bocanada de esperanza.
Dejó el teléfono a un lado, el suave brillo de la pantalla reflejándose en sus ojos. La conversación con Gabriela la había recordado la importancia de la conexión, incluso cuando daba miedo. Y el mensaje de Santiago... ese era un hilo tenue, pero tangible, de esa conexión. Por primera vez en mucho tiempo, Ana se permitió mirar hacia adelante con una cautelosa anticipación, preguntándose qué conversaciones y qué silencios compartiría con ese extraño que, de alguna manera, había logrado escuchar el ritmo de su corazón en medio del caos. La noche se sentía un poco menos solitaria.